ANNA VON HAUSSWOLFF. Ceremony

Un álbum cuasi conceptual, ambicioso y labrado con un afinado conocimiento de causa artístico, donde el órgano y los pasajes oscuros (y hasta siniestros) adquieren principal protagonismo.

Anna-Von-Hausswolff---Ceremony-LVÚCeremony (City Slang/Kning Disk/ Music As Usual, 2013) es el segundo álbum de larga duración que publica Anna von Hausswolff, una chica sueca de veintisiete años, cantante, pianista, organista y compositora, que en el 2010 ya había lanzado Singing from the grave, un disco intimista y emocional encuadrado en la canción pop-rock de autor que le valió buenas críticas y comparaciones constantes con Kate Bush. En esta ocasión, Hausswolff se supera a sí misma y entrega un álbum que rompe con su anterior material, este más cohesionado, cuasi conceptual (lo concibió como un film y se nota), ambicioso y labrado con un conocimiento de causa artística más afinado (aunque no del todo consumado), donde el órgano y los pasajes oscuros (y hasta siniestros) adquieren principal protagonismo, entre la música experimental, el medievalismo gótico, el (freak) pop, el drone metal, trocitos de slowcore y hasta canción de estadio.

El potente y envolvente órgano (presente en nueve de las trece piezas), así como parte del resto de instrumentos, fue grabado en la catedral de Annedalskyrkan, Gotemburgo, su ciudad natal. De hecho, los tubos del mismo son los que plasman la portada. Ceremony habla de muerte (el fallecimiento de su abuelo fue uno de sus motores creativos), pero también del resurgir de la vida.

Toda una liturgia la de von Hausswolff: “Epitaph of Theodor”, primer tema del disco, es un duelo instrumental que pareciera musicalizar un videojuego ya algo obsoleto o una película épica de bajo presupuesto (sin que estas cualidades sean necesariamente desdeñosas). Se nota que la autora ha estudiado arquitectura porque sus composiciones gozan de cierta gracia y movimiento estructural. Como una marcha fúnebre, su progresión es lenta y el recorrido poco aunque sustancioso. Me gusta el final, con esos acordes largos (la última nota sostenida es deleite para el oído atento). “Deathbed” también tiene mucho de banda sonora. Salvando las distancias, podemos encontrar similitudes con los Pink Floyd más ambient y progresivos. Los primeros compases son como un lento emerger y luego de cuatro minutos (más los de la anterior pieza) Anna, finalmente, hace uso de su voz de una manera en que casi hasta se pueden percibir por debajo las extasiadas voces imaginarias de una hipotética muchedumbre. Sin embargo, la incursión vocal es una especie de paréntesis porque, justo antes de que la canción pudiera tornarse peligrosamente convencional, el tema vuelve a su encauce instrumental, nutriéndose de motivos espaciales apoteósicos a cámara lenta. Es un inicio de álbum formidable.

“Mountains Crave” sorpresiva y repentinamente gira hacia otro estilo, emparentándose a un pop más contemporáneo e incluso un poco de moda. Quizá no sea una de la más profundas pero sí una de las que más enganchan a la primera. No obstante, con “Goodbye” regresamos a un sendero más turbio y apaciguado. Aquí y en otras hay algo que me recuerda a Julee Cruise y de hecho el álbum aguarda más adelante una referencia aún más notoria a Twin Peaks (Mark Frost, David Lynch, 1990-1991). Es emocionalmente contenida, expansiva y con un punto algo tardíamente adolescente. El final absorbe.

“Red sun” es, en principio, calmada, como desértica, pero termina vibrante, impulsando su voz con el órgano de forma entregada y muy teatrera. Me gusta pero a veces me cuesta creerme todo el rato su pose de oscura. “Epitaph of Daniel” es algo así como una balada que recuerda sospechosamente mucho a un tema de Twin Peaks, trazos hawaianos incluidos (cierras los ojos y ahí está Laura Palmer, el Dr. Jacoby, Cooper…). Tiene lo suyo pero cabe dudar sobre su originalidad.

Para más similitudes, “No body” podría, quizá, formar parte de la banda sonora de una película de Lynch. Es experimental, sombría, retorcida y logra sembrar cierto temor en nuestro interior. Asimismo, esta pieza se asemeja a otras que, ahora mismo, se están desarrollando en laboratorios de sonido de conservatorios cualesquiera del mundo. No es una apreciación sin fundamento: su padre, Carl Michael von Hausswolff, es un famoso músico de vanguardias. “Liturgy of light” es una canción más normalita con base de guitarra pero que consigue conmover. Detecto aquí y en otras ecos de alguien como Lydia Lunch.

De “Harmonica” podríamos señalar influencias varias: Dead Can Dance, Cocteau Twins, Sinead O»Connor, ¡incluso algo de la Madonna más new age o de Enya!, entre otros. Circulan atmosferas tan extrañas y confusas como gestualmente bailables. “Ocean” es una de las cimas del álbum. Está dividida en dos partes, al principio muestra un sonido cristalino y un ritmo expectante e hipnótico, como si fuera el fondo de una dramática escena. Una luz reconfortante actúa como bálsamo y el tema se dinamiza en un juego de intensidades en el que encontramos pinceladas de góspel y esencias de personalidades tan (aparentemente) dispares como Prince e incluso Franco Battiato (¡!). A uno le queda la sensación de que Hausswolff tiene la capacidad para que los minutos transcurran más pausadamente, en el buen sentido del término. ¡Bravo, Anna! En la fantasiosa “Sova”, como así ocurría también en la anterior, aparecen las sombras de autores como Steve Reich o Philip Glass debido a la estructura reiterativa y en bucle. No lo hace mal.

Curiosa y paradójicamente, en “Funeral for my future children” se le nota pletórica, redimida, liberada, ¿alegre?, quizá porque en realidad no quería ser madre de esa hipotética criatura. Es pop pero también tiene algo de tribal e incluso entrelíneas y ligeramente algo de punk libre de testosterona.

No obstante y a pesar de los pesares, “Sun Rise” es un final esperanzadoramente embriagador, con luz de amanecer y ¿feliz? Arpegios claros, voces y texturas frágiles, dulces y fantasmales que hacen pensar casi en una oración o en un mensaje del más allá. Por muy de gótica que se vista, es una chica sensible, vulnerable y femenina.

Ceremony es una propuesta con jugo y por encima de la media. Sin desmerecer para nada su lado más popero, encuentro más interesante su faceta conceptual y arriesgada, aunque la combinación de ambos es lo que hace de este disco algo diferente. Pienso que le falta desarrollar su potencial pero es joven y espero que lo haga ya que posee atributos no del todo comunes. Sólo una queja formal: me parecería doblemente más auténtico si escribiese sus letras en su idioma materno y no en inglés (aunque ni las entendiese). En fin, proyección y marketing…


Artículo publicado originalmente en Fac magazine.


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