Rodea el Congreso en Madrid

Jornada tensa: vidrio, fuego y algún charco de sangre...

Desde el surgimiento del movimiento social 15-M en mayo del 2011, me vengo uniendo a varias de las protestas que se llevan a cabo en Madrid con las que solidarizo, convocadas ya sea por esta u otras plataformas ciudadanas. Aunque a muchas no asisto debido a que tengo otros compromisos o porque de plano no me entero (si uno no está del todo atento es fácil que una convocatoria pase desapercibida de entre las muchas que se vienen suscitando cada vez más crecientemente), desde hace unos meses me he propuesto el objetivo de asistir a todas las que me lo permitan las circunstancias, e incluso ya en las últimas dos he ido solo, algo a lo que no me animaba demasiado antes, no por miedo, sino por una especie de estúpida cohibición como la que se siente en una fiesta en la que no conoces a nadie y te quedas como un gilipollas yendo de un lado para otro sin un respaldo amigo.

Puedo decir que en las manifestaciones que he vivido en Madrid he visto situaciones muy distintas y dispares. Buenas y malas. Y puede que precisamente por ir solo esta última vez, el sábado 14 de diciembre a la convocatoria “Rodea el Congreso”, en la que se protestaba por todas las injusticias que está permitiendo y promoviendo el Partido Popular desde su nefasto y oscurantista gobierno, pero sobre todo por la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, también conocida como “Ley Mordaza” que, entre otras regulaciones, pretende disminuir las libertades y derechos de protesta, fue que me tocó presenciar en vivo y en directo lo que los medios de comunicación esa misma noche y especialmente durante el transcurso de los posteriores días calificarían como lo más destacado de la jornada.

La cita estaba concretada a las 19 horas en las inmediaciones del Congreso, a un lado de la Fuente de Neptuno. Dicen que se desplegaron 1500 efectivos de la policía nacional y lo creo porque su presencia se podía distinguir desde lo lejos. Éstos vallaron el Congreso y los manifestantes estuvieron ahí reunidos durante unas dos horas, gritando consignas y ejerciendo presión. “Madrid será la tumba del fascismo”, se oía, y también “la voz del pueblo no es ilegal”, entre otras. Hasta ese momento todo marchaba pacíficamente, entre la multitud uno podía ver gente de todas las edades y de distinto tipo, incluso niños pequeños, como así ha ocurrido casi siempre. De pronto, no sé si porque así estaba organizado o porque surgió de manera espontánea, la gran masa de gente se puso en marcha, apoderándose de las calles cortadas o bloqueando el tráfico en otras. Me adherí a ello como uno más y me fui acercando a lo que yo llamo el “núcleo duro” de la manifestación, es decir, al grupo de chavales que llevan banderas antifascistas y anarquistas, simplemente para ver qué decían y cómo se comportaban; de cuando en cuando lanzaban petardos que estremecían a algún despistado y que, supongo, estallan para poner nerviosa a la policía, como una especie de demostración de poder. He de decir, para que mis palabras no se malinterpreten, que el núcleo duro son en realidad una minoría en las manifestaciones, la mayoría suele mostrarse más contenida, para bien o para mal.

Marchando por la ciudad iba reflexionando tristemente sobre el devenir del país, maltratado por los mismos dirigentes que hace unos años aseguraban que todo iba bien, que el estado de bienestar era una realidad y que no había nada de qué preocuparse. En mis recuerdos comparé esta manifestación con las primeras con las que yo tuve contacto convocadas por el 15-M y noté sustancialmente que aquella alegría y creatividad de la que uno se contagiaba tanto ahora ya se ha disipado, y es normal, la gente está cansada y desanimada porque la situación en vez de mejorar, empeora. Sin embargo, no veo señas de rendición entre los que siguen asistiendo, resisten, pero sí percibo más irritabilidad que antes.

“Arriba, arriba, arriba, arriba con la Goma-2, en los barrios se prepara, en los barrios se prepara, ¡PIM PAM PUM!, la revolución”, cantaban (la Goma-2 es un explosivo de fabricación española, la ETA la utilizaba), haciéndose notar con fuerza por las calles del centro de la ciudad.

En esas estaba cuando llegamos a la Puerta del Sol. Ahí percibí los primeros síntomas de tensión cuando se toparon de frente un grupo de policías con uno de manifestantes que bien podría haber sido del núcleo duro. Éstos les lanzaron una bengala a los otros y hubo un momento de agitación. Pero no pasó nada. Pocos minutos más tarde, en la calle Atocha, sí se armó bien la marimorena: un grupo comenzó a atacar una patrulla de policía hasta romper la luna trasera. A esas alturas ya no sabría decir si éstos eran del núcleo duro que yo seguía o no. De hecho, mirando a posteriori las imágenes se puede apreciar que varios (que no todos) de los, llamémosles, “atacantes civiles”, van prácticamente “uniformados” con el mismo tipo de capucha y vestimenta, o en todo caso una muy similar, así que más de uno piensa que su presencia es sospechosa ya que podrían tratarse de infiltrados de la policía que, cometiendo actos violentos, engañan a la población con el fin de que se justifique el uso de las fuerzas y por tanto la represión generalizada. Si en cambio se tratasen de protestantes movidos sólo por su voluntad, representan todo un dilema que genera tanto simpatía como rechazo en el resto de manifestantes más pacíficos. Este es un tema espinoso y complejo que cabría en otra reflexión y que por ahora omitiré.

Justo en ese momento llegó un bloque de antidisturbios con escudos, cascos y pistolas de balas de goma. El grupo de atacantes civiles volcó un contenedor de vidrio que les sirvió como un buen suministro de botellas. La policía recibió así una serie de impactos ante la atenta mirada de aquellos manifestantes que decidieron no huir, salvaguardándose lo mejor posible y atestiguando la manera en que se desarrollaban los acontecimientos. Fue una batalla campal. Yo miraba todo aquello fascinado, absorbido por la escena, como si de una película se tratase. El tráfico quedó paralizado, no había forma de avanzar o retroceder. Cámaras por aquí y allá. Momentáneo caos.

Finalmente los antidisturbios arremetieron contra algunos de sus atacantes en cuanto tuvieron el margen de poder hacerlo. Vidrio por todos lados y algún charco de sangre quedó de aquello. Regresé en mí cuando me di cuenta que el resto de manifestantes se dispersaba, así que también me moví. Excitado por lo acontecido, busqué qué estaría pasando en otras calles. En la Plaza Tirso de Molina encontré otra escena que me impactó: un contenedor de cartón en medio de una calle ardía intensamente. Las flamas llegaban a las ventanas de los segundos pisos. Una turista anglosajona que pasaba por ahí soltó, con los ojos como platos y una mano en la boca, un sonoro “oh, shit!”. Rápidamente llegó una “lechera” de antidisturbios y nada más bajarse empezaron a soltar porrazos a los que estaban más cerca del contenedor.

Para entonces me había llamado mi chica por teléfono para reunirse conmigo, le dije que no saliera por el metro de Sol porque justo había visto más tensión por ahí y quedamos de vernos en otra estación cercana. Cuando ella llegó el ambiente sorpresiva y casi mágicamente ya se había enfriado mucho. En ese momento en Sol, en el mismo lugar donde apenas hacía unos veinte minutos podría haberse armado otra cámara húngara, ya sólo había paseantes y familias disfrutando de las noches pre-navideñas con alegría, como si nada hubiera pasado…

Buscando un bar donde refugiarnos un rato y comentar la jugada, vimos que por ahí y allá todavía quedaban puntos donde seguía actuando la policía pero ya muy levemente. Sirenas, helicópteros, antidisturbios, gente corriendo, prensa… En cambio, otras zonas aledañas, imperturbables a toda esa guerrilla, seguían su orden habitual, el de un sábado de fiesta a primera hora de la noche cualquiera. Me parece increíble la manera en que se conjugan las dos situaciones en esta ciudad.

Leer las noticias en casa sobre lo mismo que había vivido yo me hizo sentir extraño, como si lo que había visto hacía apenas unas horas tuviese un carácter irreal. La verdad no sé muy bien cómo explicarlo. La multiplicidad de enfoques por los que se puede ver el mundo son infinitos…

Todo parece indicar que la presión social sí les crea regurgitaciones a los mandatarios porque sistemáticamente están buscando la manera de criminalizar a la gente que se manifiesta en su contra y de reprimir cuanto les dé la gana. Incluso piensan comprar un camión que dispara chorros de agua a presión para disolvernos más fácilmente. Les costará medio millón de euros a los mismos que siguen recortando en Sanidad, Educación, Cultura y Felicidad. Así las cosas por acá (también).

Este video del reportero J. Robles para eldiario.es documenta buena parte de lo ocurrido:


Foto: César Hernández.

Artículo publicado originalmente en Satélite Media.

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