VÍCTOR HERRERO. Estampida

Yendo hacia lo esencial, el toledano consigue ser trascendental.

Víctor-Herrero-portada-Estampida-LVÚEl toledano Víctor Herrero ya había dejado huella con Anacoreta (Bo’Weavil, 2009), un álbum que contiene diez piezas instrumentales para guitarra española; también lo hizo liderando The Víctor Herrero Band, secundando algunas de las andanzas de su esposa, la norteamericana Josephine Foster; y apenas el año pasado nos deleitó con Tiempo para la cosecha (Foehn Records, 2012), un proyecto nómada y espontáneo basado en el ritmo y la improvisación en el que se vieron involucrados otros seis músicos más. Ahora entrega Estampida (Foehn Records, 2013), un disco que, aunque posee cualidades distintas a todos estos trabajos previos, comparte nexos en común con cada uno de ellos, por unas u otras características, entre ellas la de fundirse espiritual y naturalmente con su interior y la tierra que pisa, nutriéndose de las raíces –las personales y las de la tradición propiamente dicha-, correspondiendo así con un producto orgánico, auténtico, sereno, maduro, transparente, íntimo y poético, basando únicamente en su voz, una guitarra y en unos textos propios, más sugerentes y evocadores que explícitos, que por momentos parecieran haber sido extraídos del árbol del Tiempo. Yendo hacia lo esencial, Herrero consigue ser trascendental.

Algunos elementos de la naturaleza son constantes en estos poemas, como protagonistas o como ingredientes secundarios. Aves tenemos en “El Jilguero”, hermoso tema donde se respira bondad, y en “Columbina”, precioso canto de amor dulcemente simbólico dedicado a su mujer. Encontramos vegetación en “Avellaneda”, donde además se adivinan las conexiones religiosas con las que se educó Herrero en su infancia, siendo un alumno de la Escolanía de la Abadía benedictina de la Santa Cruz del Valle de Los Caídos como era, y en “Adormidera”, la planta de la cual se extrae el opio, las imágenes tan estimulantes que Víctor plasma son buena muestra de las grandes capacidades de este hombre culto y sensible.

Un cúmulo de atributos propios de distintos animales define alegóricamente la condición de dos seres humanos contrapuestos en “Comunión”, y en “El Caballo” la música se asemeja al trote de este cuadrúpedo. En la filosófica y metafísica “Leviatán” se refleja el sentido del paso del tiempo a lo largo de la historia y el encuentro con uno mismo. “El Globo”, de una lírica más descriptiva y (no necesariamente por ello) menos lograda, convence en cambio por su melodía ligera y conmovedora. Y “Constantina”, horizontal y etérea, es una pieza instrumental que establece un puente entre este disco y Anacoreta.

Si bien las canciones de Estampida están marcadas por una fina poética, encontramos enternecedores detalles costumbristas por ahí y allá. La música se apoya en lo clásico, se desarrolla en un formato de cantautor y sorprende por sus giros más bien propios de la música latinoamericana. Es tan personal y sincero que da la impresión de que, caminando por el campo, nos podríamos encontrar a Víctor Herrero cantando a la sombra de un árbol, sólo para su placer y el de todo aquel ser orgánico que le rodee. Puede que sea un álbum anacrónico, sí, y eso es porque lo de hoy es ser falso, vacío, superficial, distraído, impaciente, moderno y desdeñoso. A estas piezas no les falta nada, pero emociona imaginar hasta dónde podrían llegar de verse revestidas con más instrumentos.

¿Quieren oír algo único? Aquí lo tienen.


Artículo publicado originalmente en Fac magazine.


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