Santa Clara. Leyenda de Sevilla: ruinas y prisas

Si algo salva esta “Santa Clara. Leyenda de Sevilla” del naufragio es el meritorio trabajo de un magnífico elenco de actrices (y actor). Todas están creíbles en sus diversos roles, todas sacan adelante sus múltiples personajes con matices, con fuerza, con valor.

Santa-Clara.-Leyenda-de-Sevilla-art-LVÚTeatralizar pasajes del pasado en edificios históricos, especialmente cuando son el lugar donde los hechos ocurrieron, se ha convertido ya en un clásico de la escena sevillana veraniega. Y a ello ha dedicado Producciones Imperdibles gran parte de su actividad estival de las dos últimas décadas con notable éxito. Para el recuerdo quedan el ciclo de “Personajes y mitos históricos sevillanos” que durante tantos años albergaron los Reales Alcázares o hitos como la Carmen en la antigua fábrica de tabacos.

Para la reinauguración del espacio escénico creado en la década de los 80 del pasado siglo en el evocador entorno de la Torre de don Fadrique, Producciones Imperdibles nos trae Santa Clara. Leyenda de Sevilla, una actualización de otros espectáculos que la misma compañía había representado en el claustro del Monasterio de Santa Clara, dentro del cual también se encuentra la Torre.

Tenemos que acceder al espacio a través de una sala de exposiciones en penumbra donde cuelgan los Murillos y Picassos de la colección Abelló custodiados por guardas de seguridad armados, nos adentrarnos luego en zonas del monasterio que aún no han sido restauradas, apenas cubierta su ruina por unos paneles provisionales. Todo ello deja patentes las prisas por inaugurar de nuevo este espacio, prisas que seguramente están en el origen de todos los males de que adolece esta representación. Finalmente aparece ante nosotros, altiva, incólume, como si los siglos no hubieran pasado por sus muros, la Torre de don Fadrique, único resto visible del palacio que en este lugar de Sevilla se hiciera construir el hijo de Fernando III el Santo. La luz declina, la brisa arrecia y unos cantos monacales dan comienzo a la representación.

Por el escenario pasarán las últimas monjas habitantes del Convento de Santa Clara, que en un arrebato de valentía han decidido convertir al teatro en su tabla de salvación para evitar la ruina económica que amenaza con llevar a la desaparición a una comunidad con siete siglos de historia a sus espaldas. Representarán las historia de los personajes que habitaron primero el palacio y luego el monasterio y con ello piensan obtener no sólo su sustento sino el dinero suficiente como para restaurar un edificio varias veces centenario.

Aunque el argumento es interesante y el punto de partida sugestivo, el guion naufraga en varios puntos. Un espectador que no conoce previamente las historias narradas pierde fácilmente el hilo de la narración, hay hallazgos visuales muy sutiles, como el de la leyenda del perejil, pero que dejan toda la historia sin sentido para quienes no conocen la leyenda. La parte final está cargada de humor, pero no deja de ser un añadido que encaja con dificultad en lo narrado previamente e introduce personajes desconocidos sin apenas explicar qué hacen allí. El resultado es un conjunto inconexo e irregular de historias apenas hilvanadas unas con otras, una representación carente de la argamasa que la haga funcionar en conjunto.

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Si algo salva esta Santa Clara. Leyenda de Sevilla del naufragio es el meritorio trabajo de un magnífico elenco de actrices (y actor). Todas están creíbles en sus diversos roles, todas sacan adelante sus múltiples personajes con matices, con fuerza, con valor. De entre ellas descuella la sutil interpretación de Antonia Zurera y muy especialmente la rotunda capacidad de Belén Lario para llenar de fuerza y credibilidad los personajes masculinos y para dotar de versatilidad humorística al último de los femeninos.

Quizás no sean del todo achacables a José María Roca y a Producciones Imperdibles los desaciertos de la obra. Si las prisas electorales, tan evidentes en la apertura del espacio, han afectado también a la producción, pueden estar en la raíz del problema. El teatro necesita de un tiempo de preparación, de reflexión, de creación y de ensayo, que quizá en este caso han tenido que acortarse en exceso. Y las prisas al teatro no siempre le sientan bien.


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Un comentario

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  • Víctor L. Briones
    12 julio 2015 at 9:06 am - Reply

    Apuntado lo que comentáis sobre el espacio y sobre la obra. Interesante, no obstante, a pesar de este fallido primer resultado, la posibilidad de disfrutar de un espacio escénico muy particular.

  • 336x280ad

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