10/03/2013. Sala El Sol. Madrid.
La vida da muchas vueltas, o por lo menos hay quienes han dado muchas vueltas por su vida. Uno que puede afirmarlo es Nick Garrie (Yorkshire, 1949), un autor franco-inglés que ha llevado una carrera musical huidiza y esquiva. En 1969, a sus 20 años, debutó en Francia (país donde se crió aunque su padre es ruso y su madre escocesa) con un álbum que ha ido adquiriendo el estatus de culto. Se trata de The nightmare of J.B. Stanislas: un puñado de composiciones propias donde se practica un folk/pop preciosista, barroco, poético y con una cierta reminiscencia psicodélica propia de la época. Música cuya naturaleza se asemeja a la de autores como Nick Drake (ese otro Nick de su generación con el que lo habrán comparado tanto), Donovan (aunque Garrie menos roquero y más melódico), The Beatles (sobre todo sus años de madurez y del lado más mccartniano de la balanza), David McWilliams (ambos compositores capaces de endulzar el oído con sus melodías), The Pretty Things (los de Emotions), Scott Walker (el de los primeros discos, aunque Garrie más romántico y menos locuaz), Small Faces (su lado más bucólico), entre otros sonidos y autores (la lista es larga y se podría escribir un artículo sólo vinculando parentescos).
Esta fascinante obra nunca tuvo el respaldo publicitario ni la distribución merecida a raíz de que se suicidara Lucien Morisse, director general del sello Disc’AZ que había fichado a Garrie, arrinconado por sus deudas generadas por su ludopatía. Por lo tanto, esta joya cayó en el olvido, se convirtió con el tiempo en una codiciada pieza de coleccionista para esos pocos que sabían de su existencia.
Desde su nacimiento y hasta el presente, lo que ha vivido Nick Garrie a lo largo de su vida da para una buena novela (¿con final feliz?). A partir de aquella desilusión comercial, se aleja del mundo musical (que no de la música) y decide terminar sus estudios académicos. Se gana la vida trabajando en una fábrica de globos, como conductor de autobús, jugando al rugby de manera semiprofesional, ejerciendo como monitor en una empresa de ski que él mismo había instaurado en Suiza, y, como hasta ahora hace en el pequeño poblado de Heathrow cerca de Londres, ha sido profesor de francés (se pueden leer alegres y positivos comentarios de algunos de sus alumnos en sus vídeos que circulan por la web), entre otras facetas más típicas del ciclo de la vida (se casó, tuvo hijos y en un abrir y cerrar de ojos ya tenía canas y barriga).
En lo musical tuvo algunos escarceos eventuales: colaboró con el compositor Francis Lai; en 1984 publica Suitcase Man, un álbum producido por el bajista original de Los Yardbirds, Paul Samwell-Smith, y que, de manera insospechada, ¡llega al número uno en España!, pero Garrie no recibe honorarios debido a la mala gestión del sello catalán Picap, quienes editaron el disco (se dice también que el autor les mandó otro álbum inédito que terminaron perdiendo). A cambio del dinero no ganado, Picap consigue que Nick Garrie sea el telonero de Leonard Cohen en una de sus giras españolas. Después de eso, prácticamente desaparece.
No es hasta la década del 2000 que empieza a emerger su figura del olvido, alimentada por la leyenda que gira en torno a su errática carrera y a su melancólica música. Se pone en circulación de nuevo su mítico disco debut e impulsado por músicos que le admiran como Ally Kerr o Duglas T. Stewart (BMX Bandits) publica el larga duración 49 Arlington Gardens en el 2009 vía Elefant Records, sello madrileño que, un año después, reedita The nightmare of J.B. Stanislas en una edición de lujo. Con ánimo renovado, Nick Garrie ha vuelto a colgarse la guitarra al hombro, girando por diferentes países y festivales desde entonces. Este año, organizado por la promotora Hurrah!, Nick Garrie ofreció conciertos por Valencia, Alicante, Albacete y, finalmente, Madrid.
Antes de que el autor conectase su guitarra al escenario de la Sala El Sol, la banda madrileña The Zombyrds (nombre eventual de Zombie Valentines, que utilizan cuando homenajean a The Byrds) ambientó la espera con ejecuciones frescas, amables, digeribles, con voces e instrumentaciones luminosas, pero con un repertorio que no se salía demasiado de lo convencional.
Sin hacerse esperar, un solitario Nick Garrie interpretó sus canciones como él siempre las ha entendido: en acústico y de manera íntima (a lo largo de los años ha solido mostrarse un tanto reticente a las orquestaciones que Eddie Vartan compuso para su reivindicado álbum debut). Dirigiéndose de frente al público (que disfrutó el concierto sentado, rodeando al autor), con toda honestidad y experiencia nos relató su vida a través de su música, como si de un álbum de fotos se tratase. Abrió con “Ink pot eyes” (una melodía que McCartney podría haber compuesto para el Sgt. Pepper o el Álbum Blanco), y fue hilando otras grandes canciones de su disco “maldito” como “Wheel of fortune” (y su creciente espiral), “Deeper tones of blues” (que quita el aliento), “Stephanie city” (tema ensoñador marca de la casa), “Bungles tours” (una que levantó algunas voces durante los simpáticos coros), “Can I stay with you” (que sin embargo, pudo haber sido un track del Imagine de Lennon), “Love in my eyes” (desconsolada página apasionada), y la que da nombre al disco (brutal tema que realmente representa el espíritu del álbum al máximo), entre otras.
Quién sabe si Nick Garrie hubiera pensado en los años de retiro que a sus sesentaitantos iba a estar de nuevo en la carretera tocando sus canciones de ciudad en ciudad, encontrando cada vez más caras nuevas que admiran su trabajo.
De su último LP cayeron algunas gemas como “Le Pont Mirabeau” (cantada en francés, sobre un texto del poeta Guillaume Apollinaire), “Lovers” (un tema escrito para la película coreana Plastic Tree, donde colabora Francis Lai), “In every nook and cranny” (canción en el que un desconsolado Garrie parece sentirse extraviado) y “On a wing and a prayer” (incluida en la banda sonora de la película española Yo, también). De temas que se han ido recogiendo en otros discos, nos regaló “Chateau D’Oex Blues” (evocadora pieza sobre una comuna suiza), “The Street musician” (un homenaje a Chaplin), “When the cold wind blows” (triste y desgarradora), “Those days” (que fue parte del tributo al músico gallego Magín Blanco, quien ya no puede tocar la guitarra por culpa de un accidente), entre otras.
Este cálido caballero de otra época terminó de contarnos su historia, por el momento, con dos canciones que acompañó con un violinista invitado, Jordi Montero: “Wild wild hair” (enamoradiza e inspirada melodía) y “Rainy days in sunny Sydney” (último sencillo/vídeo recientemente lanzado por Elefant Records). Su reconocimiento irá en aumento y ya nada detendrá la expansión de su bellísima música. Más vale tarde que nunca.
Fotos: Estrella Checa.
Artículo publicado originalmente en Fac magazine.
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