Los poemas “marginales” recogidos en este libro exponen ideas erosionadas por el peso de los días, asuntos que damos por sentados pero que nos afectan de una forma que no acertamos a hacer consciente. La autora toma conceptos golpeados por el granizo de la inmoralidad, por la velocidad e inmediatez que matan cualquier sabor y posibilidad de atender a lo importante; los recupera del suelo, los limpia y nos los ofrece revitalizados, expuestos con la sencillez de una ofrenda bienintencionada.
El poemario se compone de cinco secciones bien medidas y compensadas. En ellas la voz poética es constante y meticulosa, pero desde un tono sencillo y, me atrevería a decir, que humilde; el yo no aparece, el ego se aplaza y se aplaca, se oculta sin pudor, sabe que no es necesario. Se nos presentan visiones con las que identificarnos, ideas para hacer nuestras, sentimientos que son de todos y que experimentaremos a lo largo de nuestro ciclo vital adaptados a nuestras circunstancias.
Los poemas son muy breves. La mayoría de ellos guardan una sola idea y usan un estilo contemplativo, carente de verbos; casi expositivo en ocasiones, lacónico otras, pero siempre sincero. Esta sinceridad, esta amabilidad incluso, es la mayor virtud del poemario. Se trata de una obra creada para compartir y para debatir, para pensar y pensarnos. Contiene mucho de esa lírica que nos zarandea con suavidad, como una madre a un niño que remolonea en la cama; mucho de un acercamiento medido y cuidadoso a unos hitos vitales ineludibles.
La primera parte, titulada “Crecer”, se compone de poemas en los que se observa a los niños y su paraíso. Son pequeñas reflexiones sobre la infancia percibida y sobre el papel y la responsabilidad que los adultos adquirimos como referentes y educadores.
“A veces olvidamosque con cada figuraque destacamos sobre el vasto fondodel mundo percibidoestamos construyendo su mirada”.
“A veces olvidamos
que con cada figura
que destacamos sobre el vasto fondo
del mundo percibido
estamos construyendo su mirada”.
Vemos en esta primera parte lo que será la tónica predominante: composiciones breves (excepto el poema titulado “Conocimiento”, algo más extenso y narrativo que los demás) y lenguaje cercano y sencillo. También aparece ya otro denominador de toda la obra: la habilidad para organizar los poemas en un orden cronológico, o progresivo al menos, muy coherente.
En la segunda parte, “Reconocimiento”, hallamos un alegato a una individualidad consciente, valiente y pensante. De nuevo reconocemos una cercanía que nos incita a buscarnos en los versos de Elena Felíu Arquiola que, como moldes universales y abiertos, nos permiten encontrar la forma que compartimos con nuestros semejantes.
“A veces la conversación nos salvade nuestro propio olvido.Es el relato ajenoel que nos redescubre,nuestro interlocutor quien nos propiciael reconocimiento”.
“A veces la conversación nos salva
de nuestro propio olvido.
Es el relato ajeno
el que nos redescubre,
nuestro interlocutor quien nos propicia
el reconocimiento”.
“Quebradura” es la tercera división del poemario. La parte desmoronada, ruinosa, desastrada de este. Sorprende la habilidad para elegir un léxico que sirve a la autora para definir muy bien los compartimentos temáticos y diferenciados a lo largo del libro. Aquí las palabras hablan del declive, de una vida que se arruina en el momento menos esperado. Se nos expone la inevitabilidad de la derrota y sus consecuencias pero también la reconstrucción y sus placeres. El renacimiento tras las cenizas y las dificultades.
En la cuarta parte, “Repliegue”, se nos presenta la necesidad de tomar distancia con la vida, se nos habla de cómo, si no se encuentra el punto justo desde el que observar y actuar, se pueden producir daños difícilmente reparables. Ante la duda acerca de esta distancia justa se exponen los posibles beneficios de una retirada a tiempo que permita la continuidad: seguir habitando “el país de los sueños” pero adaptado a una existencia tolerable una vez pasada la infancia, habiéndonos reconocido, quebrado y replegado.
“Parece inofensiva:‘espacio o intervalode lugar o de tiempoque media entre dos cosas o sucesos’Pero qué dolorosacomo estado mental”.
“Parece inofensiva:
‘espacio o intervalo
de lugar o de tiempo
que media entre dos cosas o sucesos’
Pero qué dolorosa
como estado mental”.
Todo un recorrido vital que nos lleva a la conciencia atenta y a una última parte, “Poemas en el margen”, donde se exploran conceptos denostados y temidos: la marginalidad, la frontera, el límite… Todos se hacen deseables como forma alternativa de lo real, como lugar de descanso, destino inesperado y sorpresivo.
Se llega como conclusión del poemario a la certeza de poder habitar esos márgenes: después de los ajetreos de una vida, dedicarse a vivir sin más. Y, como en el resto del libro, emerge el poder de la palabra como herramienta principal e imprescindible en la construcción de ese ser en sus antípodas que por fin sabe existir en calma.
La palabra, como se dice en el último poema, “como único remedio… contra la soledad”. Como arma poética principal, como isla en la que languidecer mientras se observan las aletas de los tiburones. El poder creador de decir y escribir sobre la experiencia para rebatirla, reconstruirla y ponerla en evidencia; pero también para adaptarla a una forma más sincera de estar en el mundo.
Eso encontramos en este certero —por cierto y acertado— Poemas en el margen (Ediciones de la Isla de Siltolá, 2015): un deseo de sencillez rotunda que no debe dejar indiferente al lector. Una claridad reveladora condensada en unos pocos versos que huyen del artificio.
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