Un buen día a Ernesto Halffter le dio por decir: “en mi país hay tres grandes músicos: Falla, mi maestro; yo, que soy su discípulo, y Federico García Lorca”.
Gracias a la editorial Alpuerto, llega este riguroso trabajo que analiza las relaciones del poeta granadino con la actividad y el pensamiento musical. El ensayo lleva por título Ángel, musa y duende: Federico García Lorca y la música (2014); su autor es el conquense Marco Antonio de la Ossa, y entre otras ocupaciones es maestro en Educación Musical, historiador, gestor cultural, locutor de radio, director del Estival Cuenca y autor también de otros libros como La música en la Guerra Civil española (SEdeM, Servicio de Publicaciones de la UCLM, 2011).
Dividido en diez capítulos, de la Ossa ofrece, además de diversos comentarios específicos sobre el tema tratado, un repaso rápido pero muy documentado e ilustrativo en torno a la compleja, rica e icónica figura del poeta, incluyendo las circunstancias de su trágica muerte, así como información sobre el estado de la música durante la Segunda República. Además se incluye la letra y melodía pautada de temas como “Las tres hojas”, “Los cuatro muleros”, “En el café de Chinitas”, “Los pelegrinitos”, “Baile de la Jerigonza”, “Despierte la novia”, entre varias más.
En general el tono de Marco Antonio tiende a la rigidez académica y se echa de menos apreciar más el comentario personal del autor ya que la mayor sustancia del libro se encuentra en las citas a las que de la Ossa recurre, si bien es la propia investigación, bastante sólida como ya he dicho, lo que termina por defender esta interesante publicación.
Todo parece indicar que Federico García Lorca fue, además de uno de los más grandes poetas del siglo pasado (españoles o no), una persona encantadora y magnética, de un atrevido y colorista espíritu musical nato. Comentarios como el de Antonina Rodrigo así lo subrayan:
“Era un todo extraordinario, emanaba tal fascinación de su persona, que a veces parecía un ser irreal. En tensión constante imaginativa, transfiguraba todas las cosas, revelan los más insospechados aspectos de la realidad. Increíblemente lúcida, su inteligencia actuaba sobre las manifestaciones de la vida, adherida a una fe profunda en el hombre, en el arte, en la religión. Todo adquiría en él una alegría contagiosa, derivada de esa fe insobornable, verdadero centro de gravedad del que irradiaba la fuerza espiritual que traspasaba y hacía de él un ser prodigioso de humanidad creadora”.
Y apuntes como el de José Moreno Villa así lo especifican: “Federico era un alma musical de nacimiento, de raíz, de herencia milenaria. La llevaba en la sangre como Juan Breva, Chacón o la gran Argentinita. Daba la impresión de que manaba música, de que todo era música en su persona. Aquí radicaba su poder, su secreto fascinador.”
Según la lectura que puede hacerse leyendo este libro, Federico fue un músico de espíritu y actitud más arrojadiza que académica, más espontánea que disciplinada.
Marco Antonio de la Ossa, en la búsqueda del Lorca músico.
El propio Falla, quien consideraba al poeta no sólo como un amigo, sino como su discípulo y hasta a saber si como un hijo, apremiaba a Lorca para que trabajase más, consciente de sus inconstancias y ánimo vividor; el poeta al habla: “A mí lo único que me interesa es divertirme, salir, conversar largas horas con amigos, andar con muchachas. Todo lo que sea disfrutar de la vida, amplia, plena, juvenil, bien entendida. Lo último, para mí, es la literatura. Además, nunca me propongo hacerla. Sólo que en ciertos periodos siento una atracción irresistible que me lleva a escribir”.
Siempre interesado en explorar una simbiosis entre la expresión popular y la culta, podemos concluir que Lorca fue un músico más del placer que del horror (“Tocaron piezas de Satie, cuyas tendencias musicales interesaban a Federico entonces, si bien no llegaba en su interés al sistema de bases de disonancias de Schönberg”).
Por lo visto no poseía una técnica muy depurada pero lo suplía con una personalidad fascinadora: “la voz de Lorca era mala, carraspeaba y no terminaba de afinar, según contaban sus amigos, pero le encantaba la música y tocaba el piano con una alegría contagiosa” (Álvaro Ribagorda).
El capítulo “Referencias musicales en la obra de Lorca” es uno de los más ilustrativos ya que algunas de sus obras poseían una estructura y esencia como si de una pieza musical se tratase. El propio Gerardo Diego afirmaba que Bodas de sangre tiene estructura de ópera.
El título de este ensayo es apropiado y evocador según estas palabras del granadino: “Ángel y musa; el ángel da luces y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellas). Pan de oro o pliegue de túnicas, el poeta recibe normas en su bosquecillo de laureles. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”.
Otras páginas particularmente atractivas son aquellas que analizan la relación de Lorca con el flamenco, su conocimiento objetivo sobre el tema y aquellas dedicadas a comentar el mítico Concurso de Cante Jondo de 1922, organizado por él y Falla, resultando gracioso la forma en que el poeta lo resumió: “vamos a hacer la fiesta más interesante que desde hace años se ha celebrado en Europa”.
Lorca, “fiel traductor de lo jondo” según Bernard Leblon, “el loquito de las canciones” según él mismo, definió magistralmente así a la música y con esto nos vamos:
“Con las palabras se dicen cosas humanas; con la música se expresa eso que nadie conoce ni lo puede definir, pero que en todos existe en mayor o menor fuerza. La música es el arte por naturaleza. Podría decirse que es el campo eterno de las ideas… Para poder hablar de ella, se necesita una gran preparación espiritual y, sobre todo, estar unido íntimamente a sus secretos”.
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