Ignatius Farray y la defensa de la sinceridad

Mucho más que un chupador de pezones.

14/03/2015. Teatro Duque, La Imperdible, Sevilla.

Este pasado sábado 14, el propio Ignatius Farray definió el espectáculo que trajo a Sevilla como un “Diario de Patricia Underground”. Me quedé pensando y… sí, fue un poco eso. Al verlo sentado en los escalones de acceso al escenario y dando voz a los asistentes uno podía imaginar que estaba en uno de esos talk show televisivos. Pero en seguida se disipó esa idea, entre risa y risa, por la sucesión vertiginosa de temas y de burradas que el señor Farray expuso.

En la pequeña y emblemática sala del Teatro Duque, gestionada por la no menos carismática compañía sevillana La Imperdible, se celebró este extraño espectáculo; esta comedia que a mí no me pareció sólo eso. Es cierto que lo principal fueron las risas, de esas hubo muchas, pero algo en el personaje (o persona) de Ignatius Farray incita a pensar que quizás no esté bromeando y que sólo está diciendo la verdad y que es esta, peripatética y e insoportable, la que nos provoca la risa nerviosa o atemorizada. Pero no, eso no puede ser, un tío tan gracioso no puede estar hablando ni por asomo en serio. Esa inquietud me acompañó durante toda la representación.

El gran mérito de este hombre es ocultar detrás de esa apariencia de indeseable y socialmente incompetente a un buenazo que sólo nos cuenta su vida y que prefiere hacerlo de forma amable, irónica y simple. Pero no, cuando rememoro lo vivido y lo reído, creo que algo se me escapa. Debe haber algo más detrás de esa incorrección política, ética y social; algo más debe encubrirse tras la pátina de amabilidad e inocencia (de verdad que sí, me pareció un tío muy inocente) que destila Farray, pero ¿qué? La respuesta a esta pregunta, si existe, es la clave de que haya a la vez disfrutado y pensado —¡oh sacrilegio!— durante la función.

Se trata de una comedia que intenta que el público se parta de la risa, pero también que acepte una sinceridad brutal que incluso llega a provocar incómodos aunque breves silencios ante algunos temas. Me gustó cómo Ignatius se ríe de las ocurrencias de su tropa de groupies que están aún más tocados que él. Cómo aborda con soltura los temas que van surgiendo de su diálogo alocado con el público sin que en ningún momento baje la intensidad del espectáculo. Pero sobre todo me gustó su defensa de la sinceridad, algo que resulta muy necesario en los tiempos que corren.

En definitiva, encontré menos humor absurdo y surrealismo del que creía; una buena y ajustada ración de improvisación y de oficio, y mucha más naturalidad de la que esperaba. Se trató de un espectáculo cercano y en el que fue fácil sentirse cómodo y sintonizar con el tono y la intención de hablar en broma de cosas serias, como la condición de estar vivo y no tener ni idea de cómo aprovecharlo.

Muchas tablas las de este Farray. Consigue reírse de la gente y que nadie se moleste porque pone el foco siempre en actitudes y situaciones que merecen ser ridiculizadas. También practica la autoparodia para que en la sala no quede un sólo sujeto sin su ración de crítica y ni un estómago sin agujetas.

Recomendable cien por cien. Risas y buen material para la reflexión crítica posterior lo que este hombre deja salir por esa gran bocaza, la misma que inventó el grito sordo. Porque Ignatius Farray es mucho más que un chupador de pezones.


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