5, febrero, 2015. Teatro de la Zarzuela, Madrid.
Volvió a tocar programa doble en el Teatro de la Zarzuela, una apuesta con la que esta casa busca emparentar dos obras mediante nexos temáticos, musicales, estéticos, etc., resultando un cartel atractivo y novedoso, y hasta didáctico para el aficionado.
En esta ocasión se trata de dos comedias, el musical Lady, be good! (1924) de George Gershwin, que se estrena por primera vez en España, y la opereta Luna de miel en el Cairo (1943) de Francisco Alonso. 19 años separan los estrenos de una y otra obra pero están montadas aquí de tal manera que aunque cada una se recrea en su propio tiempo, un espíritu común las acerca y por eso casi no se nota la distancia de casi dos décadas.
Las obras entroncan entre sí principalmente por recurrir claramente a algunas de las músicas estadounidenses de la primera mitad del siglo XX. Resulta obvio y evidente en una obra como Lady, be good!, el primer gran éxito de Gershwin en Broadway, un compositor que se caracterizó por acercar al mundo sinfónico y académico los estilos populares de su país.
Es, entonces, la combinación de ésta con Luna de miel en el Cairo donde recae la justificación de este programa doble, ya que se trata de una opereta-revista imbuida por la esencia del espíritu norteamericano de la época en que se estrenó la obra, contando con números en clave jazz, fox-trot, swing, entre otros estilos y aspectos de igual jovialidad importados del otro lado del Atlántico, conservando a la vez la picardía española y sus ritmos, como lo es el pasodoble flamenco “Un mosito de Triana”.
La dirección de escena de Emilio Sagi –con la complicidad de Daniel Blanco (escenografía), Jesús Ruiz (vestuario) y Eduardo Bravo (iluminación)- es acertada, de buen gusto y propositiva, sacando todo el provecho del probable ajustado presupuesto con el que contaban. El resultado es vistoso, convence y agrada. ¿Alguien duda que Sagi se encuentre entre lo mejor de la dirección de escena no sólo española ni europea sino mundial hoy por hoy? Hay credenciales de sobra como para que se pueda justificar esta sentencia.
El argumento de ambas obras son, como lo pide su naturaleza, ligeras, superficiales, incluso banales, de cómicos enredos amorosos. Sorprende que en el libreto de Lady, be good!, que básicamente se limita a enlazar los números musicales entre sí sin un grado de lectura demasiado complejo, hayan intervenido dos escritores, Guy Bolton y Fred Thompson, con el añadido de Ira Gershwin, hermano del compositor, que fue el que aportó las letras de las canciones, una dupla artística que pasó a la historia y que se clavó en la memoria colectiva cultural popular de la población estadounidense.
Por su parte, Luna de miel cuenta con libreto de José Muñoz Román, autor y empresario teatral zaragozano que en 1931 colaboró junto a Emilio González del Castillo y López para dar vida a Las Leandras, popularísima revista que también musicalizó Francisco Alonso.
Ambas obras, pues, se centran en “entretener y dar placer”, como así lo afirma el propio Sagi. Sus músicas son vivaces y pegadizas, bien dispuestas por Kevin Farrell, director, compositor y arreglista que conoce los resortes de la industria de Broadway de primera mano. El baile, con coreografía de Nuria Castejón, adquiere especial relieve, y se recuperan pasos y estilos tanto de España como de Estados Unidos que hoy ya se encuentran en peligro de extinción.
Resulta curioso encontrar referencias hacia México tanto en una obra como en la otra. En Lady, be good! un mexicano bigotudo caricaturizado y vestido al estilo de la Revolución reclama una suma de dinero a un abogado que intenta timarlo. Luego la protagonista femenina se hace pasar por “mexicana” pero su aspecto y la música del número correspondiente resultan más bien de un estilo flamenco, andaluz, lo que nos hace pensar que ya en aquellos años los estadounidenses confundían lo mexicano con lo español de una manera un tanto simplista, si bien la idiosincrasia del México de entonces aún estaba muy influida por la cultura hispana, singularidad que ha ido perdiendo fuerza a lo largo del tiempo, independientemente de que, en principio, se sigan hablando los mismos idiomas.
En Luna de miel es Marisa, una antigua estrella del teatro que ahora ha envejecido y que vive sólo de recuerdos, la que se marca un número, poco justificado para el progreso de la trama, llamado “Canción tapatía” en el que se evoca la música ranchera mexicana, género que sin duda gozaba de especial popularidad en la España de finales de los treinta y la década de los cuarenta.
Otro aspecto a resaltar en Lady son los pasajes que remiten y directamente citan la partitura de Rhapsody in Blue, composición para piano y jazz band-orquesta realizada poco antes que el musical, y que, junto a An American in Paris (1928) y la ópera Porgy and Bess (1935), se encuentra entre las obras más conocidas e importantes del autor neoyorquino.
Luna de miel en el Cairo (por cierto, un título que no desencajaría para una película de Woody Allen) cuenta una historia que se encuadra en un formato “teatro dentro del teatro” (o “escena dentro de la escena”), tipo de recreaciones que apasionan al teatrófilo, a la par que se recrea un ambiente de cabaret mezclado con opereta centroeuropea y musical estadounidense. Por ello, la partitura presenta elementos y sonoridades que no eran tan frecuentemente empleados (o nada) en la instrumentación de títulos pensados para la zarzuela como tal.
En cuanto al reparto hay que destacar en primer lugar, aunque no sea clara protagonista, a Mariola Cantarero, quien encarna al personaje más gracioso no sólo de Luna de miel sino de toda la noche. La soprano granadina aporta personalidad, jocosidad y credibilidad dentro de la caricaturización de su personaje. El público disfruta mucho con ella y cuando canta proyecta estupendamente su voz y su timbre es bello. Gran intérprete.
También David Menéndez en uno de los roles titulares de Luna de miel se muestra seguro y potente. Ruth Iniesta, soprano zaragozana, en su sitio, correcta.
En Lady sobresalió Carl Danielsen en dos números: la muy conocida y recurrida por posteriores artistas «Fascinating Rhythm», explosiva canción que ejemplifica muy bien el espíritu alocado de aquellos chispeantes años 20, y “Little Jazz Bird”. Jeni Bern, soprano escocesa en el rol titular femenino, igualmente se encuentra en buena forma.
En suma, dos obras con argumentos olvidables pero músicas muy disfrutables (¡cómo suena la batería y la sección de metales desde el foso!), planificadas con refinamiento y sentido del humor, y ejecutadas con gracejo y chispa.
Fotos: Teatro de la Zarzuela.
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