DANIEL BERNABÉ. Trayecto en noche cerrada

Sin llegar a ser uno de esos narradores que se regodean en lo sórdido y en la miseria ajena, Bernabé sabe transmitirnos esa tristeza que provoca la carencia. Pero también hay esperanza, siempre callada y agazapada.

Trayecto-en-noche-cerrada-Daniel-Bernabé-portada-LVÚJóvenes que ya no lo son tanto, un país arrasado, un tipo de vida ya imposible y el despertar a la realidad de las consecuencias de una devastadora crisis. La decepción sobrevuela cada uno de los relatos que nos trae el autor. Narraciones breves en las que Daniel Bernabé muestra su habilidad en la caracterización de gentes. Asistimos a un desfile de personajes bien dibujados con muy pocos trazos, lo que personalmente considero un mérito enorme. Alcanzar la comprensión de alguien sin apenas datos de quién es o qué le motiva no es sencillo de conseguir. Sus personajes viven situaciones muy apuradas y que no podrían ser otras; por pertenecer a donde pertenecen, por haber nacido donde han nacido. Historias alrededor del cadáver putrefacto de una sociedad, de un país, de un tipo de ciudad que ya no da más de sí. Al menos no para todos. Los textos contenidos en esta obra son pedazos de vidas arrasadas, pero no se burla de ellos ni los humilla, se nota el respeto y la esperanza que subyacen a la exposición de tanta miseria. De alguna manera, el autor nos deja clara su pertenencia a esa clase de gente que describe. Lo consigue con una cercanía palpable en la voz narrativa, siendo el propio autor un personaje en muchos momentos. Pero ese “pringarse” en la historia aparece como algo justificado y hace derivar las narraciones hasta que toman forma de crónica o documental sobre los estragos de vivir alejado de la realidad que se transita. Una falsa crónica que adopta el pellejo de la realidad para engañarnos con verdades que habitualmente permanecen ocultas.

Es importante no dejarse superar por las circunstancias a pesar de que “toda normalidad tiene un precio”, seguir siendo coherente con lo que uno piensa y siente. Me parece de hecho que una de las intenciones del autor es la de representar, con una actitud casi periodística y, desde luego, beligerante, lo que sus sentidos interpretan como “lo real”. Y nos la expone sin decorar, nos habla de la realidad, aquí sí, con profundidad (en ocasiones con cierta tendencia a la reiteración de temas y maneras, quizás un punto flaco de este Trayecto en noche cerrada). Quiere denunciar situaciones injustas sin caer en el panfleto facilón y sin aburrir al lector, quiere quejarse pero que no se note, despertar el interés por la situación que denuncia. Por eso Bernabé prefiere exponer vidas diseccionadas que gracias a su pericia narrativa quedan como muy reconocibles; vidas por las que sentimos una curiosidad basada en la empatía y la inquietud. Podría pasarnos a nosotros, a cualquiera. Incluso al acomodado ciudadano inconsciente del mundo en el que vive y que pasea feliz en el relato “La moto”, una de las mejores descripciones que he leído sobre un proceso de acumulación de ansiedad.

En la obra parece que se nos habla de injusticias, de temas sociales, de pobreza digna y riqueza de doble fondo; pero creo que lo que expone el autor y lo que vertebran todos los relatos es el hecho de descubrir lo poco que importa nuestra vida ya que siempre habrá circunstancias que nos superen. La nimiedad del camino elegido y de nuestros méritos acumulados ante la revelación de que hemos estado jugando acatando normas ajenas, sin pasarlas por nuestro tamiz. Inmersos en una vorágine que no entiende de pobres y ricos, que no trata a las personas como tales sino como mercancía prescindible. Desolador. De eso va esta recopilación de historias, de cómo enfrentarse a la desolación.

Ese pesimismo que emana de los ambientes y actitudes de los personajes es uno de los grandes logros de la novela. Porque no todo va a ser colorines y distracciones, está muy bien que un escritor venga a traernos cubos de suciedad moral y cultural al salón de nuestra casa. Sin llegar a ser uno de esos narradores que se regodean en lo sórdido y en la miseria ajena, Bernabé sabe transmitirnos esa tristeza que provoca la carencia. Pero hay esperanza, siempre callada y agazapada, pero la hay y se nos deja entrever por ejemplo con el uso frecuente de los finales abiertos, a lo Carver pero con un punto más amargo. Esa forma de rematar los relatos se convierte en una ventana a la esperanza porque nos saca del ambiente opresivo y triste para dejarnos en un balcón fresco mirando no sabemos muy bien el qué, pero respirando, conscientes de que ya ha pasado lo peor.

Predomina la acción, si bien se trata de un tipo de acción muy cargada de reflexión. Los personajes se mueven y piensan, se mueven y sienten, se mueven para quedarse quietos muchas veces. Todo a la vez, contado de forma bastante natural. La prosa utilizada, en apariencia no muy densa, sí obliga al lector a pensar en clave moral, casi sin que este se dé cuenta, otro gran acierto. Aunque en ocasiones se le notan las costuras a esta fórmula y se intercalan ciertas situaciones que acaban pareciendo más exposición de doctrina que narración. Estas dirigen, de forma algo tramposa, al lector hacia una conclusión o una toma de posición ya decidida. Pero este proselitismo no es muy frecuente y puede ser disculpado porque ocupa pasajes breves y enseguida asistimos de nuevo a los habituales derrumbes y reconstrucciones personales de los que está lleno el libro.

La estructura de la obra está bien conseguida y son pocos los relatos que bajan el nivel. Se corre el peligro de cansar con la repetición temática, pero el autor es lo suficientemente hábil como para dar variedad a los temas secundarios y a los tipos de personajes. Así consigue que no resulte demasiado evidente que en todo momento nos está hablando de esa sociedad que nos destruye y que, a mí manera de ver, es el tema que vertebra toda la recopilación. Lo dije antes, el sinsentido de jugar a este juego. Las técnicas de guerrilla contra la desolación.

Daniel Bernabé.

Daniel Bernabé.

De todos los relatos quiero destacar “España era una fiesta”, porque es una herramienta diseñada para romper el cinismo. “De siete a siete”, por su forma de ponernos ante el lado mecánico y alienante de la vida y por su crítica a la ceguera social de algunos “acomodados”. “La Corrala” porque mi infancia también son recuerdos de un patio de Sevilla… Y cierra la obra, “Los últimos días del invierno”, que, aparte de ser uno de los que más calidad tienen, justifica la obra completa y explica muy sutilmente cómo llegó Bernabé a zambullirse en este Trayecto.

Nos encontramos en definitiva con una serie de retratos psicológicos y emocionales muy variados. Todos destilan una curiosidad antropológica por las amargas batallas diarias. Batallas entre personas, entre clases, entre pecho y cerebro; lucha constante. Porque se entresaca al terminar de leer que hay que apretar los dientes si uno quiere permanecer fiel a sus principios. Nos topamos con un fotógrafo literario de costumbres y rituales. Alguien que pasea su vista por todas las etapas vitales y condiciones sociales, por vidas difuminadas en las que pasan muchas cosas más allá del trabajo o el amor, aunque no lo parezca.

Sobre la edición puntualizaré un aspecto negativo: la presencia de algunos errores tipográficos a la hora de decidir un criterio unitario para el uso del guion como introducción del diálogo y como paréntesis. Quizás esto pueda solucionarse en futuras ediciones. Para eso hay que leer esta obra, para que se agote o que nos agote. Tenemos que tener el valor de enfrentarnos a las certezas que nos aguardan en este libro.

“Es extraño que los lugares habituales cambien tanto cuando los vemos a horas poco frecuentes”. Por eso os recomiendo Trayecto en noche cerrada (Ediciones Lupercalia, 2014), porque es un balcón abierto a las horas que no sabíamos que existían.


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