3/diciembre/2014, Teatro de la Zarzuela, Madrid. Segundo reparto.
160 años hace desde el estreno en el Teatro Circo de Madrid de Los diamantes de la corona con música del genial Francisco Asenjo Barbieri y libreto “arreglado” por Francisco Camprodón basado en el libreto de Scribe y Vernoy de Saint-Georges de la opéra-comique Les Diamants de la couronne de Daniel-François Auber, estrenada en 1841 en París. Y es que a mediados del siglo XIX era común en España la traducción o adaptación de obras del teatro lírico francés debido, en buena medida, al paralelismo entre la ópera-cómica del país vecino y la zarzuela, formatos en los que se alternan partes cantadas con otras habladas. Muchas de las adaptaciones no se limitaban a traducir el texto sino que realmente se resituaban escenas, personajes y situaciones para conectar específicamente con el público español. Estamos ante un caso de estos.
Luego de una decepcionante Carmen con la que el Teatro de la Zarzuela arrancó temporada, Los diamantes, zarzuela que este mismo teatro ya había rescatado del olvido en el 2010, vuelve a escena hasta el 14 de diciembre. Se trata de un simpático relato pseudohistórico en torno a la princesa María, futura heredera del trono de Portugal una vez haya alcanzado la mayoría de edad próxima a cumplirse, quien disfrazada de bandida y adoptando el nombre de Catalina hace un trato con unos bandoleros para que le falsifiquen las joyas de la corona con la que han de proclamarla reina, para así comerciar con las piedras auténticas y alimentar al pueblo portugués que se encuentra pasando penurias.
Mientras esto sucede, el marqués Sandoval -sobrino del conde Campomayor, regente de Portugal hasta que María sea reina- se enamora de Catalina (sin saber su verdadera identidad) y esto le hace renegar su compromiso pactado con Diana, la hija de Campomayor, quien tampoco desea casarse con Sandoval, sino con Sebastián, un joven oficial del ejército que a punto estuvo de atrapar a los bandoleros contratados por Catalina. Al final y después de un montón de enredos y peripecias, la obra termina con un final feliz en el que la reina María se sale doblemente con la suya: logra sustituir las joyas sin que la descubran y termina casándose con Sandoval.
El montaje que propone José Carlos Plaza, director de escena, goza de un formidable ritmo; la convincente y colorida escenografía y el apropiado vestuario -a cargo de Francisco Leal y Pedro Moreno, respectivamente-, encajan adecuadamente con ese carácter de cuento, quizá la única manera de entender y disfrutar una obra como esta, y lo que se ve sobre las tablas parece sacado de un libro ilustrado. En suma, la puesta en escena es un elemento determinante a aplaudir.
La jocosidad está acertadamente bien servida. En este sentido destaca la participación de Ricardo Muñiz como el conde Campomayor y Carlos Cosías como el marqués Sandoval, aunque de éste cabría señalar que, si por un lado se revela como uno de los personajes más graciosos de la representación, por otro no acaba de resultar verosímil que la reina María se termine enamorando de un hombre como el Sandoval de Cosías, tan, digámoslo así, chusco, bajito de estatura y poco varonil. No ocurre al contrario porque Sonia de Munck como la reina María/Catalina es una mujer guapa, valiente y franca. En cualquier caso, todos los implicados cantaron muy bien, incluidos Marina Pardo (Diana), Fernando Latorre (Rebolledo, el líder de los bandoleros) y el coro.
La dirección de Óliver Díaz, quien ha tenido que sustituir al finado y en estas representaciones homenajeado Rafael Frühbeck de Burgos (de no haberse cruzado con la muerte, curiosa y sorpresivamente esta iba a ser la primera zarzuela que el maestro dirigiría en este teatro), detona alegremente la vivacidad de la partitura, generosa en dinámica y momentos de carácter festivo.
Prácticamente en ningún momento Los diamantes de la corona llega a ser tan buena como ese obrón llamado El barberillo de Lavapiés, para mí lo mejor de Barbieri y una de las cumbres de la zarzuela (estrenada 20 años después que la que nos ocupa), pero definitivamente se trata de un título que como “cuento ligero” no sólo cumple sino que se puede considerar una obra redonda. Y en el Teatro de la Zarzuela han sabido sacarle provecho.
Fotos: cortesía Teatro de la Zarzuela.
Las imágenes corresponden al primer reparto, no hay fotos disponibles del segundo.
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