Juan Lucas y La Quinta de Mahler, a contracorriente

El espacio-tienda dedicado a la música académica-clásica La Quinta de Mahler cumple su primer año de actividades en Madrid mostrando gran vitalidad en su quehacer y alto riesgo en sus apuestas, logrando ya convertirse en un lugar de referencia.

Desde mediados de diciembre del 2013 se halla ubicada en la calle Amnistía, 5, de Madrid, a pocos metros del Teatro Real, el espacio-tienda dedicado a la música académica-clásica La Quinta de Mahler, feliz y necesaria continuación de lo que en otros tiempos había sido Diverdi, toda una referencia en España en cuanto a distribución y promoción de música culta que inició actividades en 1990 y que tuvo que cerrar el espacio que tenía en la calle Santísima Trinidad, 1, en el verano del 2013. Muchos melómanos lamentaron profundamente el deceso de Diverdi pero luego, no muchos meses después, dieron saltos de alegría cuando se enteraron de la apertura de La Quinta de Mahler (desde ahora LQM).

Tuvimos ocasión de charlar con Juan Lucas, director tanto de la extinta Diverdi, como del ahora vital espacio ubicado en el evocador barrio de los Austrias, así como editor de El arte de la fuga, publicación online donde se dejan ver firmas de la talla de Blas Matamoro, Arturo Reverter, Fernando Fraga, Pablo J. Vayón, Stefano Russomanno, entre tantas otras plumas de la élite periodística de la música clásica en España. La conversación tuvo lugar en el Café de los Austrias.

La Vida Útil (LVÚ): Juan Lucas, ¿en qué momento de tu vida te descubriste melómano?

Juan Lucas (JL): Yo creo que prácticamente desde cuando debía de estar en el líquido amniótico porque yo desde niño era muy cantarín, tenía mucho oído y repetía todas las melodías que sonaban en el tocadiscos de mi padre.

LVÚ: ¿Te viene de familia entonces?

JL: No necesariamente; en mi casa son bastante poco musicales, salvo quizá mi padre, quien era aficionado a la música clásica y sobre todo al jazz. Pero realmente ha sido muy personal y muy espontánea mi vinculación y mi amor por la música… mi pasión más que amor. Pero bueno, en general desde siempre me ha gustado el arte, la expresión.

LVÚ: ¿Cómo es que decidiste emprender Diverdi allá por 1990?, ¿cómo recuerdas tus inicios?

JL: Diverdi empezó como suelen empezar estas cosas que acaban saliendo bien, por una carambola a raíz de una mala experiencia, en mi caso con el cine. Yo era muy joven, trabajaba en el ámbito cinematográfico aquí en Madrid, me metí en camisas de once varas, empeñé el poco dinero que tenía y el que no tenía en una película underground –que ahora no te voy a decir cuál es, porque no viene al caso- y me quedé a dos velas, con unas deudas tremendas. Entonces un amigo inglés que trabajaba aquí en Madrid me propuso montar una distribuidora para traer discos raros de música clásica; a mí me pareció muy excitante la idea, muy atractiva, y empezamos con ello. Al principio empezamos a traer discos de los que entonces se llamaban “piratas”, grabaciones en vivo, raras, de cantantes y directores de los años 40, 50, 60, y la cosa enseguida fue cogiendo cuerpo hasta tal punto que me absorbió y en poco tiempo se convirtió Diverdi en una referencia, en algo mucho más que una distribuidora, en un agente musical.

LVÚ: ¿Y Diverdi siempre estuvo en el barrio de Chamberí, donde se les encontraba hasta el verano del 2013?

JL: No, yo empecé Diverdi en la oficina de mi padre; los primeros seis años estábamos en un cuarto piso, en una oficina destartalada. A la gente le encantaba venir porque aquello tenía algo muy romántico y bohemio: estaban los discos en el suelo, en la bañera, en los armarios roperos, era todo muy a la vieja usanza. Entonces al aficionado, al buscador de tesoros, al buscador de rarezas, le gustaba mucho y le daba morbo, por lo que en poco tiempo el cuarto piso de la calle Zurbano parecía el camarote de los Hermanos Marx, siempre lleno a todas horas de aficionados; claro, entonces todavía no existía internet, ni descargas, ni Youtube ni nada por el estilo, la única manera de escuchar música era comprar un disco y teníamos realmente overbooking permanente, hasta el punto de que al cabo de unos años tuvimos que irnos a otro sitio y nos mudamos a un sexto piso de la calle Eloy Gonzalo. Ahí estuvimos unos años, y luego bajamos a la planta calle y montamos lo que fue el último Diverdi en el año 2004. Aunque, para mí, la mejor época de Diverdi, la más divertida, fue la de los pisos, luego me dejó de interesar, ya no tenía el encanto de entonces.

LVÚ: Tuvo que haber sido muy especial aquello, sin duda. Ahora bien, ¿cuáles son las diferencias entre lo que hacíais en Diverdi y lo que hacéis ahora en LQM?

JL: Diverdi era fundamentalmente una distribuidora –que además tenía una revista, producía, etc.- pero enseguida fue algo más que una distribuidora. A mí siempre me gusta que las cosas sean algo más o distintas de lo que parecen en un principio. En ese aspecto también esta experiencia con LQM tiene que ver con Diverdi porque es algo más, es algo distinto que una tienda, LQM no es una tienda en realidad, es un punto de encuentro, un escenario activo donde pasan y donde se propician sucesos musicales con la excusa de la tienda. La tienda es una excusa al igual que en el caso de Diverdi la distribuidora era una excusa para generar sinergias entre los aficionados a la música, al arte. En ese aspecto tiene que ver, pero esto es otra cosa, LQM está más centrado en el espacio físico de encuentro. Yo reivindico ahora mismo los espacios físicos, la vuelta al antiguo espacio de toda la vida.

LVÚ: LQM goza de una agenda de actividades intensa y sumamente interesante, ¿en Diverdi ya hacíais este tipo de eventos?

JL: No, nunca. Eso es algo completamente nuevo, algo que me lo planteé en su momento en Diverdi, pero me lo planteé en la última época cuando yo estaba también por otra parte decidido a abandonarlo o por lo menos a tomarme un break porque llevaba ya 20 años y estaba cansado, además de que yo me dedico a otras cosas también, a la fotografía, al cine… Mi duda entonces era si precisamente reconvertir Diverdi en otra cosa, adaptarla a los nuevos tiempos y reconvertirla en algo que fuera más como ahora es LQM o irme; decidí lo segundo porque estaba cansado y estuve tres años fuera del circuito musical, desaparecí, lo necesitaba. Eso fue unos tres años antes de que cerrara Diverdi, lo dejé todo, me retiré, me dediqué a la fotografía, al cine y a descomprimirme.

LVÚ: Y cuando cerró Diverdi, ¿cómo es que te planteaste seguir con LQM?

JL: El cierre de Diverdi fue progresivo, se veía venir dos años antes de cerrar. Aunque al final no estaba vinculado en ningún caso a Diverdi ni tan siquiera como accionista -lo vendí todo -, seguí manteniendo contacto con ellos cuando vi que iba ya en pendiente cuesta abajo y se veía su final. La verdad es que me entristeció muchísimo pero en ese momento no me planteé nada, sencillamente sentí un gran dolor, una gran pena. Cuando el cierre de Diverdi era ya inminente se me acercó Carlos Céster -fundador del sello Glossa y muy vinculado a Diverdi, sin pertenecer a su estructura, desde prácticamente mediados de los años 90- y me propuso hacer algo para que Diverdi tuviera una continuidad. Al principio me resistí pero también por otro lado me animaron mucho y casi me empujaron mis amigos del mundo de la música que me conocían bien. Finalmente, después de reflexionarlo le dije a Carlos que sí, que íbamos adelante y decidimos montar esta estructura que está dividida por una parte en una distribuidora que es lo más parecido a Diverdi y que ahora se llama Sémele, que es algo de lo que se ocupa Carlos y su equipo en El Escorial, y yo me hago cargo de este nuevo proyecto que sí que era enteramente novedoso y muy arriesgado sobre el papel, porque en el 2013 en España montar una tienda de discos era casi pegarte un tiro en la nuca, así me lo decían casi todos. Pero yo creía firmemente que era el momento de hacer precisamente una cosa así, a mí me gusta ir a contracorriente.

LVÚ: Este diciembre LQM ha cumplido un año de vida, si tuviéramos ya que empezar a recopilar información relevante de esta nueva aventura, ¿cuáles serían los momentos a destacar? A mí me viene a la mente, por ejemplo, la presentación de la nueva colección de música de la Editorial Alianza, todo un éxito (vosotros mismos lo definisteis como record de asistencia en las redes sociales) o la visita del mítico Jordi Savall… ¿qué otros momentos habría que tener en cuenta?

JL: El día de Alianza directamente rompimos las costuras. Yo destacaría en general todo, es decir, precisamente el hecho que desde que abrimos pocos días antes de la navidad del 2013, LQM no ha bajado la guardia y ha mantenido un nivel muy alto de actividad y convocatoria. Resultaría injusto destacar unas cosas sobre otras porque para mí es tan importante y válido el hecho de que hayan venido primeros espadas como Jordi Savall, Paolo Pandolfo, Peter Eötvös, gente así, como el hecho de haber podido hacer cosas para niños, con niños tocando, o con gente tocando para niños. Me gustaría destacar los cuentos de Andersen que hicimos hace un mes o mes y medio [concretamente el 13 de diciembre], ese fue un momento muy lindo porque además ahí se congregaron muchas fuerzas vivas de la escena madrileña: tres actores [Miguel Rellán, Rosa María Mateo, Roberto Álamo], el Trío Arbós e Iñaki Alberdi, y un compositor, Jesús Torres, todos ellos de primer nivel. Otro momento maravilloso fue la semana pasada cuando se produjo el estreno mundial de una obra de José María Sánchez Verdú, Melancholia, interpretado por la violinista Lina Tur Bonet. Quizá haya eventos más llamativos, pero todos tienen un valor per se.

LVÚ: Una pregunta difícil, ¿qué tres discos que se puedan adquirir en LQM recomendarías, independientemente de los gustos de cada cual?

JL: Para los amantes de la música antigua, recomendaría una de las para mí más importantes novedades del año pasado, la Brockes-Passion de Reinhard Keiser que publicó el sello Rameé con el grupo Vox Luminis y Les Muffati, que fue un auténtico descubrimiento, una obra bellísima, antecesora de las grandes pasiones de Bach y de una calidad interpretativa asombrosa. Es un disco que cada vez que pongo en el equipo de LQM, quien anda por ahí se lo acaba comprando porque es irresistible, de una belleza acongojante; luego, siendo LQM, voy a recomendar, ya que se ha editado ahora en un estuche económico, el ciclo integral de Mahler de Klaus Tennstedt, a quien José Luis Pérez de Arteaga considera el mejor director mahleriano del siglo XX, que es mucho decir. El tercero sería algún disco del siglo XX; me ha gustado mucho la integral de Sibelius que ha grabado John Storgards con la Filarmónica de la BBC en Chandos; una integral magnífica, para mí la mejor de las integrales modernas, con un sonido espectacular.

LVÚ: Habrá que escucharlos con atención entonces. Juan Lucas, se viene anunciado la muerte de los formatos físicos desde hace ya un buen tiempo, ¿crees que esto sea un hecho inminente?

JL: Llevan matando al buey veinte años y no acaba de morir. Somos muy maximalistas en general, nos acogemos a la novedad y pensamos que va a acabar con lo antiguo. Al final, una vez la novedad se metaboliza, no impide que haya coexistencia. Pienso que los formatos físicos van a existir siempre, salvo que alguien descubra una manera de deshacer nuestras propias moléculas y convertirnos en seres etéreos e intangibles; nosotros somos físicos y necesitamos lo físico en cualquier caso. Es como si inventaran la comida digital, ¿desaparecía la física?, no, porque a la gente le gusta saborear, oler, mascar… Lo tengo claro en cuanto al libro, ya que tiene una historia detrás que hace impensable que pueda desaparecer totalmente y que el formato digital se lo vaya a acabar comiendo. En cuanto a la música, siendo formatos muchísimo más recientes que han experimentado cambios, pues es posible que el formato físico acabe representando una pequeña porción, pero no creo que vaya a desaparecer por completo, o por lo menos no lo preveo en las próximas generaciones. Pasa un poco lo mismo que con el tema de los espacios físicos de las tiendas, creo, y eso lo he demostrado con LQM, que la gente una vez ha metabolizado todo lo que ofrece internet, la posibilidad de tener contacto con tanta gente al mismo tiempo y la inmediatez, se da cuenta que también necesita el contacto físico, y si se lo ofreces bien, la gente responde, y eso no quiere decir que vayan a dejar de comprar en las tiendas virtuales o descargar, de vez en cuando se pasarán por una tienda, a ver, tocar, y sobre todo a compartir experiencias físicamente con otras personas. El internet no se lo va a comer todo, no somos tan unívocos. Quizá internet ha empobrecido un poco la manera de acercarse e interactuar con la música, eso se podría debatir. Y que se acceda a ella y no se pague, ese también es un tema grave…

LVÚ: ¿Culturalmente hablando, qué echas de menos de una ciudad como Madrid y de un país como España?

JL: Echo de menos mayor profundidad y respeto. Todavía hay una gran elementalidad en este país a la hora de aproximarse al arte y a la cultura, se funciona mucho por modas, impulsos, cuestiones superficiales, secundarias; falta educación, formación, no sólo en el ámbito cultural sino en todo. Sin una formación y una educación el acceso a la cultura es siempre muy limitado, la cultura te da mucho pero exige un esfuerzo, una dedicación, intensidad en el acercamiento que implica una educación que en este país se sigue sin valorar.

LVÚ: Según tu punto de vista, ¿cuál es el estado actual de la música académica?, ¿avanza o se encuentra estancada y dando vueltas sobre sí misma?

JL: Está igual de estancada que las otras disciplinas artísticas; hay una cierta perplejidad en las artes de hacia dónde se va. Hasta hace poco se creía en el progreso, el avance, la vanguardia, que lo siguiente era mejor que lo anterior, hoy todos los mitos del postmodernismo han caído, y por un lado está muy bien pero por otra parte ha dejado a la gente perpleja, como si el arte en general, la cultura, ya lo hubiera dicho todo y sólo fuera dar vueltas sobre lo mismo, sin embargo seguimos siendo sujetos espirituales y tenemos una profunda necesidad de expresión, comunicación, y el arte es el vehículo, con lo cual nunca se va a dejar de hacer. Reivindicaría el concepto de artesanía, creo que precisamente hace falta bajar de ese pedestal la idea de que los grandes artistas eran dioses o semidioses a los que había que adorar, emular, etc., y volver al viejo concepto medieval, renacentista, del artista como un artesano, como alguien que hace algo no para iluminar o para tener grandes revelaciones, sino sencillamente para ornamentar la vida y abrir nuevas capas que te hagan entender los aspectos de la vida en múltiples facetas. Desmitificar el arte para que recobre su auténtico valor.

LVÚ: ¿Crees que los compositores de hoy definen una época o que están hablando en su torre de marfil?

JL: Creo que la torre de marfil se ha resquebrajado, en la segunda mitad del siglo XX se produjo una brecha casi insalvable entre los compositores y las audiencias como no se había producido en ningún otro arte. La grieta se abrió debido en gran parte al dogmatismo que hubo después de la guerra en cuanto al tema de la creación musical, prácticamente quien no compusiera según los métodos seriales, atonales, dodecafónicos, etc., era condenado a las tinieblas exteriores y alejado de cualquier debate crítico. No hay más que pensar que hasta hace poco tiempo, para gran parte de la crítica e incluso del público alemán y francés, Sibelius era sinónimo de reaccionario, no se podía hablar de él si querías hablar “en serio” de música. Una cosa tremenda. Esos mitos han caído y hoy en día hay una gran coexistencia, tantos estilos como creadores. Quizá ese sea el problema, que hay tanta diversidad que realmente cuesta orientarse entre tal cantidad de oferta. Hay para todos los gustos y se vive un momento relativamente interesante; ahora, por otra parte, quizá es un momento que no produzca o favorezca la aparición de grandes talentos como los del pasado, es muy difícil pensar que hoy aparezca un Beethoven y ni tan si quiera un Mahler, ¿por qué?, ¿por qué?…

Juan Lucas durante su conferencia sobre "Muerte en Venecia" de Benjamin Britten en La Quinta de Mahler el día 27 de noviembre.

Juan Lucas durante su conferencia sobre «Muerte en Venecia» de Benjamin Britten en La Quinta de Mahler el día 27 de noviembre 2014. FOTO: Joaquín Guijarro.

LVÚ: Nos falta la perspectiva histórica, supongo. Juan Lucas, sé que eres un gran britteniano, ¿qué te pareció el montaje que se pudo ver de Muerte en Venecia hace poco en el Teatro Real?, ¿le hizo justicia a los 41 años que tuvieron que esperar los aficionados madrileños para poder verla aquí?

JL: Habida cuenta de las memeces que se ven hoy en día en tantos escenarios del planeta por parte de directores de escena que se creen protagonistas absolutos y que directamente mixtifican las obras hasta el punto de hacerlas irreconocibles, el montaje de Willy Decker era muy digno y explicaba la obra, no iba en contra de ella, a mí me basta con eso. Haciendo la paráfrasis con el gondolero, remaba en la misma dirección de Britten y no iba en contra de Britten.

LVÚ: Tu intensa actividad tanto en LQM como en El arte de la fuga, ¿te dejan tiempo para desarrollar tus otras inquietudes, a saber la fotografía y la cinematografía?

JL: El proyecto de LQM me ha absorbido de tal manera que ahora mismo tengo prácticamente abandonadas todas esas facetas mías hasta el punto de que tengo una película, una foto-ópera que he hecho sobre Gianni Schicchi, todavía sin montar. Está “filmada” -es una ópera contada con fotografías-, falta hacer el montaje pero es un montaje complicado puesto que es montar imágenes fijas y darles un sentido, una apariencia de movimiento junto con la música, y lo tengo empantanado porque no cuento con tiempo para ello, desgraciadamente, y lo echo mucho de menos. Pero bueno, hay momentos para todo en la vida, hay ciclos, y ahora mismo estoy pasando este ciclo y LQM es mi creación… ¡Hombre!, estoy haciendo el libreto de una ópera que se va a estrenar el año que viene en el Teatro Colón de Buenos Aires, una obra de Fabián Panisello, una adaptación de una obra teatral de Albert Camus, El malentendido. Se estrena en primavera de 2016 y luego en Viena, posteriormente vendrá a Madrid casi seguro.

LVÚ: Qué buena noticia. Juan Lucas, es difícil encontrar trabajo fotográfico tuyo en la red, ¿por qué te exhibes tan poco?

JL: Es verdad, tienes toda la razón. En fin, me da vergüenza, no tengo contestación a esa pregunta. Soy mal vendedor de mí mismo, tenía una página web pero no me acababa de satisfacer, la cerré hace un par de años queriendo reformarla, y entonces me metí en el proyecto de LQM y no me ha dado tiempo tampoco, pero debería hacerlo y prometo hacerlo lo antes posible.

LVÚ: En materia cinematográfica, has colaborado con gente como Montxo Armendáriz, Iván Zulueta, Félix Rotaeta y Paco Lucio, aparte de lo que me acabas de comentar sobre tu foto-ópera de Gianni Schicchi ¿en qué otros trabajos te has involucrado?

JL: Como fotógrafo hice hace unos años una película con el director austriaco Günter Schwaiger, un documental que tuvo mucha repercusión porque era el retrato de un ex oficial de las SS alemanas que vivía aquí en Madrid, fue una película tremendamente polémica en su momento. Le dieron el primer premio en el festival de Valladolid, pasó por varios festivales, estuvo mucho tiempo en salas cinematográficas aquí en España, también en Berlín, Viena, París, se vio en todos los continentes. Se titula El paraíso de Hafner. Esta fue mi penúltima película anterior a Gianni Schicchi aunque ya tiene 6 ó 7 años [se estrenó en el 2007]; anteriormente hice también con Elías Querejeta un documental en Bolivia sobre los Aymara, esto fue a primeros de siglo, 2001-2002, se estrenó en 2003. Estos han sido mis últimos trabajos.

LVÚ: A propósito, ¿qué fotógrafos y cineastas te han marcado?

JL: A mí el cineasta que más me ha marcado ha sido Robert Bresson, sin duda; el que más me gusta eso ya es otra cosa, depende, yo tengo una admiración absoluta por Chaplin, me parece uno de los grandes genios del siglo XX y sus grandes películas las considero como cimas inalcanzables, las veo una y otra vez, no me canso nunca de ver La quimera del oro, Luces de la ciudad, El gran dictador, Tiempos modernos y tantas otras. Pero como influencia, alguien que me haya marcado mucho fue Robert Bresson, que además es el único que me ha instigado a un acto de mitomanía, es decir, de ir a visitarlo, soy poco mitómano y sin embargo a Bresson lo llegué a conocer personalmente, tuve el honor de estar dos veces en su casa a solas con él durante una tarde entera departiendo; es una de las pocas medallas que me pongo y que exhibo con un gran orgullo. En cuanto a fotógrafos, me marcó mucho el otro Bresson, que empieza con Cartier, Cartier-Bresson, en el terreno fotográfico que yo me movía especialmente al principio porque yo soy periodista de carrera y Cartier-Bresson es sobre todo un fotoperiodista, se puede encuadrar en ese género, y consigue precisamente sintetizar o conjugar ámbitos aparentemente tan lejanos como es el reportaje periodístico con el arte supremo, la máxima consecución artística. Y por supuesto es padre de tantos fotógrafos y tantos estudios. Recientemente sí hay fotógrafos que me han marcado precisamente cuando yo mismo también he ido buscando otros caminos que fueran más allá de la fotografía social que hacía al principio. Hay bastantes pero diría dos que tienen tipos de fotos muy distintas, uno sería Robert Adams y otro sería William Eggleston.

LVÚ: Finalmente, Juan Lucas, ¿cuál es la clave para enganchar a la gente a la música?, ¿cómo hacer para que haya más melómanos?

JL: No tengo clave ninguna porque nunca he reflexionado sobre ella pero quizá si me conoces y ves lo que hago, la clave sea transmitir el entusiasmo, tenerlo, que no sea impostado, que sea auténtico, genuino, es decir, amar algo, en este caso el arte, la música, la pintura… y luego transmitirlo, esto es un acto de generosidad, es un acto de dar, de saber dar, transmitir una pasión, una emoción; la gente se contagia, normalmente las grandes aficiones artísticas se crean por contagio.

Un contagio que se seguirá expandiendo progresivamente a lo largo de la agenda de LQM. Entre sus próximas actividades se hallan programadas el encuentro con Fabio Biondi (27/01), la presentación del disco Un viaje a Nápoles de la arpista Sara Águeda (29/01), la violonchelista Sol Gabetta presentando su último trabajo discográfico, The Chopin Album (30/01), un recital de música de cámara con nuevos talentos (13/02) y toda una serie de cursos que tendrán lugar desde enero a junio.

Como primicia, Juan Lucas nos ha revelado que aproximadamente en la primera quincena de marzo, se proyectará en LQM, coincidiendo con el concierto que el director de orquesta Pablo Heras-Casado ofrecerá en el Teatro Real interpretando el War Requiem de Benjamin Britten, la película de mismo nombre dirigida por Derek Jarman y estrenada en 1989. Habrá que estar atentos y llegar temprano a los eventos, porque cada vez es más difícil hacerse de un lugar. La Quinta de Mahler es una realidad consolidada.


Fotos: Joaquín Guijarro.


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