En 1942 el director de orquesta británico Eugene Goossens, titular entonces de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati, encargó un total de 18 fanfarrias a diversos compositores con el fin de iniciar cada concierto de esa temporada con una fanfarria en homenaje a los combatientes aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Entre los compositores elegidos estaba el neoyorquino Aaron Copland (1900 – 1990) quien entregó esta pieza titulada Fanfare for the Common Man.
Copland se inspiró en parte en un discurso que el entonces vicepresidente de Estados Unidos Henry A. Wallace pronunció ese mismo año, en el que proclamaba el “amanecer del Siglo del Hombre Común», entendiendo “hombre común” como todas aquellas personas honestas y trabajadoras que hacían grande al país con su esfuerzo.
Un par de años después, Copland utilizó el tema principal de la fanfarria para introducirla en el cuarto movimiento de su Tercera Sinfonía.
De las 18 fanfarrias, la de Copland es prácticamente la única que se ha mantenido en el repertorio.
Y si bien es verdad que algunos podrían identificar esta pieza con un sentimiento patriótico estadounidense, lo cierto es que la música no entiende de parcelas políticas, y si juzgamos Fanfare for the Common Man simplemente por su naturaleza musical, la disfrutaremos y nos conmovernos profundamente con esta obra que, en parte, podemos emparentarla a la famosísima fanfarria inicial del poema sinfónico Así habló Zaratustra de Richard Strauss, ya que ambas evocan un amanecer e inspiran sentimientos muy hondos.
En este vídeo tenemos a James Levine dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York el 5 de mayo de 1991. La ejecución, por supuesto, está a la altura, aunque personalmente recomiendo una grabación (sin vídeo) de 1987 a cargo de Carl Davis dirigiendo la Filarmónica de Londres, misma que Virgin Classics recogería en 1999 en un recomendadísimo disco titulado Aaron Copland: A Centenary Tribute, que incluye también las obras Quiet city, Piano Sonata y Appalachian Spring.
Resulta increíble que con apenas unos cuantos “cacharros de metal” (cuatro trompas en Fa, tres trompetas en Si bemol, tres trombones y una tuba), más un timbal, un bombo y un gong o tam-tam, Copland pueda emocionarnos al grado de enchinarnos la piel y hacernos un nudo en la garganta.
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