Leer los relatos recogidos en esta antología es como esnifar polvo de hadas. El autor mezcla mundos y personajes que, en principio, no parecen tener mucho en común. Esta valentía es digna de ser destacada, hace que queramos ver qué nos espera en el siguiente relato, qué ha pergeñado Ángel Luis Sucasas y si ha conseguido darle ese matiz de autenticidad que convierte una arriesgada y atrevida historia en un gran cuento fantástico.
En el prólogo, Félix J. Palma dice sobre el libro: “Pero permíteme que, antes de abordar su contenido empiece señalando que La tercera cara de la Luna reúne trece relatos de género fantástico, y ya solo por eso, es un libro valiente”.
Me parece una afirmación atinada. En el mundo editorial español el relato corto es el hijo deforme escondido en el desván. En este caso, además, estamos hablando de textos de género fantástico, lo que supone acometer una doble pirueta sin red. Un riesgo que enriquece el sector editorial pero que es temerario en grado superlativo. Sin embargo, no sólo el arrojo hace al soldado y el resultado hubiera sido mejor si esta osadía se hubiera visto rematada por un conjunto sólido y sin los altibajos de calidad con los que nos topamos: una primera mitad, seis relatos, que es claramente inferior al resto. Sin esa traba estaríamos hablando de una obra capaz de cambiar la concepción del género en nuestro idioma, porque aporta un enfoque novedoso en su concepción de lo fantástico, muy actual y basado en la convivencia de patrones y temas clásicos a los que se incorporan formas y usos contemporáneos y populares.
La vehemencia a la hora de presentar circunstancias, personajes y paisajes típicos del género mezclados de formas inauditas despierta la curiosidad y hace que queramos saltar de relato en relato para comprobar cómo será el siguiente reto a nuestra inventiva. Sin embargo, como quedó dicho arriba, nos topamos con dos partes muy diferentes en este recopilatorio asimétrico; y hasta que no alcanzamos la historia titulada “La ofrenda” no nos convencemos de que calidad e intención puedan ir emparejadas. No convence la propuesta del narrador que parece en los seis primeros relatos más preocupado de mostrarnos su jardín imaginativo que en hilar los argumentos y llevarlos a buen puerto. Se detecta una tendencia a la exhibición de personajes y situaciones sin que se apoyen en una armadura narrativa sólida. Asistimos en ocasiones a la acumulación de acciones y descripciones con todo lujo de detalles, como si se nos quisiera impresionar; pero, al no conectar esta riqueza en la invención con una estructura sólida, se hace complicado comulgar con los mundos propuestos. Esto perjudica mucho a alguno de los cuentos en los que las reacciones de los personajes acaban por parecer absurdas y poco creíbles. Este hecho, junto a un lenguaje repetitivo en estructuras y temáticas —que a veces nos lleva a confundir un relato con otro—, hace que esta primera parte sea manifiestamente mejorable. Pero en la segunda mitad de la obra todo empieza a cuadrar y esa desbordante y calenturienta mente creadora se acompasa con un tratamiento del armazón narrativo más coherente y habilidoso.
Ángel Luis Sucasas, autor de «La tercera cara de la Luna».
No todo es malo en esa primera tanda de narraciones. Mientras vamos adentrándonos en los mundos propuestos por Sucasas, comprobamos cómo recurre a la descripción de otros universos que transcurren cercanos, tangenciales, insertos en parte en el nuestro pero preñados de extrañeza. Esta tendencia, presente en toda la antología, supone una luz al principio, ya que nos mantiene atentos a lo que pueda pasar, y un elemento positivo más que se suma a la mejora general en los últimos siete relatos. El autor nos obliga a quedarnos para mirar por su ventana y atisbar lo que se mueve convulso en los espacios paralelos, anteriores y posteriores al tiempo de los hombres, pertenecientes a otra dimensión o mesurables sólo con unos sentidos que no poseemos. El autor explota muy bien la extrañeza y la inquietud que nace de lo desconocido, de anticipar lo inminente o de asistir a una función demasiado real. Sabe azuzar nuestra curiosidad y cebarla para que acuda al espectáculo imaginativo que despliega en sus realidades alternativas.
Se adivina, por la forma de construir los personajes que el narrador hibrida ante nuestros ojos un estilo quizás influenciado por autores como China Miéville y sus criaturas de pesadilla, muy patente por ejemplo en el cuento “El día que dije no a un imperio”. Parece que con esta obra viniera de regalo algún alucinógeno que nos hace ver lo inefable caminando por un paisaje colorido pero amenazante.
Algunos relatos son especialmente atractivos como los dos que cierran la obra: “Máscaras” y “El mago del doble cuerpo”, breves e impactantes; o “La llamada del cazador”, ambientado en la mitología nórdica, el cual describe la vida de una aldea centrándose en cómo el mundo de los vivos y los muertos se relaciona de forma peculiar y extrañamente civilizada. También destacaría “La despedida”, por su conseguido tono melancólico y por la originalidad de la sociedad que describe y, por último, “Un cuento de la Dama Blanca”, historia sobre licantropía con un tratamiento exquisito de la violencia y con una ambientación paisajística muy conseguida.
Queda, en ocasiones, una “insatisfacción positiva”. Me refiero al hecho de que algunas de las narraciones parecen atisbos de cosmogonías, inicios de historias más largas que permitirían desarrollar todo el potencial de los personajes y lugares que se nos han presentado. Muchos de los relatos podrían extenderse y así el autor dar rienda suelta a ese filón que es su fértil imaginación.
La impostura y las mezclas insólitas siempre resultan atractivas. Cómo no vamos a quedarnos fascinados ante argumentos como el de “Omeyocán”, relato en el que se dan la mano la violencia tarantiniana, las hadas, Peter Pan y un clan del narcotráfico. Pero ¿ofrece este libro algo más que una forma particular de barajar las circunstancias para alumbrar nuevos territorios? Para mí, anticipa lo que Sucasas puede llegar a conseguir en cuanto equilibre sus dotes imaginativas y el acabado estructural de sus relatos; armonía de la que es capaz, ya que en esta antología lo logra con suficiencia en algunos cuentos. La tercera cara de la luna (Nevsky Prospects, 2015) te deja con una promesa, con ganas de más en muchas ocasiones, y con la curiosidad palpitando; aunque con un regusto agridulce por lo que pudo haber sido un conjunto de relatos redondos como la Luna llena.
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