22/11/2014. Palacio de Gobierno, Morelia.
Según historiadores del arte, Mozart y Haydn se conocieron un 28 de marzo de 1784 en la ciudad de Viena durante una interpretación del oratorio Il ritorno di Tobia de Haydn. En esta época, Haydn era el compositor más célebre de Europa, y por su parte la reputación de Mozart estaba creciendo de manera exponencial. La amistad de estos monstruos de la música creció y se profundizó hasta la muerte de Mozart, curiosamente el más joven de los dos.
230 años con 7 meses y 24 días después, el 22 de noviembre del presente, durante la segunda semana del Festival de Música de Morelia “Miguel Bernal Jiménez”, la Orquesta del Teatro de la Gärtnerplatz de Munich, una de las principales de Alemania, reunió una vez más a estos leviatanes de la composición, mediante la excepcional interpretación de tres obras icónicas de la música clásica.
En está ocasión un pletórico escenario, acondicionado especialmente para la presentación de la Orquesta, el Palacio de Gobierno de la ciudad de Morelia, recinto construido totalmente de cantera rosa, fue la sede del rencuentro.
Una treintena de músicos, dirigidos por Marco Comin, interpretaron de hábil manera el programa compuesto por tres piezas musicales, dos del salzburgués Wolfgang Amadeus Mozart y una del nacido en Rohrau Joseph Haydn, ambos fallecidos en Viena.
La noche inició con la Sinfonía en La mayor Hob. 1/87, integrada por cuatro movimientos -Vivace, Adagio, Menuet e trio y Finale-, de Haydn. La obra, compuesta por encargo del Conde de Ogny, Claude François-Marie Rigolet, y la primera de otras cinco sinfonías, fue compuesta en 1732 a cambio de 25 luises.
En segundo lugar, la orquesta interpretó el Concierto para corno n° 3 en Mi bemol mayor KV 447 de Mozart. La melodía, escrita en 1783, estaba dedicada al cimero cornista Ignaz Leutgeb, amigo de Mozart, con la finalidad de poner a prueba las excelsas habilidades del instrumentista.
Para finalizar la velada, los asistentes pudimos deleitarnos con la Sinfonía n° 39 en mi bemol KV 543, también de Mozart, y la que fue la pieza más larga de la noche con una duración de 32 minutos. Está obra, coinciden renombrados musicólogos, demuestra una influencia recíproca entre Haydn y Mozart, influencia que se nota más nítidamente en las Sinfonías n° 30, 40 y 41 de Mozart y las 90 y 91 de Haydn.
Una anécdota expuesta por Nicolas Slonimsky, y contada por el mismo Haydn, demuestra el nivel de amistad que se prodigaban éste y Mozart. A continuación reproducimos la historia que se suscitó en la calle Domgasse #5 Planta Alta en la ciudad de Viena, un 11 de Febrero de 1785, narrada por el mismo Haydn:
– Hola Amadeus, ¿de qué te ríes? —pregunté casi contagiado por su risa— ¿sigues trabajando en esa ópera bufa?
– Sí, mi querido Joseph. Se llama Le nozze di Figaro— dijo él entusiasmado y luego gritó: «Figaro, Figaro, Fi-ga-rooo».
No pude contener la carcajada que asomaba ya desde el momento en que se levantó de su piano para dar esos alaridos.
– Quizás debas dedicarte a composiciones más serias, Wolfie— le dije mientras nos saludábamos con un abrazo.
– No te preocupes, mi querido amigo, esta será una de las mejores y más importantes operas de la historia de la música. Pero si lo que quieres ahora es escuchar música «seria» —y al decir «seria» su tono de voz y hasta su cuerpo adoptaron una forma burlesca— déjame que te desafíe a tocar unos compases que escribí durante la noche, y mientras terminaba de hablar salió corriendo hacia la habitación contigua. Se oyó enseguida un revoloteo de papeles y a continuación la voz de Mozart que dijo casi gritando:
– Acá está… esbozos de la que será la obra para piano más difícil jamás escrita.
Dejó la partitura sobre el piano y con un gesto me invitó a sentar. No perdí el tiempo; me sentía poderosamente intrigado: ¿Qué podía ser tan difícil para un pianista experimentado como lo era yo?
Los primeros compases no eran bellos (al menos del modo en que acostumbraba a ser lo bello en las piezas de Mozart), ni originales y mucho menos difíciles. De todas maneras, ya empezaba a sentirme molesto: temía estar cayendo en otra de sus tantas bromas. Pero en ese momento, justo después de dar vuelta la primera página, me sorprendió un pasaje que exigía cierta destreza técnica; el cual me desorientó un poco pero que sin embargo pude resolver con la maestría de un gran pianista; sin errores, sin pausas, sin dudas aparentes.
Me sentí triunfador, feliz; y miré de soslayo a Mozart, tan burlescamente como él había pronunciado la palabra «seria» algunos minutos antes. Y ya estaba ahí; en el final de la obra para piano «más difícil jamás escrita»; sin ensayos, sin pruebas, todo de un vistazo o a primera vista, como dicen. Faltaba sólo el último acorde, ese que marcaba el final no sólo de la pieza sino de un desafío que me había propuesto el más grande de todos los músicos y el cual estaba a punto de ganar. Pero el último golpe triunfal no pude darlo: ¡Era ridículo! Mi mano derecha estaba entonces en el extremo de los agudos y la izquierda debía tocar tan solo la nota más grave del piano; y ahí, en el centro del pentagrama una nota ridícula, solitaria, insignificante e inalcanzable para cualquier ser humano. Un punto que desinflaba mi pecho y me quitaba en un instante toda la gloria. Y lo más irritante, era saber que no había manera de que se tratase de un error. ¡Mozart no se equivocaba!
Invadido por un deseo o una necesidad de arrojar el piano por la ventana, y casi tartamudeando por la ira, me paré y le grité a Mozart:
– Esto no es difícil Mozart… ¡Es imposible!
– No, Joseph —dijo él, que para entonces ya reía a carcajadas— Tú sabes que no es digna de mí una broma tan «barata».
– Pues entonces tócala tú— lo desafié.
Se sentó inmediatamente en el piano y comenzó a tocar. Aquel pasaje que me había resultado desorientador lo ejecutó tan limpiamente como lo había hecho yo.
Pero el final… Cuando llegó el momento de tocar esa última nota solitaria, me devolvió la mirada de soslayo; aquella que había usado yo minutos antes cuando todavía me sentía un triunfador; y se abalanzó sobre el teclado para apoyar su nariz sobre ¡ese maldito La!
No podía hacer otra cosa que reír. Sin duda había sido su broma más original.
– Eso sólo puede hacerse con una gran nariz— dije y reí.
Fotos: cortesía FMM.
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