Pinocchio (Winshluss, 2009) se ha convertido en un clásico de lo que algunos llaman el punk de la ilustración. Reducir la obra del francés Vincent Paronnaud (La Rochelle, 1970) a un movimiento tan ambiguo como precariamente definido podría considerarse injusto, y más teniendo en cuenta que el autor procura diseccionar las bases de la sociedad y decapitar a todo el que se interponga en su camino cada vez que agarra la pluma, ya sean punks o pertenecientes a cualquier clase social, tribu o agrupación.
El autor francés mereció el premio al mejor cómic del año en el Festival de Angoulême de 2009 con esta obra, revelándose así ante el gran público. Además ha escrito y dirigido la película Persépolis (2007) y Pollo con Ciruelas (2012) junto a Marjane Satrapi, ambas con un reconocimiento internacional que incluye galardones en Cannes y una nominación en los Oscar.
En Pinocchio, reeditado de nuevo por La Cúpula, el autor desmonta el clásico de Collodi y nos presenta al entrañable personaje de cuento como un desalmado robot destructor de aspecto aniñado, creado por Geppetto, un fabricante de armas, con una finalidad meramente económica: venderlo con propósitos militares. El pequeño robot conseguirá eludir a su dueño y tras su fuga comenzará su periplo, durante el cual conocerá a personajes de lo más diversos como el desalmado Stromboli, dueño de una fábrica de juguetes que no duda en usar a niños esclavos como mano de obra (y usarlos como combustible cuando se rebelan o dejan de ser útiles), el horrible monstruo marino resultante de una mutación al exponerse como pez a los residuos radiactivos vertidos en el mar o el holgazán okupa Pepito Cucaracha, que se instalará entre los procesadores de Pinnochio, donde procurará llevar una vida tranquila lejos de acreedores y otros seres indeseables. Este Pinocho no ansía poseer un alma ni persigue objetivos concretos. Su papel se reduce al de catalizador, pues los demás personajes reflejarán en torno a él sus fantasmas, emociones y deseos más sórdidos. Dicho de otra forma: los personajes humanos mostrarán su lado más perverso y desalmado en contraste con la inocencia impuesta del autómata.
Además de tratarse de una crítica mordaz al sistema muy en la línea de Lo que (me) está pasando, de Miguel Brieva, Winshluss dirige algunos de sus golpes contra lo que Disney, por ejemplo, supone a la construcción del relato de tipo cuento: historias de final edulcorado en las que siempre se premia al héroe y se castiga al villano. Una fórmula que a lo largo de los años ha contagiado tanto al cine como a la literatura. En Pinocchio hacen un cameo Blancanieves y los siete enanitos. A estos últimos se los muestra como un bizarro grupo de secuestradores que ejercitan sus sórdidas preferencias sexuales en lo profundo del bosque. Podría decirse con seguridad que una representación teatral o con títeres de esta revisión del cuento de Collodi acabaría con alguien entre rejas de ser exhibida públicamente en España.
En cuanto al apartado propiamente artístico entran en conjunción diversos estilos. Paronnaud juega con estéticas clásicas que a lo largo del relato se van deformando o ensuciando a lo underground y dando lugar a otras diferentes como las asociadas al grabado del siglo XIX o al mundo del tatuaje. Las ilustraciones varían en su cuidado y ejecución y se muestran desde coloristas imágenes representadas en una página completa a escenas tenebrosas trabajadas únicamente con carboncillo. Aunque en un principio pueda parecer chocante, el estilo fluye en términos anímicos de la mano del relato, intensificando en todo momento las emociones del lector, casi como si se tratara de un acompañamiento musical. Llama la atención también la ausencia de diálogos en la mayor parte de la obra, reservándose estos casi en su totalidad a las partes protagonizadas por Pepito Cucaracha (fragmentos dentro de la novela gráfica más cercanos al cómic underground, de ejecución más simplista y una carga menos lírica).
El trabajo editorial no es menos magnífico y esta nueva edición de tapa blanda y gran tamaño convierte al Pinocchio de Winshluss, que construye un laberinto de espejos deformes a partir de los planos estructurales del cuento clásico, en una lectura obligada para los amantes del cómic de autor.
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