Toparse con un cartel en el cine que incluyera el nombre o la imagen de Philip Seymour Hoffman (1967, New York – 2014, ibídem) era sinónimo de que se tratase muy probablemente de un producto estimulante, diferente, sustancioso, interesante y por encima de la media. Hoy por hoy, a nadie le resultaba infundado que se le señalara como uno de los mejores actores del mundo en activo, o quizá el mejor, desde hacía década y pico.
Aparte de su también importante labor en el teatro, participó en aproximadamente sesenta producciones cinematográficas desde principios de los noventa. Si bien cada una de sus crecientes intervenciones como protagonista o co-protagonista eran inolvidables interpretaciones de gran altura, la mayoría de sus roles fueron secundarios. He ahí la gran tragedia de la temprana muerte de Philip Seymour Hoffman, un individuo que estaba destinado a convertirse en uno de los grandes artistas de nuestro tiempo pero que, al truncarse su camino, su peso específico pasará injustamente a la historia como el de un brillante actor de reparto que consiguió sólo algunos pocos papeles principales en el último tramo de su carrera.
Sin duda su físico le encasilló, encarnando muchas veces (que no siempre) personajes torpes, aislados, fracasados, asociales, tímidos, incapaces de desenvolverse en el mundo o comunicar sus sentimientos adecuadamente: el asistente de sonido homosexual de Boogie Nights (Paul Thomas Anderson, 1997); el pervertido que llama anónimamente a su atractiva vecina (Lara Flynn Boyle) y que a su vez rechaza a otra mujer nada provocativa que le pretende (Camryn Manheim) en la hilarante y a ratos incómoda Happiness (Todd Solondz, 1998); el servicial y lambiscón lacayo del multimillonario Lebowski (David Huddleston) en The Big Lebowski (Joel y Ethan Coen, 1998); el ensimismado y afable profesor que guarda un tortuoso deseo por una de sus alumnas (Anna Paquin; no lo culpo) en ese trepidante peliculón llamado 25th Hour (Spike Lee, 2002); etc.
Otros papeles secundarios o co-protagónicos a destacar son el cobarde hijo de papá en Scent of a woman (Martin Brest, 1992); el desengañado y cínico crítico musical y editor de la revista Creem, Lester Bangs (quien realmente existió y murió en 1982), consejero y protector del joven protagonista (Patrick Fugit), detractor del rock progresivo y defensor del punk, en la por momentos cursi y totalmente inofensiva además de moralizante Almost Famous (Cameron Crowe, 2000), personaje que de alguna manera se enlaza con otro de una posterior producción también roquera (y mucho menos cursi y más cómica) conocida como The boat that rocked (Richard Curtis, 2009), donde Hoffman da vida a El Conde, el líder (que no el capitán de la tripulación) de una pandilla de geniales y estrambóticos DJs que transmiten rock ‘n’ roll y pop desde un barco en la Inglaterra de los años 60 (basada en hechos reales, cuando las radios piratas eran la única alternativa a la BBC); uno de los dos hermanos en la tragicómica The Savages (Tamara Jenkins, 2007), quienes no tienen otro remedio que afrontar sus responsabilidades familiares al enterarse de que su padre se encuentra enfermo y casi a punto de morir; el vehemente y agudo agente de la CIA en Charlie Wilson’s War (Mike Nichols, 2007); el tajante director de campaña en ese atrapante thriller político titulado The Ides of March (George Clooney, 2011); el segundo violín de un aclamado cuarteto de cuerdas en decadencia que rehúsa a seguir siendo un segundón toda su vida en una de las últimas películas donde le pudimos ver, A Late Quarter (Yaron Zilberman, 2012).
Así bien, su primer papel más o menos importante le llegó con un film poco conocido, Flawless (Joel Schumacher, 1999), que protagonizó junto a Robert De Niro, y en el que personificaba a un travesti, un drag queen para mayores señas, largometraje que pasó sin pena ni gloria. No transcurrió mucho tiempo hasta que consiguió su primer rol principal en Love Liza (Todd Louiso, 2002), con un guion escrito por su hermano Gordy Hoffman. Se trata de una conmovedora historia –aunque con toques de humor- sobre un hombre de treinta y tantos que tiene que enfrentar el reciente suicidio de su esposa, inhalando gasolina para perder el conocimiento y aficionándose a los aviones de control remoto como distractores catárticos. Philip no sólo es convincente, sino que logra situar la película en otro nivel. Se revela entonces como un actor capaz de dotar a sus personajes de profundiad y generar empatía al espectador. Sin duda habrá sido un gran descubrimiento para varios y a partir de aquí su carrera comienza a cobrar relieve.
Una película que casi no generó interés fuera de Norteamérica y que también encabezó fue Owning Mahowny (Richard Kwietniowski, 2003), basada en una historia real en la que encarna a un director de sucursal de un banco de Toronto con adicción al juego y a las apuestas.
Luego de un bache de dos años participando en producciones considerablemente mediocres, en el 2005 vivió su gran momento con Capote (Bennett Miller), largometraje que captura el momento en el que el escritor estadounidense se encontraba trabajando en el título que más fama le daría, A sangre fría (1966). Intensa, alucinante y acertadísima interpretación que, como todos sabemos, le valió el único Oscar que ganó.
Otro papelón fue el que realizó en Before the devil knows you’re dead (Sidney Lumet, 2007), la parte maquiavélica de dos hermanos (el otro es Ethan Howke) que efectúan un asalto al negocio de sus propios padres. Presagio doloroso: su personaje era adicto a la heroína.
Lideró el reparto de Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008), fascinante film por extraño, loco y curioso que, como así ocurría también en Being John Malkovich (Spike Jonze, 1999), transmite una sensación de suspendida anormalidad (no es casualidad, Charlie Kaufman escribió el guion de ese y otros excitantes títulos).
En Doubt (John Patrick Shanley, 2008) combatió cara a cara contra Meryl Streep, personificando a un hombre de iglesia de ideas progresistas en oposición a una monja amargada, desdeñosa y rencorosa que le quiere difamar. “Hoffman aporta muchísimas capas de humanidad a sus papeles”, apuntó Streep en una entrevista y su afirmación resulta muy elocuente para definir su labor como actor.
Pocos lo saben, pero dio voz a Max Jerry Horovitz, el hombre neoyorkino tristón y obeso que mantiene una sincera amistad con una niña que vive en Australia en la originalísima película animada Mary and Max (Adam Elliot, 2009), enternecedora historia donde las haya.
Otro dato (más importante) que no se sabe mucho sobre él: dirigió una película de tendencia indie (sólo hay que echar oído a la banda sonora: Cat Power, Fleet Floxes, Grizzly Bear, entre otros) y que también protagonizó, Jack goes boating (2010), un dulce relato sobre el amor que empieza, fresco e inocente, en contraposición de un amor en decadencia, gastado y fatigoso en el que las dos partes se han hecho daño. Es una interesante propuesta pero de mediano alcance que sin embargo demuestra otras incipientes inquietudes que Hoffman seguramente hubiese desarrollado de haber prolongado su trayectoria.
Mención especial merece su complicidad con Paul Thomas Anderson, con quien trabajó en cinco de sus seis largometrajes, en los que cabe subrayar dos: Magnolia (1999), admirable film que encierra varias sub-tramas, entre ellas la de un padre moribundo (Jason Robards) que le suplica a su enfermero (nuestro Philip) que localice a su hijo (Tom Cruise; un individuo narcisista que se dedica a impartir peculiares cursos de autoestima a hombres que no se atreven a ligar) de quien se ha distanciado por roces personales; pero sobretodo The Master (2012), en la que imparte cátedra -junto a Joaquin Phoenix- de Gran Intérprete, compitiendo en grandiosidad con su rol en Capote, y en la que personifica a Lancaster Dodd, trasunto de Ron L. Hubbard, escritor de ciencia ficción y fundador en 1953 de una “filosofía religiosa aplicada” conocida como Cienciología. Obra (¿maestra?) que quedará catalogada como la última gran aparición de Hoffman.
Finalmente (y aunque me dejo varios títulos en el aire), participó en un par de proyectos que se estrenarán y distribuirán este año, God’s Pocket (John Slattery) y A most wanted man (Anton Corbijn), y asimismo dejó inconclusa la saga The Hunger Games (Francis Lawrence), que tendrá que continuar sin él; serán las últimas oportunidades de verle en pantalla.
Hoffman se movió inteligentemente entre el mainstream, el Hollywood de autor y el cine independiente. Además de sus grandes capacidades, transmitía una sensación de cercanía, como si de un amigo se tratase, y, como escribió James Franco en una bella reflexión, en cada papel “nos entregaba la poesía de la emoción verdadera”. Javier Ocaña, reputado crítico de El País, escribió en Twitter: “Se ha muerto el mejor actor del mundo. Y punto”. Estoy de acuerdo, pero yo matizaría: Se ha muerto el mejor actor del mundo. Ahora ya no lo será.
Y es que a Hoffman, de haberse cuidado de las adicciones y de haber tenido una vida promedio, aún le hubiesen quedado al menos unos buenos veinte años de carrera en los que podría haberse convertido verdaderamente en el mejor actor del mundo y punto. Como a varios de los que están leyendo esta retrospectiva, él era mi gallo, pero, analicémoslo fríamente: seis roles protagónicos y una decena de co-protagónicos –algunos de éstos regulares de peso- es un número muy bajo para entrar en el Olimpo. Desde mi punto de vista le faltaron méritos pero tenía todo para conseguirlos. En otras palabras, su camino a la cúspide era puro trámite pero la sobredosis ha malogrado lo que ya todos los cinéfilos intuíamos. ¿Cuántos directores y productores no se estarán ahora mismo dándose de golpes contra la pared por no haberle ofrecido antes un rol principal?
Hoy viernes 7 de febrero será su funeral, deja viuda y tres hijos. Ay, Philip, qué mala idea has tenido al morirte. Te vamos a echar mucho de menos, ¡pedazo de artista!
Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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