12/Julio/2013. Jardines de Sabatini. Madrid
Si la escucha de Travesía (ACT, 2012), última referencia discográfica del guitarrista Gerardo Núñez (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1961), es enriquecedora, aún lo es más el propio despliegue de este material en directo como así lo demostró en su actuación en los Jardines de Sabatini en los Veranos de la Villa.
Qué arte más grande genera Gerardo no sólo de sus dedos sino también de la buena cuadrilla de músicos y artistas que le han acompañado en esta ocasión (algunos de ellos participaron asimismo en la grabación del disco): su pareja, la bailaora Carmen Cortés, que puso a temblar nuestros corazones con su forma de taconear la tarima; el laudista marroquí Omar Metioui, que nos transportó a otro continente con su magnética presencia; Manuel Valencia, joven guitarrista también gaditano que sorteó con naturalidad los pasadizos y vericuetos por los que se aventura Núñez; el percusionista Ángel Sánchez “Cepillo” que, montado en el cajón, fue clave para darle su justa intensidad al desarrollo de este viaje; el contrabajista zaragozano Antonio Miguel y el pianista argentino Mariano Díaz (músicos que acompañaron a Perico Sambeat en su última presentación en el Café Central, la cual tuve la oportunidad de presenciar) fueron los responsables de darle ciertos matices jazzísticos al conjunto resultante; David Carpio, chocando palmas y agigantándose en los momentos en que cantaba, exorcizó quejíos y moldeó con su carraspeada garganta tormentos acongojantes; y Florencio Campo y Kelián Jiménez, miembros de la compañía dancística Arrieritos, sostuvieron un apasionante duelo corporal que combinó códigos clásicos, contemporáneos y flamencos, como la propia música ejecutada.
Gerardo Núñez es un artista más ecléctico (que no excéntrico) de lo que podríamos percibir en un primer vistazo (o escucha), y aunque sus fundamentos musicales encuentren su eje, su germinación o último fin en el flamenco, ciertamente logra trascender etiquetas porque su directo no es uno convencional, sino que parece más bien un sueño, un trance onírico y sobrenatural. En buena parte del espectáculo (porque se podría definir también así, en el buen sentido del término) no hay pausas definidas entre un tema y otro. Se va suscitando así un desarrollo, un hilo (no sé si argumental, pero sí conceptual), en el que los diversos elementos de la trama nacen de pronto, crecen, llegan a su punto culmen y desaparecen lenta o abruptamente, como la misma vida.
Lo de Gerardo Núñez no se puede entender sólo de manera musical, lo suyo es Arte, con mayúsculas. Y no se limita a redondear uno ya asentando y comprendido como bien podría hacerlo; Núñez utiliza su base, digamos, académica y depurada, para andar por caminos todavía sin pavimentar. Otros lo intentan y se llenan de lodo pero Núñez y compañía no, su ligereza como artistas les mantiene pulcros y a flote, tocados por la varita como así estuvieron en su presentación en Madrid.
Dicen que el guitarrista andaluz está sufriendo una distonía focal, la llamada “enfermedad de los músicos”, pero yo lo único que vi, escuché y sentí fue pura maestría técnica, dinámicas inteligentísimas, agudeza creativa y un sobrado dominio de las pulsaciones del momento. Ahí había luz y oscuridad; fragilidad y tenacidad. Y sangre, fuego, dolor e hiperestesia. En suma,un golpe a los sentidos.
Difícil explicar con palabras lo de Gerardo Núñez, hay que vivirlo. Del recorrido uno sale cambiado, al principio se experimenta cierta fatiga pero con el paso de las horas y los días el espíritu se recompone, más fuerte y vigoroso. De los cinco conciertos que hasta ahora he disfrutado en los Veranos de la Villa, este, sin duda, ha sido el mejor, por mucho (aunque paradójicamente también ha sido el que, ¡ay!, menos asistencia ha tenido).
Reclamad a Gerardo Núñez en vuestra ciudad: alucine garantizado.
Fotos: Estrella Checa.
Artículo publicado originalmente en Fac magazine.
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