“Camina dos años por la tierra. Sin teléfono, sin piscina, sin mascotas, sin cigarrillos. Libertad absoluta. Un extremista. Un viajero de lo estético cuyo hogar es el camino. Y ahora después de dos años de caminata, llega la aventura final y más grande. La batalla culminante para matar al falso ser interno y concluir victorioso la revolución espiritual. Sin estar ya más envenenado por la civilización él huye, y camina solo por la tierra para perderse en la naturaleza”.
Alexander Supertramp. Mayo de 1992.
Película entrañable, Hacia rutas salvajes (2007) vive en la piel de su protagonista Christopher McCandless (interpretado por un talentoso Emile Hirsch). Un biopic basado en hechos reales e inspirado en el libro homónimo de Jon Krakauer. Sean Penn vuelve detrás de la cámara con una película plenamente lograda después del cortometraje del film colectivo 11»09″01 – 11 de septiembre (2002) y del largometraje El juramento (2001).
Al graduarse de la universidad, Chris decide renunciar a una vida cómoda y a todos sus bienes materiales para empezar un viaje espiritual, una aventura en la que recorre Estados Unidos durante dos años con escasos medios, huyendo de una sociedad hipócrita para hallar una dimensión autentica en la armonía con la naturaleza salvaje. Deja atrás su nombre y una vida familiar problemática para renacer como “Alexander Supertramp” y llegar hasta Alaska para vivir ahí aislado y sin otros recursos que los que el medio ambiente le puede ofrecer.
La película se desarrolla siguiendo dos directrices complementarias que mueven los pasos y las elecciones del protagonista: la huida y la búsqueda. “Nada más activo que una fuga” escribían Deleuze y Parnet, así Chris trata de escapar del control que asume distintas formas (padres, dinero, leyes, burocracia…) y achica al ser humano.
El metraje se abre con una cita de Byron que describe la fascinación romántica que el protagonista comparte por la naturaleza: “Hay placer en los bosques sin senderos, hay éxtasis en una costa solitaria. Está la soledad donde nadie se inmiscuye, por el océano profundo y la música con su rugido: No amo menos al hombre pero sí más a la naturaleza”. Una naturaleza que no es ni buena ni mala, simplemente es indiferente a los destinos de sus habitantes.
Por otro lado, la búsqueda es sinónimo de vida. Es importante dirigir nuestros pasos hacia algo que estimule nuestra curiosidad porque sin este deseo somos poco más que autómatas. Y si alguien ya tiene todas las respuestas, es muy probable que se haya hecho las preguntas equivocadas. En todas las elecciones de Chris se percibe la necesidad de huir y perderse para así reencontrarse.
Empapado de buenas lecturas (Tolstói, Jack London, Thoreau, …), el protagonista sigue unas estrictas normas morales durante su camino que provienen de su educación literaria, de Walden de Thoreau escoge uno de sus personales mandamientos: “Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dame la verdad”.
A lo largo de su periplo encuentra personas diversas y peculiares (el reparto de actores secundarios está muy a la altura) que contribuyen a la evolución del personaje, marcando las etapas de un recorrido que va desde el nuevo nacimiento hasta la sabiduría. Entre las secuencias más dialógicas queda espacio para algunos videoclips de hermosos planos de paisajes del inmenso territorio norteamericano acompañados por las composiciones de Eddie Vedder realizadas para este proyecto. Textos e interpretaciones intimistas y sugestivas que nos atrapan y dan forma a la voz interior de Chris de manera inmejorable.
Para disfrutar de la película hay que creer un poco en la elección radical de su protagonista, compartir su curiosidad y profundo deseo de libertad. El final es trágico pero el mensaje que el verdadero Christopher McCandless deja en el autobús, “he tenido una vida feliz y doy gracias al señor, adiós a todos y que dios los bendiga”, sugiere que finalmente haya logrado una satisfacción a su deseo último de libertad. Poco antes del final, el protagonista, llorando, apunta en un libro: “la felicidad sólo es real cuando es compartida”; lo que nos indica quizá el sentido último de su huida. Como escribiera Byron: “Huir de los hombres no quiere decir odiarlos”.
Artículo publicado originalmente en Fac magazine.
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