Este 22 de agosto se cumplen diez años desde la muerte de Magdalena Nile del Río, más conocida para el arte como Imperio Argentina, una mujer que se convirtió a finales de los años veinte, especialmente en los treinta e incluso a principios de los cuarenta, en la máxima y más reconocible figura internacional del incipiente cine hispano y de la canción española. Quizá nadie más hasta la fecha ha alcanzado la popularidad y revuelo que ella causó en su momento. Puede que hoy a muchos no les suene de nada su nombre y eso es porque ya ha llovido bastante desde que triunfase no sólo en España, también en parte de Europa y en prácticamente todo el continente americano, especialmente en Argentina, país donde nació en el año 1910.
No deja de ser curioso que uno de los iconos artísticos españoles más representativos de su historia no sea nativa de la península. De cualquier manera, se entiende que esto haya sido así: Imperio se desarrolló en un Buenos Aires más español que argentino debido a que su entorno era uno conformado por andaluces emigrados como tantas y tantos otros en las mismas condiciones: su madre era de Málaga y su padre, medio inglés (de hecho el apellido Nile se pronuncia “Nail”) y medio ibérico, era de Gibraltar. Increíblemente, a Imperio le concedieron la nacionalidad española hasta 1999, con 88 años.
Ya desde temprana edad demostró inquietudes y dotes para el baile y la música. Al principio le llamaron la “Petit Imperio” a raíz de que interrumpiera espontánea e inocentemente una actuación de la folclorista sevillana Pastora Imperio. Luego al ir haciéndose “más mujercita”, y después de haber recorrido varios países sudamericanos actuando en teatros (y teatrillos) cantando canciones españolas (y algún tango), fue el dramaturgo y Nobel Jacinto Benavente quien la bautizó con su nombre artístico definitivo: Imperio por la ya citada Pastora y Argentina por la bailarina Antonia Mercé, “La Argentina”; “canta tan bien como una y baila tan bien como la otra”, sentenció el literato.
Ya en España, siendo todavía muy joven, la descubre Florián Rey, quien habría de convertirse en el director español más importante de aquellos años y en el primero de tres matrimonios para Imperio Argentina (según las propias palabras de la artista, se casó con él sin amarlo, por admiración y agradecimiento). Realizaron juntos quince trabajos cinematográficos (algunos ya se han perdido del todo o apenas se han conservado trozos), entre los que habría que destacar tres largometrajes: Nobleza Baturra (1935), Morena Clara (1936) y Carmen, la de Triana (1939).
Estas tres películas fueron un auténtico bombazo debido a dos razones: la gracia irresistible y natural de Imperio Argentina ya fuera cantando o actuando, y la habilidad de los artistas y autores implicados, quienes supieron retratar y captar escenarios, historias y situaciones de raigambre muy popular y autóctona de una manera dignísima y diestra, los cuales conectaban directa y profundamente con el pueblo. Nobleza Baturra (que por cierto se filmó en la localidad aragonesa de Borja, famosa hoy por el caso del Ecce Homo mal restaurado), es un drama ambientado en un entorno rural que plantea una serie de cuestiones morales muy típicos de la época (que seguimos manteniendo): María del Pilar (interpretada por Imperio) rechaza el amor de un hombre que la pretendía desde la infancia. Ella se ve a escondidas con su amor secreto, un chico humilde y cercano a su entorno familiar. El hombre despechado y dolorido, haciendo uso de sus influencias, se venga de ambos esparciendo la injuria de que ella ha consentido mantener relaciones sexuales sin estar casada. Poco a poco los habitantes de la comunidad la empiezan a criticar y dar la espalda. Aquí Impero canta sobre todo jotas, la música típica de esas tierras. Si bien los otros dos siguientes films citados presentan características cinematográficas acordes a la corriente artística del momento, recién incorporado el cine sonoro en la industria, esta obra muestra, más que el resto, secuencias exquisitamente impresionistas, típicas de gran parte del cine mudo. Probablemente es mi película favorita de Imperio.
Del norte al sur: Morena Clara captaba la esencia andaluza más pícara y cómica (y a la vez la más pobre) narrando la historia de dos hermanos gitanos que deciden robar unos jamones para poder subsistir. Detenidos, testifican ante un juez muy severo que termina enamorándose de la chica. No es para menos, Imperio Argentina está especialmente brillante en esta película, la más exitosa de su carrera (en La Habana, Cuba, permaneció tres años seguidos en cartelera). Aquí inmortalizó canciones como «Échale guindas al pavo«, «El día que nací yo» o «Falsa moneda«, melodías que han perdurado en el consciente colectivo de este y otros países. Era tanta su popularidad que durante la Guerra Civil española fue el único film que se proyectó en los dos bandos enfrentados y cuando terminó la contienda la promocionaron bajo el lema “la película que prohibieron los rojos” debido a que la zona republicana la retiró de la programación al momento en que se hizo pública la simpatía de Florián Rey hacia Francisco Franco.
De hecho, el fascismo proyectó una pesada sombra sobre Imperio Argentina toda su vida. Aparte de que su entonces marido se mostraba abiertamente a favor de los “nacionales”, ambos aceptaron rodar un par de proyectos en la Alemania nazi, entre los que se encuentran Carmen, la de Triana, otra película andaluza filmada entre Berlín y España en la que el personaje de Imperio se ve enfrentada a una circunstancia en la que ama a dos hombres muy distintos, un famoso torero gitano y un brigadier del ejército al que, por culpa de ella, le destituyen de su cargo. Es un dramón en el que la pobre Carmen se queda al final trágicamente sin ninguno de los dos. De este film se hicieron dos versiones, una en español y otra en alemán, ambas protagonizadas por ella.
En Alemania, Imperio Argentina fue medio cortejada por el mismísimo Hitler. Pero quedó en nada, apenas se vieron una vez y la entrevista fue estrictamente profesional: el Führer quería que Imperio filmase una película basada en la vida de Lola Montez, un deseo que ni Argentina ni Rey llegaron nunca a realizar.
Este hecho y el que se le asumiera como franquista le trajo más penas que alegrías: cuando se encontraba de gira por algunas partes de Latinoamérica, especialmente en México, colegas de profesión le trataron con malos modos. Jorge Negrete, entonces presidente de la Asociación de Actores de México, le retiró el permiso para actuar en el país seguramente influenciado por sus amigos españoles republicanos. Sin embargo, Miguel Alemán, presidente del país en aquellos años, revocó la prohibición. Agustín Lara también le hizo feos, la artista lo invitó a una de sus representaciones y el veracruzano la rechazó alegando los mismos motivos: simpatizar presuntamente con el régimen. Lo paradójico es que, tanto Negrete como Lara años más tarde no tuvieron reparos en trabajar en la España igualmente franquista, el primero grabando discos de pizarra y protagonizando junto a Carmen Sevilla el film Jalisco canta en Sevilla (Fernando de Fuentes, 1949), y el otro descubriendo una estatua en su honor en Madrid que todavía hoy se mantiene en pie en el barrio de Lavapiés. Pero no todos en México la vilipendiaron, Mario Moreno “Cantinflas” la persiguió cual sátiro pero no se la pudo echar al caldo.
Asimismo, en el año 1952, Imperio Argentina actúo en el prestigioso Carnegie Hall (fue la segunda española en hacerlo, se le adelantó Raquel Meller) en medio de un ambiente bastante hostil: fuera del teatro hubo manifestaciones en contra de ella en las que la acusaban de haber sido la querida de Hitler cuando simplemente había trabajado en Alemania por muy poco tiempo. Más tarde, ya muerto el dictador en España en 1975, los directores y la industria cinematográfica le hicieron el vacío por su ambiguo y sospechoso pasado.
Si bien Imperio no se preocupó demasiado por mostrar radicalmente lo contrario a estas suposiciones (su hermana, en cambio, sí fue una comunista militante que pasó más de una vez por la cárcel), sus declaraciones al respecto siempre dejaban claro una cosa: ella era una artista centrada en su desarollo como tal que no le interesaba la política, tan sólo seguir trabajando; también aborreció repetidas veces la visión violenta que experimentó en sus carnes durante lo que la historia ha registrado como Kristallnacht (“la noche de los cristales rotos”), en la que los alemanes atacaron los comercios judíos e incendiaron las sinagogas de Berlín antes de que estallase definitivamente la guerra (inmediatamente después de haber vivido esto, Imperio se fue de Alemania).
Aunque rodó más películas, ninguna volvió a tener el éxito de las tres mencionadas y poco a poco sus apariciones en el cine se fueron suscitando a cuentagotas, centrándose, por un lado, en los recitales y, por otro, en una rutina cada vez más doméstica. Su vida sentimental fue trágica y llena de episodios tristes: dos hijos tuvo y los dos murieron jóvenes. Uno, producto del matrimonio con Florián Rey, se suicidó por amor. Imperio y su primogénito convivieron poco debido a que Rey, de quien se separó por varios motivos pero sobre todo porque le pegó una vez (seguramente movido por lo celos ya que Imperio se había ido acercando al actor Rafael Rivelles), poseía la custodia del niño y, por orgullo y crueldad, no permitía que pudiesen verse con facilidad. Años más tarde parió una niña con su segundo matrimonio, Joaquín Goyanes de Osés, marqués de Melgarejo, quien le produjo una película, Goyescas (Benito Perojo, 1942), con el propósito de estar a su lado y enamorarla. Esta hija tuvo una vida caótica, se casó varias veces, engendró seis hijos y murió de un paro cardiaco en el que se sospecha una adicción a las drogas de por medio.
Imperio se casó por tercera vez con otro noble, Ramón Baíllo Pérez-Cabellos, conde de Las Cabezuelas. Pero fue un enlace precipitado y errático porque este hombre resultó ser un estafador buscado por la justicia en varios países. El matrimonio no duró ni tres meses. No obstante y comprensiblemente, esta tríada de individuos no fueron los únicos con los que compartió intimidad, Imperio tuvo amoríos y aventurillas con bastantes más personajes ya que era muy enamoradiza y hombreriega.
De igual manera, su hermana, quien además era su administradora, confidente y casi una madre (aunque era menor que Imperio), murió no tan joven pero definitivamente no muy mayor. Así, algo sola (rodeada, eso sí, de incondicionales amigos y sus nietas), apareciendo esporádicamente en medios o actos públicos, recluida en una vivienda de Benalmádena (Málaga), muy cerquita del mar, se fue lentamente apagando la inmensa estrella que algún día fue. Murió con 92 años. Para la posteridad quedan sus películas (claves para entender la España de finales del siglo XIX y principios del XX y en las que proyectó un talento cautivador nato), sus canciones (registrando eternamente su voz fina y garbosa) y su inolvidable belleza (de un atractivo hispánico tan popular como aristocrático). Artista única.
Bibliografía:
Imperio Argentina. Malena Clara. Pedro Manuel Víllora. Temas de Hoy, Madrid, 2001.
Imperio Argentina. Una vida de artista. Martín de la Plaza. Alianza, Madrid, 2003.
Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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