No creo que el amor sea algo que se escriba porque:
Los dioses están ciegos y cansados y ya todos conocen el destino de Hamlet.
Las palabras quieren ser bestias encerradas en significados despellejados.
Nada de lo que pronuncio es humo.
El humo se puede respirar en el weilalá baldío,
doce vueltas de campana y el sacrificio será pleno.
Podremos decir que hemos creído en la muerte,
Los soldados se matan como mosquitos sobre el neón.
Creo que el poema es un cáncer que no se puede escupir,
como cuando de niño las rodillas eran soles sangrantes
Acostados en los sueños y comiendo las ciruelas más verdes,
Las moras más rojas, las manzanas ya devoradas.
Los gusanos quieren ser masticados por la boca
Que besó luciérnagas en tu espalda.
Los gusanos quieren cantarle el Kadish a sus madres-mariposa.
Quieren crecer más y engordar menos.
Quieren pronunciar el nombre de los soldados que violaron a Rimbaud
Y no el plomo, ni el trigo, ni la guerra.
Quieren un espejo donde estudiar a los artistas del otro lado del muro.
Quieren suicidarse como lo haría un soviético.
Quieren saber de Inga Müller, Arthur Koestler, Tsvetaeva.
Y tener una manicomio en Buenos Aires plagado de infrarrealistas.
Quieren beber de la trompeta de Miles Davis
Y decir: ah, ya sé que la heroína devora mis huesos.
Como lo hubiera hecho mi hermano si no me hubiera arrojado
A la estupidez y hacia el infinito. Como hubiera pesado el sombrero
En la cabeza de la golfa de Sabina y del desgraciado de Tomás.
Como los colores se hubieran saciado con el blanco roído,
Con el blanco desgarrado: casi escarlata, casi cadáver, casi cuchillo.
No creo que el amor haya sido inventado por un poema.
No creo que los poemas sean un invento de los hombres.
Ni los hombres un invento de Dios, ni Dios haya sido inventado
en un libro. De hecho no creo que exista algo que no haya inventado
el loco del cuarto. Algo que no haya sido pronunciado sin haber sido
escupido sin previo aviso sobre la luz del albañal.
Para Tomás la oscuridad es el placer.
Para Sabina la oscuridad es el rechazo.
Los gusanos han cerrado los ojos para no asomarse por la ventana
Por la que se arrojan las ideas como mierda. Para no alimentarse
Como vulgares larvas de mosca. Para no aparecer en “los hijos de la ira”.
Para no ser anáfora. Ni repetición absurda.
Para no ser alimento de gorrión.
Para no ser un continente nevado y prostituido.
Para no ver en la nieve el color de la dureza.
Para no partirse la cara contra el cierzo.
Para no insinuar que son desgraciados,
Que la vida no es un remedio que les funcione,
Que los huesos no hacen menos endebles a los hombres.
Menos fragmentarios.
Menos salvajes.
Rodrigo García Marina (1996, Madrid) estudia el grado de Medicina en la ULPGC y cursa estudios de viola en el Conservatorio Profesional de Música de Las Palmas de Gran Canaria. Ha sido integrante de numerosas agrupaciones orquestales y camerísticas insulares. Participa como redactor de la sección de poesía en la revista The Cultural y ha publicado poemas en Obituario y en Mis Tragedias Pornográficas. Quedó en segundo en el VI premio de relato 2015 de la Biblioteca de la ULPGC. En la actualidad se está llevando a cabo la edición de su primer poemario La Caricia de las Amapolas, el cual fue el ganador del Premio Saulo Torón 2015.
Imagen de cabecera: Ventana a las Bardenas de Rebeca García Vicario.
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