A propósito de Daniel Silvo

¿El arte nos podría salvar de un desastre nuclear?

Daniel Silvo (Cádiz, 1982) ha desarrollado sus ideas desprejuiciadamente por varios medios de expresión aunque con especial inclinación, como él mismo lo reconoce, a través del vídeo. “Sólo hay que darle a un botón y listo”, me dice el artista y comisario a modo de justificación. Y no es la pereza (aunque quizá un poco también) y sí un espíritu práctico el que lo está llevando cada vez más a esta preferencia y a cuestionar la conveniencia y la utilidad de realizar obras físicas que ocupen un espacio, obras que, si no se venden -y es difícil vender arte hoy y en cualquier momento-, los artistas tienen que ir acumulando en sus estudios o casas, corriendo el peligro de que sean sus propias obras las que les echen de sus pisos.

Un vídeo se puede almacenar en un disco, en un USB, en el ordenador; mandarlo a galerías y concursos es muy fácil y se puede proyectar en cualquier pared. Varios puntos a favor aunque -y esto lo he constatado personalmente muchísimas veces- también es difícil retener la atención de los visitantes de galerías si de lo que se trata es de mantenerlos quietos durante 10/20/30 minutos en un lugar que a veces no es demasiado cómodo para visionar un film como lo puede ser una galería independiente de pocos metros cuadrados, a veces sin siquiera sillas.

Uno de los últimos trabajos de Daniel Silvo, La casa, el búnker y la ruina (35 min., 2012-2013), es un cortometraje (rodado en Holanda, España y México) que reflexiona e ironiza sobre la función e importancia que ocuparía la arquitectura moderna, el diseño y el arte en una situación de desastre nuclear (aunque para el caso podría ser cualquier tipo de desastre), en la que se priorizan necesidades en pro de la supervivencia. Bajo esta proposición hipotética, Silvo desarrolla el sentido que tendría conservar y valorar el arte entonces.

Las viviendas neoplasticistas nos protegerían débilmente a causa de sus materiales poco resistentes y sus enormes ventanales. Tampoco parece una buena idea resguardarse bajo algún mueble de diseño, los cuales han sido pensados más para verse que para usarse. Ya en el búnker, una pareja de coleccionistas de arte (gente adinerada, por supuesto) se aferra a preservar las obras que han ido comprando a lo largo de su vida hasta que se ven obligados a quemarlas para combatir el frío que les está matando, no sin antes realizar una reproducción en las paredes para al menos recordar cómo eran e intentar preservar esa conjunción de ideas. “La mejor forma para conservar una obra es copiándola”, me afirma el artista cuando le hago indagar en el tema y al parecer sus siguientes movimientos irán encauzados bajo esa premisa.

La última parte del film se desarrolla años después, en el momento en que unos niños encuentran las ruinas del búnker y le piden a su abuelo que les explique el porqué de esas pinturas. Éste reinterpreta su significado de una manera totalmente distinta, confiriéndoles una cualidad ancestral y hasta mística.

En éste tramo final, Silvo parece ahondar en su interés por la relación y los posibles vínculos entre el arte y la gente ajena a éste, un aspecto que le ha inquietado desde hace tiempo. Me remito a trabajos como Y Dios creó la política, realizado junto a Nicolás Laíz, una entrevista a Xabier Arzalluz, ex presidente del PNV, en el que los artistas buscaron retratar su pensamiento político a través de su postura con respecto al arte, como cuando habla del Guggenheim: “Nosotros no éramos gente interesada en el arte de verdad, lo que queríamos era crear un punto de atracción y lo conseguimos. Todos estuvieron en nuestra contra, incluidos los socialistas, cuya única aportación fue pedir la reducción del proyecto, y sin embargo ahora todo el mundo reconoce el efecto Guggenheim”.

Otro ejemplo de esta inquietud bien pudiera ser Dibujos X Objetos (2013), un proyecto compartido con Ugo Martínez Lázaro en México D.F., el cual consistió en, primero, una recopilación de objetos que obtuvieron de diversas personas de toda índole a cambio de un dibujo de ese mismo objeto realizado por alguno de los dos artistas, y, segundo, la exposición de todos esos objetos como si de un tianguis se tratara, con la opción de que los paseantes que se cruzaban con ellos pudieran llevarse alguno de esos objetos a cambio de que lo dibujaran.

Daniel-silvo-dibujos-x-objetos-ART-FAC-MAGA

Daniel no sólo me habla de la manejabilidad del vídeo como un punto a favor, también de su reciente necesidad de contar una historia. Le pregunto entonces si se empieza a sentir como un cineasta y me dice que no, que él proviene de una educación artística y no cinematográfica. Y la verdad es que ese perfil se nota claramente: 1) No siente reverencia hacia el cine, no lo respeta e idolatra como a un dios, como sí tienden a hacerlo los cineastas; sirva como ejemplo Black and White Horses, un proyecto del 2010 en el que Silvo manipula escenas de ese peliculón llamado High Noon (Fred Zinnemann, 1952) para dejar sólo el sonido que generan los caballos que aparecen en el film, lo cual, por momentos, resulta de lo más cómico. 2) A veces sus actores actúan raro y eso es debido, pienso, a que son dirigidos por una lógica interna de quien ha pasado más tiempo entre la extrañeza que se exhibe en galerías que en la perseguida naturalidad que se proyecta en pantallas de cine o las tablas de un teatro. 3) Sus trabajos en vídeo hasta ahora se habían caracterizado más por el desarrollo de una idea conceptual que por un relato: en Star Wars (2012) observamos un aparato SEIKO 2000 de 1983, el primer reloj-ordenador capaz de guardar textos de 1000 caracteres en cada una de sus dos memorias. De él va surgiendo un trozo de papel en el que se pueden leer citas sobre la carrera espacial. En otro vídeo, Technoaceitunas (2002), uno de los indiscutibles hits en la carrera de Silvo (aunque al artista ya no parece hacerle mucha gracia), acontecemos al enloquecido baile de unas aceitunas que se contonean en un plato contorsionado por el artista.

Por ello, como espectador, siento curiosidad por sus futuros trabajos en vídeo y me pregunto cuál podrá ser su evolución. Sin embargo, encuadrar a Daniel Silvo como un vídeo-artista no sería adecuado ya que su currículum nos indica que estamos ante un artista muy productivo, multidisciplinario (fotografía, instalación, intervención, escultura, pintura, grabado, dibujo, papiroflexia…) y de un amplio rango de intereses que van desde la Guerra Fría hasta la variabilidad (poética) en que un billete se puede plegar. Por ello también es un personaje un tanto escurridizo porque etiquetarlo no es tarea fácil (aspecto para nada negativo, al contrario). Sin duda, se trata de uno de los artistas más interesantes en el actual panorama nacional.

Making of de la primera parte de La casa, el búnker, la ruina:

Tráiler de la seguda y tercera parte de La casa, el búnker, la ruina:


Artículo publicado originalmente en Fac magazine.


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