Alucinante “Juan José” en el Teatro de la Zarzuela

Han tenido que pasar 48 años para que esta sublime ópera de Sorozábal tenga, por fin, su estreno escenificado. Afortunadamente el montaje es un magistral ajuste de cuentas. Un “tour de force” brutal, una extraordinaria partitura, un enorme descubrimiento.

17/02/2016, Teatro de la Zarzuela, Madrid.

Hace tiempo que no me emocionaba tanto una función como la que experimenté con el Juan José de Pablo Sorozábal en el Teatro de la Zarzuela. Y es una emoción doble al ser consciente de que se trata de una obra que ha estado casi cincuenta años arrumbada en el olvido, en una cruel e injusta marginación.

Esta estupenda e intensa versión que hemos visto los privilegiados que nos hemos acercado al teatro de la calle Jovellanos es, de hecho, el primer montaje escénico existente de Juan José, el estreno absoluto como tal, aunque bien es cierto que en el 2009 en San Sebastián se pudo escuchar una versión de concierto, de la cual existe una grabación.

El maestro Sorozábal la terminó de componer en 1968, la consideró como uno de sus mejores trabajos, y se intentó estrenar, sin éxito, en 1979. Motivos políticos y desavenencias con la por entonces dirección del Teatro de la Zarzuela la lastraron, convirtiéndola en una obra “maldita”. Y lamentablemente han tenido que pasar todos estos años para verla en un escenario.

Juan José ha sido todo un descubrimiento, uno muy emocionante y afortunado. Este drama lírico popular (popular por proletario y no por folclórico) en tres actos, o lo que es lo mismo, una ópera hecha y derecha, basada en la obra homónima de Joaquín Dicenta de 1895, lo tiene todo para que impacte y perdure en la memoria del espectador, tratándose de un tour de force que retrata la situación de pobreza, marginación, violencia, machismo y decadencia de los barrios suburbiales de un Madrid que podría ser trasunto de cualquier ciudad del mundo y el tiempo donde malviven estratos de la sociedad.

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Además la música que compuso el maestro donostiarra sorprende por su originalidad, su lenguaje radicalmente personal, su amplio registro emocional y psíquico, su crudeza y su belleza, su desgarradora modernidad. La esencia de la obra está en un punto entre la denuncia-realismo social, el existencialismo no manifestado directamente, el expresionismo y un post-romanticismo profundamente conmovedor que nos trastoca el alma y la piel, todo ello aderezado con puntuales puntos de fuga de episodios de sentir nacional y flamencos, siempre acertadamente encajados y empleados con el mejor de los gustos, potenciando más bien su alcance artístico y conceptual.

Este Juan José me ha recordado enormemente a dos obras que me han marcado recientemente: Jenůfa y De la casa de los muertos, ambas firmadas por Leoš Janáček. Incluso la estética del acto primero y segundo (aunque éste menos) me han remitido a la magistral Jenůfa que se pudo ver a finales del 2009 en el Teatro Real con dirección escénica de Stéphane Braunschweig.

Para mi total sorpresa este parecido entre Sorozábal y Janáček se acentuó muchísimo más al inicio del tercer acto, en que el escenario se transformó en una desasosegante cárcel que cualquiera que haya visto el campo de prisioneros en Siberia de De la casa de los muertos escenificada por Patrice Chéreau y disponible en DVD por Deutsche Grammophon, podrá emparentarlas. Por momentos incluso imaginé que Juan José podría cantarse perfectamente en checo, o ya que estamos, ¡en vasco!

Este obrón ya debería de formar parte de la historia de España pero apenas estamos ajustando cuentas con ella, ¡cuántas historias no quedarán por desenterrar en este país lleno cunetas y cicatrices sin sanar! De hecho, da la sensación de que la sociedad aún sigue un paso por detrás de una obra como esta, escrita hace 48 años.

A este montaje desde luego se le podrían criticar determinados elementos y ciertamente Juan José posee un potencial inmenso al que se le podría sacar más, pero no me apetece ahora detenerme en quejas, sino en tratar de expresar la enorme satisfacción y fortuna de vivir una obra como esta. Celebro, pues, la idea y participación de todos cuantos estuvieron implicados en el riesgo de montar una ópera de estas características.

José Carlos Plaza (dirección de escena), Paco Leal (escenografía e iluminación) y Pedro Moreno (vestuario) proponen un ambiente naturalmente oscurantista, agobiante y a veces quizá más feísta de lo necesario, pero que funciona plenamente.

El maestro Miguel Ángel Gómez Martínez estuvo inspiradísimo al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, revolucionando nuestros oídos, haciendo estallar con mano maestra una extraordinaria, sublime, partitura.

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El reparto, en general, se mantuvo siempre en plena forma, muy metidos, por momentos traspasando la mera interpretación. Me gustaría destacar sobre todo a la pareja rival: José Ángel Ódena como Juan José fue adecuadamente un hombre atormentado y aquejado por el virus de los celos y la violencia, y Antonio Gandía como Paco estuvo, en el buen sentido, sobradísimo en su papel de ricachón.

Espero algún día volver a vivir este u otro montaje de Juan José. Puedo decir que se ha convertido en una de mis obras favoritas del siglo XX.

No sé si es porque personalmente me encuentro viviendo un momento emocionalmente duro, una de las pruebas más arduas y fatigantes que hasta ahora me he enfrentado en la vida, pero fue empezar la función y sentir cómo inmediatamente las lágrimas bajaban por mi rostro. Al apagarse las últimas notas del foso, después de dos horas de intensidad dramática, me sentí transformando, redimido, purificado, aleccionado, excitado, anímicamente exhausto, vigorizado en mi fuero interior, como sometido a una terapia de shock que ha salvado momentáneamente mi alma de un terrible naufragio existencial y vital, y creo que precisamente ese es el objetivo-sentido superior que el teatro tiene en nuestras vidas.

¡Alucinante, sublime, fuertísimo, trasgresor, bofetada brutal a los sentidos!


Fotos: Teatro de la Zarzuela.


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