¡Alan no necesita abuela! Siempre me pasa lo mismo con las biografías y autobiografías: uno de esos prejuicios lectores que La vida sin armadura (Impedimenta, 2014) ha conseguido deshacer e incluso dinamitar. Suele ser habitual en este género un enfoque tipo “os voy a contar batallitas y anécdotas sin interés”; más aún en una que se ocupa de la propia vida del que escribe, si eso no es subjetivo nada lo es. No es que tenga nada en contra de la parcialidad que es la salsa de la vida y de la escritura, pero hay veces que de la visión personal se pasa al sesgo sin que apenas nos percatemos y, entonces, la obra decae y pierde interés. Aquí ese sesgo está presente, pero queda atenuado y no llega a molestar porque otras muchas virtudes adornan el pulso narrativo de Sillitoe; y no se presentan en ningún momento lamentaciones gratuitas y la grandilocuencia maníaca propia de algunas obras de este género.
Destaca un tono que pretende ser neutro y distante pero que casa perfectamente con las dudas y opiniones de este “escritor de clase obrera”, como la prensa especializada de su época se empeñaba en etiquetarlo, apelativo odiado por Sillitoe. ¿Acaso para escribir hay que pertenecer a alguna extracción social?, yo diría que no. Combina la mencionada neutralidad, a veces rozando la asepsia, de su narrativa con una indiferencia que me ha fascinado porque hace que, ni en los momentos más aparentemente complicados o duros de lo contado, aparezca ni una pizca de sensiblería o complacencia personal que afee la intención del autor: exponer una vida para clarificarla.
Una vida que, a pesar de la distancia que toma Sillitoe para contárnosla, resulta por momentos divertida, amena a pesar de las condiciones no siempre favorables, esperanzadora siempre. Influye en esta sensación el optimismo bien medido que el autor esgrime en todo momento y que nos hace querer verlo afrontar la siguiente etapa; ya que sabemos que, más o menos, la sorteará con su personal estilo inconfundible y saldrá airoso para dejarnos alguna conclusión interesante sobre lo vivido. Esta narración vital está aliñada también con opiniones políticas polémicas, con percepciones de la mísera España de los años cincuenta del siglo pasado; posee su paraíso: Mallorca, y su infierno: Nottingham. Y se lee con una pasmosa fluidez y agrado.
En primer lugar, y tras una breve presentación de sus padres, enseguida nos vemos inmersos en una infancia dura sin paliativos que se desarrolla en un barrio donde el paro azota y las gentes parecen vencidas por la miseria e incapaces de luchar por su futuro. La Segunda Guerra Mundial estalla cuando el Sillitoe niño medra lo mejor que puede para abstraerse de la complicada vida familiar y del entorno hostil. Enseguida el autor pone distancia con ese ambiente y llega a decir: “Una parte de mí estaría ligada para siempre al lugar en el que vivía, pero la otra me decía que tenía que conocer el mundo entero si no quería que me estallara la cabeza a causa de la miseria en la que vivíamos”.
Se aprecia su planteamiento vital como la huida permanente de unas condiciones inhumanas. Pasará lo mismo después con la literatura, que le servirá para escapar de ese futuro que parece cosido a los que han tenido la mala suerte de nacer en determinados lugares y condiciones. Están presentes ya el inconformismo y la pasión, los dos puntos cardinales en la vida de Sillitoe, que después le harán perseverar en sus afanes. También se nos habla en esta infancia de sus primeras lecturas y se produce una asociación que para muchos lectores (aunque es probable que no a tan tierna edad) sea familiar: El Conde de Montecristo se convierte en un trasunto de la venganza y Los miserables en otro de la necesidad de justicia.
Una vez traspasado el umbral de la adultez marcado por su primer empleo, las inquietudes y la energía del joven inglés lo llevan a trabajar para las Reales Fuerzas Armadas Británicas en Malasia como operador de radio. Muchas de sus novelas y relatos estarán ambientadas en vivencias de esta época. Es en esta etapa de adultez prematura cuando la energía del paso por la infancia se transforma en una anticipación indefinida que pondrá en jaque el ánimo del autor. El optimismo ciego se transforma en una determinación a prueba de obstáculos y, sin llegar al cinismo, sí que comenzamos a ver a un Sillitoe más escéptico y en el que hace su aparición un vacío interior, una insatisfacción que no puede disimular su vida sencilla y atareada. Una necesidad que le llevará a escribir con una actitud obstinada en un periodo posterior.
“Las acciones más triviales ahogaban el recuerdo del pensamiento, aunque la indicación de la existencia de agitación interior insinuaba que de seguir uniendo esos cables mucho tiempo terminarían por cruzarse, y que podría llegar el día en que el matrimonio aparentemente perfecto entre pensamiento y acción se rompería”.
Y esa ruptura llegó muy pronto con la noticia de una tuberculosis que se le detecta tras ser desmovilizado del servicio militar activo y retornar a su país. Así terminan de desmoronarse sus sueños de llevar una existencia tranquila y sencilla. Tras bregar para aceptar su enfermedad, surge en Sillitoe la afinidad por la literatura como sustituta de esas acciones para la vida tranquila, como actividad para distraer el pensamiento del vacío vital, como única acción posible para un paciente que pasa mucho tiempo en cama en un hospital para tuberculosos.
Una vez superado el duelo por la pérdida de su vida idealizada y su salud, y tras conocer a Ruth Fainlight (también escritora, sobre todo de poesía), Sillitoe sale del país en cuanto se le concede una pensión militar por su enfermedad y se instala en la costa mediterránea francesa donde comienza una vida austera de escritor entregado y laborioso. Pronto se muda a Mallorca, su paraíso personal y donde se gestan sus mejores años de escritura. Es esta una época de apreturas pero también de ilusión recuperada. Pasan por el entorno del autor escritores, intelectuales y artistas que también toman la isla como oasis creativo. Asistimos pues a su desarrollo como artista y nos permite cotillear en sus métodos e inquietudes. Sobrevive con su pensión y las ayudas de familiares y conocidos. Viaja por la depauperada España de los años cincuenta y vuelve a poner en evidencia su condición de testarudo ser humano al empeñarse una y otra vez, a pesar de los rechazos, en vivir de su obra. El propio Sillitoe dice que nunca fue tan feliz como en esa época en la que sólo le interesaban la literatura, las mujeres y las borracheras.
Pasado su periplo de exilio voluntario (a mi entender la parte más interesante de esta obra por la ilusión latente y contagiosa que la inunda), el autor regresa a Inglaterra para intentar promocionar su obra en varias editoriales londinenses y entonces, tras mucho insistir, se produce el tan ansiado éxito: una casa editorial se hace con los derechos de Sábado por la noche y domingo por la mañana, la que será su primera obra publicada y su trampolín al éxito.
La biografía en este punto se precipita al final. Porque la intención y el deseo ya han sido consumados y el autor considera que lo que viene después no tiene interés, que no es más que una serie de repeticiones y de rutinas relacionadas con su oficio de escritor… Lo ha logrado y nos alegramos con él y por él.
Queda un buen sabor de boca, perdura un efecto vitamínico y el recuerdo de la defensa a ultranza que Alan Sillitoe hace de la independencia creativa. Logra transmitirnos alguno de sus principios vitales de entre los que me quedo con su ataque frontal al conformismo.
“Quienes suponían que sus opiniones eran como las de todo el mundo (y en consecuencia las únicas que importaban) extendían el virus de la falsedad y esa hipocresía ahogaba todos los aspectos de la vida. Esos abastecedores de conformismo no sabían nada de la gran mayoría de la gente y para ellos no era digna de atención. Cuando no temían u odiaban a la gente, solo querían mantenerla perpetuamente sometida a valores que la complaciente minoría superior había establecido, porque eran los suyos también, los únicos por los que merecía la pena vivir. Eso incluía a los comentaristas socialistas e izquierdistas que también creían saber cómo debía vivir la gente, aunque ellos nunca vivirían así”.
La vida sin armadura es un complemento ideal de los otros títulos de Sillitoe que la editorial Impedimenta también ha lanzado, Sábado por la noche y domingo por la mañana y La soledad del corredor de fondo. Impedimenta es garantía de buen hacer a la hora de editar libros y nos trae frescas estas dos obras con magníficas traducciones de Mercedes Cebrián. Alimentad vuestro inconformismo, leed a Sillitoe.
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