06/04/2016, Teatro Real, Madrid.
¿Qué irá a responder, cuando le pregunten alguna vez si conoce Parsifal, aquel visitante ocasional al teatro que conozca por primera vez esta obra, y que, por unas cosas u otras no contraste lo que ha visto en esta producción con una que tenga un criterio fiel al libreto? Probablemente pueda responder algo tan distorsionado como esto: “Sí, Parsifal trata sobre unos soldados enfermos, heridos y trastornados psicológicamente, recluidos en un sanatorio decadente, que bien podría tratarse de un manicomio, el cual parece estar situado en algún lugar de Europa durante la primera mitad del siglo XX, donde también agoniza Amfortas, un individuo que supuestamente tiene por misión salvaguardar una copa que él y los enfermos llaman “el Grial”; el “héroe” que lo salvará, Parsifal, que es un chico canoso y con sobrepeso que no consigue evocar nada particularmente especial, se enfrenta a unas vedettes, esquivando tentaciones y venciendo a un tal Klingsor, un señor loco, presa de alucinaciones, enemigo de Amfortas, que parece estar recluido en el mismo sanatorio que los demás, algo que no parecía extrañar a nadie”.
Claus Guth (director de escena), aliados técnicos y los productores implicados en esta producción han realizado una relectura de la última ópera de Wagner, vulgarizando erráticamente una obra maestra (gran título entre los grandes títulos) que, para su propio bien y el nuestro, debería de permanecer sagrada.
Esta propuesta escénica, realista, feísta, cruda, patética y mundana, no hace sino restar y deformar lo más fascinante de Parsifal: su indispensable misticismo, su intensa espiritualidad, su poder de evocación legendario, fantasioso, simbolista, atemporal, ingrávido, eterno.
No es que el gusto estético-conceptual de la producción sea deleznable, no, escénicamente resulta interesante, se podrían señalar aciertos, e incluso cumple con las, digámoslo así, cuotas de austeridad y sobriedad que requiere una obra como esta, pero definitivamente no me pareció adecuada para Parsifal porque libreto y escena no terminaban de encontrarse. ¿Saben dónde quedaría bien esta producción? En un libreto que, de hecho, hable de lo que esta propuesta escénica intenta proyectar.
No estoy en contra de hacer relecturas, algunas funcionan, pero hay que escoger cuidadosamente las obras y las ideas introducidas deben aplicarse con el máximo de los criterios y justificaciones. Los directores de escena y productores podrán a veces formular marcos teóricos que mareen a quien se deje impresionar por la retórica, pero si no funciona lo que se ve en el escenario nada de eso sirve. Esta producción consigue más bien restar fuerza e impacto a la obra y eso, más tratándose de este caso en particular, es un crimen, ¡una profanación! Quería encontrar consuelo y redención pero esta producción sólo me trajo frustración y hastío.
El “festival escénico sacro” de Wagner en esta ocasión no tenía nada de festival ni de sacro y su escena nos contó otra cosa. ¿No sería mejor (y quizá un reto más difícil) perseguir buscar la representación ideal de una obra tan ideal como esta? Si se va a hacer una relectura de Wagner, ya tiene que ser una genialidad, si no, las obras del monumental artista alemán está muy bien como fueron concebidas.
La batuta del maestro Bychkov fue, de lejos, lo mejor de este Parsifal.
La impresión que causa experimentar y la huella que deja un montaje fiel, preciso y virtuoso de Parsifal es una de las experiencias místicas y estéticas más sobrecogedoras que jamás alguien puede vivir. En cambio, desgraciadamente no creo que nadie vaya a salir especialmente trastocado ni conmovido de estas funciones en el Teatro Real. Es una pena.
Si en estas funciones hay algo que señalar digno de Parsifal, eso es la dirección musical de Semyon Bychkov. El maestro ruso moldeó una dirección sobresaliente y con su experiencia, dominio, seguridad, clase, amor a la música y gusto por lo que está bien hecho, se ganó totalmente al público del Real. Él y la orquesta salvaron la noche. Es de justicia decir que también se contó con unas voces de considerable empaque: Anja Kampe (Kundry), Franz-Josef Selig (Gurnemanz), Christian Elsner (Parsifal), el coro…
Como ocurriera en el Lohengrin de hace dos años, otra fallida producción wagneriana, esta propuesta no terminó de convencer (sin embargo, por lo que leo, varios críticos han escrito bien sobre ella; lo cierto es que todos los comentarios que llegaron hasta mí durante la función desaprobaron la escena).
Wagner pedía acertadamente y con razón que no se aplaudiera al final de Parsifal para no romper con el misticismo que emana de la partitura y la obra. Hoy en día los públicos del mundo no hacen caso a este sabio consejo (y empiezan a aplaudir aún cuando ni siquiera las notas llegan a apagarse del todo, más ansiosos por irse del teatro que emocionados), pero en todo caso esta producción no se merece el honor de no ser aplaudida.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real.
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