El nombre: comedia y filosofía sobre el lenguaje

Una de las grandes virtudes de “El nombre” es que puede verse desde muchas perspectivas, desde su propia eficacia como comedia hasta su capacidad para diseccionar una sociedad llena de convencionalismos.

el-nombre-cartel-galceran-olivares-lvúLa familia es una institución que coloca juntas a personas que por propia voluntad probablemente nunca se habrían unido. Incluso cuando esas personas deciden seguir juntas y conformar un grupo de amigos, la familia sigue siendo una fiera dormida debajo del sofá que en cualquier momento puede sacar las garras. Sobre esa urdimbre de sordos rencores y secretos, de lealtades inapelables y minúsculas traiciones que conforman las relaciones familiares, está construida esta obra denominada El nombre.

El nombre (Le prénom) se estrenó en París en 2010 y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos, tanto en su versión teatral como en la que sus propios autores, Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte llevaron al cine en 2012. Es una comedia que retrata las tripas de nuestra sociedad acomodada y biempensante, que nos enfrenta a nuestras contradicciones, que, un poco al modo de Un dios salvaje de Yasmina Reza (estrenada en 2006 y adaptada también a película en 2011 por Roman Polanski), nos hace reír haciendo estallar los corsés de nuestra educación y compostura.

Ha sido adaptada por Jordi Galcerán, uno de los autores más reconocidos de la actualidad; suya es, por ejemplo, El método Grönholm (2003), quizá la obra española contemporánea de más éxito internacional. Y su mano se nota, porque no es fácil adaptar un texto lleno de localismos, que a pesar de hablar de personajes reconocibles en cualquier sociedad occidental, los coloca en ambientes y situaciones muy concretos y generacionales. La dirección corre a cargo de otro de los titanes de la actualidad teatral, el inquieto y prolífico Gabriel Olivares. Un tándem de lujo.

Lo primero que encuentra el espectador cuando se encienden las luces del escenario es una ambientación prolija hasta la extenuación e ilustrada hasta el detalle más nimio que reproduce una casa de clase media acomodada. Acompañando además a los primeros diálogos, hay una voz en off que explica cada intervención. Esa obsesión inicial por el detalle un tanto desconcertante sólo cobra sentido una vez que la obra avanza. El decorado explica en cierto modo a los personajes y la voz superpuesta es una referencia audiovisual y cinematográfica que al final servirá de colofón.

Uno de los grandes aciertos de la adaptación es conservar e incluso enriquecer el permanente juego con el lenguaje que contribuye a construir una especial complicidad con el espectador. De hecho parte del origen del conflicto planteado en la obra podría calificarse casi de discusión sobre filosofía del lenguaje: ¿el nombre hace al objeto o al individuo que lo porta?

La historia está bien construida, fluye con naturalidad y ritmo, cada personaje tiene su momento de gloria, cada uno emerge en un punto de la trama y se erige en protagonista. Todos terminan mostrando sus debilidades, sacando a la luz sus miedos, sus obsesiones, viendo hacerse añicos su discurso pulido y racional. Jorge Bosch resulta muy creíble en su papel de hombre hecho a sí mismo que se cree más allá del bien y del mal. César Camino se camufla entre las sombras, a pesar de su llamativo atuendo, hasta que le toca emerger, poderoso y sensible todo a la vez. Kira Miró está correcta en su papel de mujer que no se resigna al rol de florero y comparsa de su marido. Antonio Molero sorprende en un papel muy diferente de los que suele protagonizar en la pequeña pantalla, un intelectual lleno de juicios morales y de contradicciones personales. Y Amparo Larrañaga ejerce de balanza, confidente, mediadora en los conflictos familiares, el papel que tradicionalmente se ha reservado a la mujer en nuestra sociedad. Al final también se rebela contra esa imposición, arroja frente a todos su rabia y pone a cada cual en su lugar.

Una de las grandes virtudes de El nombre es que puede verse desde muchas perspectivas, desde su propia eficacia como comedia hasta su capacidad para diseccionar una sociedad llena de convencionalismos. En ese amplio abanico de lecturas posibles, de modos de disfrutar del teatro como entretenimiento y como arma que retrata y reflexiona sobre una sociedad y que por tanto tiene la capacidad de influir en ella, cada espectador encuentra un espacio de confort que le hace salir satisfecho del teatro.


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Un comentario

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  • Víctor L. Briones
    6 mayo 2015 at 5:57 pm - Reply

    Os acabaréis convirtiendo en mis «teatreros» de cabecera.

    Muy buen resumen y crítica. Destacaría el componente crítico de esta obra que le da en la línea de flotación a los defectos de una institución, la familia, y a la condescendencia que como sociedad hemos ensalzado y consideramos como el pegamento de la convivencia cuando es en realidad una mirada hacia otro lado para intentar ignorar los problemas.

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