29/10/2024, Teatro Español, Madrid.
Aunque es un montaje de Luces de bohemia más que digno el que ofrece el Teatro Español en Madrid hasta el 15 de diciembre con dirección de Eduardo Vasco, no es uno de los que más me haya gustado de los que he visto. Entiendo que la obra debe de transmitir vorágine y desorden pero a ratos, en los momentos de más trajín, la escandalera global sobrepasaba el límite entre actuar y hacer ruido. También me sobran algunas añadiduras que no son originales de la obra. Me refiero a ese coro inicial, a los “numeritos musicales” y a esa referencia al Hamlet tan innecesaria como anodina ya que no aporta absolutamente nada. No entiendo esa manía del teatro actual, ese afán por trastocarlo todo. Si lo difícil es estar a la altura de las obras maestras. Éstas no necesitan de invenciones ajenas sino de artistas capaces de representar lo que muy bien está escrito. Hoy por hoy, lo mejor que puede hacer el arte por nosotros, triste, gris, confundida y anestesiada sociedad postpostpostmoderna, es mordernos con furia y recordarnos que estamos vivos. Y eso es algo que el texto de Valle-Inclán puede conseguir.
Sin embargo, mucho sé que cualquier montaje será insuficiente ante la experiencia de leer el propio texto, genial y emblemático, siendo nuestra imaginación, y cuanto más amueblada mejor, la creadora de la estética de la escenografía y personajes.
Lo más destacado de este montaje es la dupla protagonista: Ginés García Millán dando vida al primer poeta de España, el ilustre pero caído en desgracia e invidente Max Estrella y su cráneo prevelegeado, y Antonio Molero, quien encarna al “Sancho Panza” de esta historia, Don Latino de Hispalis. Un Max Estrella cínico, altivo, canalla, delirante, furioso. Un Don Latino esperpéntico, pícaro, ruin.
Las grandes obras siempre te descubren algo nuevo. Está vez he entendido algunos chistes y referencias que antes no había pillado. Me permito desarrollar uno de ellos: En la última escena en la taberna de Pica Lagartos, cuando Don Latino está borracho lamentando la muerte de su “amo” Malaestrella, al explicar que sólo fueron cuatro personas a su entierro pero que de esas cuatro, tres eran tan ilustres y distinguidas como el Ministro de la Gobernación, el Marqués de Bradomín y el poeta Rubén Darío -el propio Don Latino sería la cuarta presencia-, nadie en la taberna de Pica Lagartos le cree y todos se lo toman a chufla burlándose de él. Pero Don Latino insiste e incluso especifica que si al entierro no fue don Antonio Maura, presidente del gobierno entonces, era porque había ido a dar el pésame a casa de José Gómez, “Gallito”, para muchos el torero más importante de la historia, fallecido por asta de toro el 16 de mayo de 1920, fechas en las que se desarrolla esta historia. Inmediatamente después uno de los tertulianos de la taberna, llamado en la obra El Pollo reacciona diciendo que “era un astro, y murió en la plaza, toreando muy requetebién, porque ha sido el rey de la tauromaquia”. A lo que el tabernero Pica Lagartos replica “¿Y Terremoto, u séase Juan Belmonte?”. Ante lo cual El Pollo zanja el tema exclamando despectivamente: “¡Un intelectual!”. Belmonte fue el mayor rival “escénico” de Gallito, quienes constituyeron la dupla antagonista torera probablemente más trascendente de todos los tiempos. Belmonte se rodeó y le rodearon intelectuales, incluido el propio Valle-Inclán. Se atribuye a Juan Belmonte y su misticismo, su figura enigmática y trágica-patética, haber sido el primer torero que consiguió atraer a las plazas de toros a los grandes intelectuales de la época, validándose así la tauromaquia no sólo como cultura (valorada así por el pueblo) sino como arte. Este chiste en que El Pollo define a Belmonte antes como un intelectual que como artista, no lo había entendido en su justa dimensión porque antes no era aficionado taurino y ahora sí lo soy.
Pero sobre todo, lo que más me ha resonado en la cabeza al salir del teatro es una idea inédita acerca de Luces: que es una obra que hay que proteger y exigir que se siga montando con cierta recurrencia, ya que si en su día fue políticamente incorrecta, ahora lo es mucho más. Es realmente corrosiva. Desde las alturas de su genialidad no deja títere con cabeza. Subyace una mala leche de quien quiere herir, ser escabrosamente antipático, hurgar en las heridas todavía abiertas y burlarse de las deformes cicatrices de una historia de España llena de pasajes maltrechos, renqueantes, opacos y errantes. Luces transmite esta irreverencia granuja y un tanto oscura. Lo tiene todo para ser odiada por la dictadura woke, los adalides del «pensamiento único» y la ejecutiva de la corrección política. Si algún día esa dictadura se instala en nuestras vidas de manera definitiva, Luces de bohemia será cancelada, no me queda ninguna duda. No obstante: ¡NO P-A-S-A-R-Á-N! No hemos de permitirlo.
Hay obras a las que uno pertenece, esta es para mí una de ellas.
Por muy increíble que parezca, es la primera vez que se monta en el Teatro Español. Nunca es tarde si la dicha es buena y en este montaje hay suficientes motivos para celebrar el centenario de la publicación. Aquí seguiremos fascinados por ese Madrid «absurdo, brillante y hambriento» que describió don Ramón María del Valle-Inclán en esta obra inmortal que multiplica su espectro en los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato.
¡Max, no te pongas estupendo!
Fotos: Teatro Español.
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