La sobria fidelidad de Beethoven

Correcto y solvente el montaje de “Fidelio” que se pudo ver en el Teatro Real aunque no logró romper con la planitud de una obra que cuesta lucirla debido a sus evidentes limitaciones escenográficas. Haenchen se robó la noche no sin decisiones discutibles.

17/06/2015. Teatro Real, Madrid.

Varios puntos flacos encuentro en una obra como Fidelio. En primera es de reconocer que no da mucho juego escénico. Resulta difícil destacar elementos atractivos a la vista en una historia como esta que se ambienta prácticamente durante todo su desarrollo en una prisión terrosa y un calabozo oscuro. La escenografía y el entorno por fuerza tienen que ser sobrios, austeros y desmoralizadores. La propuesta que se representó en el Teatro Real, una producción prestada del Palau de les Arts de Valencia con dirección escénica de Pier’ Alli, se muestra correcta y creo que incluso consigue exprimir ciertas posibilidades escénicas con atino (Acto I y Cuadro II del Acto II) o destacando interesantemente una suntuosidad imperial imponente pero en decadencia (cuadro I del Acto II). Por tanto, en Fidelio hay poco que ver. Y más bien muchos conceptos, intenciones y gestos que valorar.

Otro aspecto discutible es la forma desigual en la que se articula la ópera, dejando la sensación de que la acción dramática discurre de manera un tanto irregular y que, por tanto, a Beethoven, en ese momento de su vida (estaba a punto de cumplir 35 años cuando sucedió el primer estreno, de tres, de Fidelio en 1805) se le escapaba el género operístico. No deja de llamar la atención que haya sido, a la postre, su única ópera. Observándola de lejos podríamos compararla con los primerizos y ya casi olvidados trabajos de otros autores de ópera que con la práctica se volvieron maestros indiscutibles del arte lírico. Muy probablemente de haber escrito más óperas Beethoven hubiese podido firmar alguna obra maestra; Fidelio no lo es.

Un aspecto que muchas veces refuerza esta impresión que comento es la acostumbrada (pero no obligatoria) inclusión de la obertura Leonora III entre las escenas uno y dos del segundo acto. Varios montajes en este momento erran ya que no llegan a resolver significativamente este episodio sinfónico de forma teatral y/o dramática, quedando la orquesta y el director siendo protagonistas de pronto. En esta producción ocurre lo mismo pero la desorientación se ve aumentada aquí porque Hartmut Haenchen —director alemán responsable del foso y que el público del Real ya conoce por montajes como Lady Macbeth de Mtsensk, Boris Godunov y la fallida Lohengrin del año pasado— decidió sustituir la obertura Leonora III por los movimientos tercero y cuarto de la Sinfonía No. 5 del mismo compositor, sin que en el programa de mano se diese ninguna justificación al respecto.

Eso sí, todo hay que decirlo: este pasaje sinfónico fue, sin duda, el momento musical más destacado de la función y el más apasionante, en el que Haenchen mostró sus mejores cartas, robándose la noche; no obstante, el ex director musical de la Nederlandse Opera de Ámsterdam reflejó más brío que pulcritud.

Fidelio-Beethoven-Pier-Ali-LVÚ

Desde luego que el argumento de Fidelio es inspirador para el momento en que fue escrita y lo sigue siendo a día de hoy. No es frecuente que en la ópera se muestre la figura de la mujer como aquí, en que es ella, Leonore/Fidelio, la protagonista valiente, luchadora y rompe-esquemas de la historia y su mensaje. Es un personaje que marca precedente en la historia; el gran triunfo de la obra. Sin embargo también es cuestionable la forma en que es representada esta figura, la de la mujer hija de los ideales de la Revolución Francesa. Y es que no deja de ser chocante que una de las personajes femeninas más importantes del arte dramático de la época sea, de hecho, una mujer que ejecuta sus acciones prácticamente durante todo el transcurso de la obra disfrazada de hombre.

Creo que esto es una muestra de que para que se le reconociese la dignidad a la mujer, aún en el marco de la Ilustración, ésta tuvo que seguir atravesando un camino marcado por el sexo masculino, como todavía así ocurre. Y me pregunto: si la primera intención de los implicados era reivindicar a la mujer de su tiempo, ¿de verdad no se les ocurrió mejor forma o términos más apropiados para ello en que la protagonista no tuviese que ser en realidad un falso protagonista masculino? ¡Y más cuestionamientos que se pueden hacer!

Por su parte, el reparto, en líneas generales, mantuvo una solvencia vocal ecuánime, que fue de menos a más, aunque la interpretación dramática resultó algo descafeinada.

En conclusión: un montaje correcto y solvente que no logró romper con la planitud de una obra que cuesta lucirla debido a sus evidentes limitaciones escenográficas. Quizá lo más disfrutable, y no es poco,  fue sólo el hecho de escuchar un Beethoven que aquí, con sus matices, estuvo convenientemente bien servido.


Fotos:

Tato Baeza / Palau de les Arts.

Javier del Real / Teatro Real.


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