Me asomo por la ventana y observo la calle donde vivo. Cielo gris, aire frío. Respiro la tranquilidad habitual de este pedacito de mundo. Niños y adolescentes se dirigen al colegio o al instituto, los primeros acompañados de algún adulto. Señoras hacen la compra en el supermercado que queda enfrente del piso donde vivo. Algunos/as le dan una moneda a la chica africana que siempre está a un lado de la puerta automática, viendo la vida pasar sin poder hacer demasiado, pobrecita. Sólo algunos parecen tener prisa, la mayoría se desplazan con normalidad, seguros de la efectividad de sus rutinas. Los abueletes, encorvados por el tiempo y ya fantasmas de un mundo distinto, cruzan la acera len-ta-men-te, pero no corren peligro, aquí los conductores son en general bastante respetuosos y pacientes (la urbanidad vial es uno de los aspectos que siempre sorprenden a los mexicanos recién llegados a España, [mal]acostumbrados como estamos a tener que torear automóviles y pasar las calles literalmente corriendo). En fin, ahora mismo en mi pedacito de realidad no ocurre absolutamente nada revulsivo (y con ello no me refiero a que en Europa/España/Madrid no haya problemas, los hay y cada vez más como así lo he reflejado en textos anteriores; me refiero a lo que puedo ver desde la ventana, para mí es un pequeño mundo a admirar).
No me he encontrado muy bien estos últimos días, tengo sueños agitados, siento vértigo y como un hueco en el estómago, si embargo he perdido el apetito y hasta asco me da la comida. No sé… es como que mi cuerpo está aquí pero mi mente no. Pienso en Michoacán. Pienso en mi familia (unos de Apatzingán, otros de Uruapan, los últimos de Morelia, todos michoacanos), que aunque con el tiempo ya me he distanciado de varios de ellos muchísimo (no me refiero sólo a la distancia física), no dejan de ser mi familia. Pienso cómo lo estarán teniendo que pasar en estos momentos ahí y qué pensarán y sentirán de esta su realidad, ellos que han vivido desde la raíz problemones que hoy estallan y se radicalizan en la región. He estado piense y piense en mi gente, y como que no me hallo en mi día a día, entre realidades.
No sé si tendría el valor pero me gustaría –de hecho fantaseo con ello, ¿qué más puedo hacer encontrándome tan lejos y sin la posibilidad de viajar?- poder estar en estos momentos en Michoacán, participando en la avanzadilla y resistencia de las autodefensas, siendo testigo y documentado los acontecimientos que ya huelen a Historia (no me digan que frases como “la toma de Antúnez” no parecen ya destinadas a figurar en los libros de texto del futuro, si es que hay libros de texto en el futuro y si es que hay siquiera futuro). O al menos me gustaría estar en México, orbitando como un satélite la zona de conflicto, recopilando las sensaciones y recogiendo los pensamientos que están moldeando nuestro presente. Algunos verán el levantamiento armado de las autodefensas como una señal de lo desmadrado que se encuentra el tejido social mexicano, y sí… No obstante, debemos de tomarlo como un hecho positivo y esperanzador porque esta insurrección ciudadana demuestra que es posible combatir efectivamente al crimen organizado (cárteles y gobiernos) si unimos fuerzas y nos organizamos. Muchos de nosotros de habernos visto en sus situaciones quién sabe si hubiéramos sabido o siquiera podido enfrentar las injusticias como ellos lo están haciendo. Es jodido pero no hay de otra. O lo hacemos entre nosotros o aceptaremos la subordinación el resto de nuestra existencia. Aunque a esta historia aún le quedan varios capítulos para concluir, seguramente muchos de ellos sangrientos y hasta inimaginables (nos estamos enfrentando a nuevos paradigmas y eso siempre es un visceral misterio), peor es seguir inmovilizado y callado, dejando que los abusones de siempre se aprovechen de todos nosotros. Hemos llegado a un punto (¿mundial?, quizá) en el que parece que en todos lados es griterío y sufrimiento. Unos mueren, otros se rebelan, muchos callan y obedecen…
Como michoacano siento total admiración por la valentía que están demostrando una buena parte de mis paisanos, desde el comandante Mireles (un líder nato) hasta el último encapuchado; su arrojamiento, decisión y entereza me inspiran. Ahora mismo, son ellos el orgullo y espíritu de nuestra sangre. Ya quisiéramos muchos tenerlos así de bien puestos. Por ellos Michoacán es hoy ejemplo de lucha en todo el país (y en el mundo).
Me enteré de que hubo en Morelia una manifestación en apoyo a los autodefensas pero las fotos que acompañan el artículo revelan que no hubo buena asistencia; chale, ¿qué pasó, bandita? Yo sé que uno a veces anda de arriba para abajo todo el día y quizá la mayoría ni se enteró de la convocatoria como suele suceder (animo desde aquí a que el grupo que la convocó, u a otro, lo intenten de nuevo, difundiendo más la cita), pero no sean gachos, lo mínimo que podemos hacer desde otros focos lejanos a la zona en combate en estos momentos de revuelta social -especialmente en la capital del estado donde se le puede dar más visibilidad- es expresarnos, que se note la presión ciudadana y el sentir popular, que por nosotros no quede. Muchos alegarán que manifestarse no sirve de nada, pero mi experiencia en Madrid me muestra lo contrario. Sí se consiguen cosas pero para ello hay que ser pacientes y realistas (algunos demasiado inocentes se rinden enseguida porque esperan soluciones drásticas de un día para otro), inteligentes (las protestas deben de tener un carácter pacífico a menos de que se justifique claramente el uso de la violencia como en el caso de las autodefensas y las cargas policiales), críticos (contrastar información, cultivar la mente, reflexionar, no ser conformistas, nunca dar nada por hecho) y sobre todo participativos (poco se logra si la resistencia no es constante y masiva).
Lo que está ocurriendo en Michoacán no es poca cosa (¿guerra civil?). Voltear hacia otro lado nos hace cómplices del mal gobierno y de los criminales. Y si bien los grupos de autodefensa son una cuestión más bien compleja (pudiera ser que, con el tiempo, ellos empezaran a reprimir a los ciudadanos que en principio defendían), sus actos son totalmente legítimos y lo primero es purgar la región de tanto hijo de la tiznada (como dirían en Apatzingán), luego ya se verá qué se puede hacer con toda esta gente armada. Lo cierto, y eso nos tiene que quedar bien claro, es que no se puede confiar ya más en el gobierno, hay que renovar todo nuestro sistema y eso ocupa tiempo y esfuerzo. Si no lo hacemos siempre vamos a estar chingados, así de simple.
Morelianos y michoacanos: ánimo y fuerza; resto de mexicanos: no se olviden de sus paisanos en lucha, los necesitamos.
Mientras tanto, en la calle donde vivo no se oyen disparos ni se incendian comercios. Aunque desde luego Europa no es ningún paraíso, anhelo un México con un panorama más parecido a este…
Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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