01/03/2016, Teatro Real, Madrid. Segundo reparto
Qué suerte que hayamos podido disfrutar en el Teatro Real un montaje de La prohibición de amar (Das Liebesverbot), la segunda ópera del monolítico Richard Wagner, escasamente reproducida desde su estreno el 29 de marzo de 1836, un “pecado de juventud” según el propio compositor, que la escribió con veintipocos, paralelamente mientras trataba de conquistar a Minna Planer, quien habría de ser su primera esposa el mismo año del estreno.
Nos sorprende gratamente descubrir a este Wagner, tan ligero, fresco, risueño, travesuriento y loco. Y si bien está claro que es un Wagner que todavía no es ese artista ante el que todos nos terminamos arrodillando cual Luis II de Baviera, La prohibición de amar, basada en Medida por medida de Shakespeare, es una ópera que, aún con las incoherencias e imprecisiones del libreto, gusta, divierte y convence.
Que nadie piense que por ser su segundo trabajo y ser una comedia, se va a tratar de una partiturilla sin interés. No sólo es que haya un gran espíritu palpitando en la obra, formalmente se sostiene y en su código interno los elementos embonan y funcionan. Eso sí, el estilo musical se podría quizá acercar más a Donizetti que al propio Wagner años después.
La obra cuestiona la hipocresía colectiva e individual, los sistemas autoritarios, la idea del amor libre, los impulsos de nuestra naturaleza, los demonios internos que entre más condenamos en los demás más habitan en nosotros…
Este montaje propuesto por Kasper Holten (dirección de escena) incide en los aspectos más cómicos y absurdos de la trama, mostrando una gran intuición teatral, entregando un gran producto, un gran espectáculo operístico que conecta con el lenguaje del espectador de hoy (se juega con la idea de que los personajes se mandan mensajes de texto y mensajes por WhatsApp mediante sus móviles).
Resulta encantadora la función desde que empieza porque una animación del rostro de Wagner gesticulando al son de la música acompaña el desarrollo de la obertura.
Al margen de esos momentos de más recogimiento, el montaje cuenta con un gran movimiento escénico, potencia, energía, dinamismo, sentido del humor. Todo parece encajar con gracia y soltura.
Más que en ninguna otra ocasión en que le he visto, me ha gustado la dirección de Ivor Bolton al frente de la orquesta.
La prohibición de amar es una ópera vivaz y juvenilmente explosiva que dejó con una sonrisa al público.
Wagner siempre habrá de sorprendernos.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real.
Las fotos pertenecen al primer reparto.
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