LAIA FALCÓN. La ópera. Voz, emoción y personaje

La autora plantea, más que una recopilación de datos o un frío análisis académico, una narración fresca y novelada en la que la peculiar y mutante protagonista, la ópera, va sorteando toda clase de aventuras y desventuras desde el siglo XVII hasta nuestros días.

La-ópera-Alianza-portada-LVúOriginal, ameno, cercano y simpático el acercamiento a la historia del arte lírico el que propone Laia Falcón en La ópera. Voz, emoción y personaje, tercer título junto a El piano. 52 + 36 de Justo Romero y El cuarteto de cuerda. Laboratorio para una sociedad ilustrada de Cibrán Sierra, con los que la editorial Alianza abre una interesante y reivindicable rama musical en su catálogo.

La autora de este título –cantante, Doctora en Sociología del Arte por la Universidad Sorbonne y Doctora en Comunicación Audiovisual por la Complutense- plantea, más que una recopilación de datos o un frío análisis académico, una narración con tal frescura que si por alguna razón no estuviésemos conscientes que lo que estamos leyendo es, de hecho, la historia de la ópera, creeríamos que es un cuento inventado por ella, en la que la peculiar y mutante protagonista, la ópera, va sorteando toda clase de aventuras y desventuras siglo tras siglo desde el XVII hasta nuestros días, ramificándose, evolucionando, proyectando luces para comprender más al arte y al ser humano, superándose a sí misma, transformando su apariencia pero conservando su esencia, estrenando vestidos, siendo alabada y protegida por unos y abucheada y perseguida por otros, encontrando por el camino amantes (compositores, cantantes, libretistas, empresarios teatrales, directores de orquesta, aficionados, sociedades enteras…) que con su amor la elevaban a ese nivel al que sólo pueden pertenecer las más grandes manifestaciones humanas, a su vez anclándola firmemente en el espacio terrenal, demandando su debida atención, mostrando y demostrando su importancia en la instrumentalización del alma de la humanidad.

Tal es el estilo «fabulado» o novelado de este libro, con sus metáforas curiosas pero ilustrativas, que algunos pasajes pudiéramos leérselos -cuidando la debida sintonía cómplice hacia los matices de lo relatado- a nuestros sobrinos, hijos, nietos, para compartir con ellos o introducirles el fascinante cosmos del arte lírico de una manera que podría excitarles.

La aventura comienza en los carnavales de Mantua del año 1607 en que se representó La fábula de Orfeo de Claudio Monteverdi, encargo de la familia Gonzaga, evento singular en el que los interlocutores hablaron en música. Si bien no es la primera ópera que se tiene constancia –antes ya estaban Dafne (estrenada en torno a 1598) y Eurídice (1600) de Jacobo Peri, la primera perdida; la Rappresentatione di Anima, et di Corpo de Emilio de Cavalieri, estrenada en 1600 unos meses antes que Eurídice, y de la que se debate si es ópera u oratorio; y la Eurídice de Giulio Caccini de 1602-, sí se señala a La fábula de Orfeo como la primera ópera tal como se concibió posteriormente el género hasta nuestros días, resultando ser, desde el punto de vista historiográfico, la “cómoda” y prácticamente consensuada casilla de arranque de esta manifestación artística. La ópera, pues, había nacido italiana y lo seguiría siendo por un montón de años.

Laia Falcón, autora de "La ópera. Voz, emoción y personaje".

Laia Falcón, autora de «La ópera. Voz, emoción y personaje».

A partir de aquí, la ópera vivirá multitud de vaivenes. Desde las fanfarrias barrocas de Händel y la fascinación por el timbre de los castrato, hasta Debussy, Strauss, Schönberg, Berg, Shostakóvich, Britten y Glass, la conquista de la ópera abstracta, neuronal y atonal que propulsaron las vanguardias del siglo XX, la mixtificación de montajes contemporáneos sobre títulos clásicos, la perplejidad y neblina aparentemente sin sentido de lo que llevamos de siglo XXI, y el posible agotamiento del género; pasando por las reformas de Gluck que buscaban el equilibrio musical en pro de la acción dramática en contraposición al bel canto italiano que atendía demasiado a las acrobacias y fuegos pirotécnicos vocales; continuando por los ecos que anunciaban nuevos tiempos de consciencia social que se distinguen en Las bodas de Fígaro y La flauta mágica de Mozart; siguiendo por el éxito de tres italianos que sedujeron a Francia: Rossini, Donizetti y Bellini; parando a contemplar la grand opéra francesa de Meyerbeer, dejando patente cuál era la nación dominante entonces; riendo luego con las comedias absurdas y disparatadas de ese espíritu libre llamado Offenbach; asistiendo al ascenso y coronación de Verdi como la gran figura del arte lírico italiano del XIX y de todos los tiempos; conteniendo la respiración ante esa cumbre colosal del arte escénico que es Richard Wagner; observando nostálgicamente cómo Puccini, el último príncipe del verdadero arte lírico, despedía un siglo de gloriosas proezas artísticas y una manera de entender la ópera, desplegando en sus obras un canto de cisne de lo que ya no sería más…

Laia Falcón, locuaz, imaginativa y teatrera, también se detiene comentando/narrando el contexto social en que se insertan cada uno de las etapas que vivió la ópera, la importancia de géneros como la zarzuela, el singspiel, la opéra-comique, el musical anglosajón, que combinan partes cantadas y habladas. La autora asimismo reflexiona sobre la figura y el papel de la mujer a lo largo de la historia de la ópera, y el cultivo del arte lírico en otros países que durante mucho tiempo se consideraron periféricos al género, como España y América Latina, los países nórdicos y eslavos.

El lector que se acerque a este libro terminará enamorado de su protagonista, la ópera. Todo un acierto.


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