La nave Horizon realiza un viaje que pondrá a prueba los límites físicos y mentales de “el hombre”, protagonista anónimo de esta novela de ciencia ficción con tintes psicológicos. A bordo, ocho cápsulas criogénicas ocupadas por otros tantos tripulantes. Por delante una misión que se antoja eterna: viajar a Oaks para contactar con los primeros entes extraterrestres de los que se tiene noticia en la historia de la humanidad. Atrás queda la Tierra, convulsionada tras hacerse público un descubrimiento que resquebraja los cimientos de la civilización global. El rey tras el cristal oscuro (Triskel Ediciones, 2015) de Pablo Felder es la historia de ese viaje, una odisea en la que están puestas las esperanzas de la especie humana. Pero ya se sabe que en los viajes se suele llegar a un lugar distinto al que se pretendía; la meta por definición es mutable e indefinida, por mucho que queramos o necesitemos creer que está clara y prefijada.
La novela tiene dos partes. La primera nos cuenta la transformación del mundo —no hay que olvidar que es una distopía, pueden imaginar que muchos besos no se reparten— y la segunda la transformación de una persona, el protagonista, después de descubrir algunos datos cruciales sobre su realidad inmediata. Se entra en esta segunda parte tras la activación del “Protocolo de Decisión Inevitable”, claro punto de inflexión en la historia. Vemos que a partir de ese giro de los acontecimientos importa más lo individual, la construcción de una nueva identidad, centrarse en la supervivencia a toda costa, aunque esta suponga tener que “animalizarse” para enfrentar la incertidumbre que parece querer devorarlo todo.
Asistimos al declive progresivo de muchas certezas a medida que avanzamos en la lectura. La ilusión tecnológica se derrumba; esa ficción de control que nos permite vivir con nuestros trabajos, nuestras neurosis y nuestras ocultaciones de todo lo que nos falta, está muy presente en la novela. Y tras el estrépito de la caída comienzan las suspicacias, el hombre se convierte en una criatura acorralada y temerosa; la humanidad como conjunto deja de ser un ideal, deja de ser importante: el instinto de conservación se pone en juego y toma el control.
La estructura quizás sea uno de los puntos fuertes del relato. Al estar desprovista de acción es importante que el autor controle las subidas y bajadas de tensión y que regule bien la información, ya que no va a poder recurrir a acontecimientos trepidantes que le ayuden a salir del paso. El dibujo y desarrollo de los personajes, principalmente del protagonista, también obedece a la misma estrategia de dosificación paciente y ajustada que se daba en la trama. Este sabio gotero con el que se nos desvelan los datos justo cuando los necesitamos, es otro de los aciertos de la obra.
La carga psicológica está justificada a pesar de que, en ocasiones, pueda parecer demasiado densa; es más, me atrevería a decir que es la piedra angular sobre la que se asienta la novela. La introspección del protagonista y las historias de algunos secundarios contadas en retrospectiva sostienen la tensión narrativa. Así que no esperen mucha acción, no esperen “efectos especiales” literarios ni que la trama transcurra veloz para dejarlos sin aliento. El viaje es largo, por eso las prisas se hacen innecesarias.
Como puntualizaba, el punto fuerte de esta obra es su estructura. Un gran acierto los incisos con los que Felder suele iniciar cada capítulo y que nos dan pinceladas de las motivaciones y vidas de los personajes; así, el cuerpo narrativo principal ya de por sí deliciosamente concentrado por su tendencia a la reflexión, no se ve recargado con más información de la estrictamente necesaria.
El lenguaje va cambiando su tono a medida que avanza la obra. De una gran distancia y asepsia inicial vira hacia a otro más cercano, más valorativo y especulativo en la última parte del relato. Esta modulación léxica nos ayuda a identificar bien los estados anímicos de los personajes y aporta tensión cuando la trama lo necesita.
El ritmo lento es más un aliciente que un estorbo. Sirve para afirmar las reflexiones del personaje principal, nos permite fijarnos en sus ideas y sentimientos, y construir en tiempo real nuestra versión de los sucesos. “El hombre” a veces recuerda a un cuentacuentos, sobre todo en los pasajes en que inventa biografías para los pasajeros criogenizados como método para combatir el tedio y la soledad. Este alegato a la oralidad, a la necesidad humana de las narrativas para favorecer la memoria individual y colectiva, nos hace querer entender a los personajes, los hace cercanos. El autor defiende la importancia de la literatura para el ser humano: la narración compartida, la construcción de ficciones a las que aferrarse es algo inherente a nuestra especie, algo tan necesario como comer o beber.
Pablo Felder, autor de «El rey tras el cristal oscuro».
Los temas tratados, sin ser muchos, sí que lo están en profundidad. El tiempo que tiene por delante “el hombre” para reflexionar favorece el análisis minucioso de cualquier idea. Religión, psicología, sociología y acontecimientos más anecdóticos pero cargados de importancia para la comprensión de las motivaciones personales. La memoria, la soledad, la tendencia a la violencia ante la sinrazón; pero sobre todo la incertidumbre, no saber que va a pasar mañana aunque intuyamos que muy poco cambiará, y esa machacona repetición de acciones y obligaciones hace nacer la duda, la sospecha, la necesidad de conflicto y de cambio, de evolución.
“Parecía realmente destrozada, derrotada por la verdad, pero sorprendentemente lúcida con la situación”. En esta cita habita el espíritu del libro: la búsqueda sistemática de la verdad, un deseo de liberación, de atisbar el final del túnel; la revelación, para revertirlos, de toda esa ristra de constructos que acatamos por convención. Sí, se cuenta un proceso de transformación, de sorpresa, de intuición y curiosidad. Salir de lo convencional y atreverse a abandonar el terreno cómodo de la existencia sumisa; pero aquí, el protagonista, tiene que recorrer un universo para abandonar su zona de confort y empezar a hacerse las preguntas importantes.
De interés para entender la obra es también la simbología de los criogenizados. Despertar de ese letargo inducido es abrir los ojos a una realidad distinta, a una posible verdad más cruel pero más real que la que dejaron años atrás en la Tierra. Descubrir un terreno difuso donde hay que volver a definir lo que es y lo que no es aceptable, destripar verdades, despiezarlas para volver a montarlas lejos de lo habitual.
Después de sembrar todas las dudas posibles, un huerto entero, llegamos a un final en el que el lector debe esforzarse para recolectar sus propias conclusiones. Es la duda, algo tan humano, el motor de esta lectura; los avances y retrocesos por su fisonomía, su incómodo revoloteo que sin embargo nos lleva a buscar una solución plausible.
Dudemos, seamos humanos, reflexionemos, dejémonos llevar por la Horizon… y que los nuevos soles salgan por donde tengan que salir.
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