05/02/2016, Teatro Calderón, Valladolid
Justo 129 años después del estreno de Otello de Verdi, en el Teatro Calderón de Valladolid se representó la segunda de las tres funciones programas del montaje propuesto por Paco Azorín de esta penúltima ópera del maestro de Busseto, obra que estrenó a sus 74 años, demostrando con ello su talante de artista inconforme en una etapa vital en que ya bien podría haber estado viviendo tranquilamente de las rentas y de la fama de sus grandes éxitos como La traviata, Rigoletto o la temprana Nabucco, sin necesidad alguna de componer, y mucho menos sin necesidad de componer obras profundas como esta.
Otello es siempre una obra ambiciosa; cuesta hacerla lucir escénicamente porque su naturaleza es austera y oscura. Y sobre todo, el peso de esta ópera recae casi por completo en la pareja protagonista, Otello y Desdémona. Si la pareja no está a la altura la obra se va a pique. En este caso los nombres en el cartel a priori ofrecían la garantía de que habría un nivel por encima de la media pero desafortunadamente, en parte, no fue así.
Es cierto que Isabel Rey como la esposa de Otello no sólo mantuvo el tipo sino que logró situarse siempre un paso más allá que el resto de los cantantes, salvando las funciones, ganándose merecida y justamente las más grandes ovaciones al final, si bien tampoco llegó a deslumbrar particularmente. Su caracterización fue apropiada, resaltando su esencia pura e ideal.
En cambio Fabio Armiliato no ha tenido buena fortuna en estas representaciones. Antes de iniciar el primer acto se anunció que no se encontraba en plena forma y a lo largo de la noche resultó evidente que así era. Dicen que el día 3 de febrero, en la primera de las funciones, Armiliato pudo sobrellevar con creces el mal estado de su voz y que incluso fue él el elemento clave para que se obrara el milagro teatral, impulsando al resto de implicados, sacando lo mejor de cuantos participaron en el montaje.
Pero el 5 de febrero y especialmente el día 7 (función ésta a la que también asistí pero ya no en calidad de crítico acreditado sino como un espectador más), la moto no terminó de arrancar pese a los esfuerzos y la maña de viejo lobo del tenor italiano.
Desde luego tiene mérito que aún así lograra concluir en una pieza las funciones y que incluso por momentos se viniera arriba, pero un Otello desgastado tiene como resultado un Otello irregular, donde falla eso por lo que vamos al teatro: la evocación ideal de una historia.
La caracterización de Otello no me terminó de convencer porque Armiliato más que un rey moro tenía pinta de artista flamenco tipo Farruquito.
Fallidas, pues, han sido estas funciones o quizá mejor sería decir “no consumadas”. Paco Azorín y el resto de técnicos proponen un montaje que, si bien no se podría considerar de primer nivel, sí se sitúa por encima de la media en la escena española. En toda la estética del montaje predomina un atuendo “macarra”, especialmente en lo que se refiere a Yago (encarnado por un Rodrigo Esteves que me dejó más bien indiferente) y su pandilla de esbirros, una especie de punks que acompañan al manipulador alférez de Otello.
La acción en general es fluida e intensa cuando lo tiene que ser, los recursos están bien empleados y casi siempre funcionan. Al montaje le hace falta intimidad en ciertos momentos (como al principio del III acto), aunque la pareja protagonista sí emocionó en su bellísimo dueto de sublimación amorosa al final del primer acto, con toda seguridad el punto de máxima luz en una ópera tan tenebrista como esta.
¿Qué decir de la dirección musical de Sergio Alapont? Definitivamente insuficiente. A la Orquesta Sinfónica de Castilla y León se le puede extraer un muy buen sonido, pero Alapont dejó que desear e incluso en el III acto, cuando aparece en escena Ludovico (el embajador de la República de Venecia interpretado por un formidable bajo como es Randall Jakobsh), los metales estuvieron notoriamente descoordinados, generando murmullos de confusión y desaprobación entre el público.
El Coro de Amigos de Teatro Calderón realizó un trabajo muy digno para no ser un coro profesional y se implicaron a fondo.
No fue una noche de éxtasis verdiano ni mucho menos, pero tampoco quedamos a disgusto. Faltó precisión, faltó jondura, faltó un Otello vigoroso y en plenitud.
Fotos: Teatro Calderón.
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