Reivindicando a Alfredo Landa

El actor navarro dejó tras de sí un valioso legado interpretativo. Figura clave del cine español de los últimos cuarenta años.

Este nueve de mayo pasado murió Alfredo Landa en la ciudad de Madrid con 80 años (nació en Pamplona en 1933). Fue un actor muy prolífico, apareció en más de cien películas (y/o series de televisión), ¡la mayoría de ellas como protagonista! Sin duda marcó época y, en general, los españoles le tenían (y le tienen) en buena estima, el público sentía simpatía por su figura y su trabajo porque muchas veces, sobre todo en su juventud, encarnó al español promedio de su tiempo (bajito, pelo en pecho, narizón, machito, rústico, pillo, pobre y reprimido sexual), pero creo que la imagen que se tiene de él es un tanto injusta o incompleta porque, fundamentalmente, se le recuerda como un mero cómico de burdas películas sin sentido, que proliferaron a finales de la dictadura franquista. No obstante, su registro escénico va mucho más allá.

Cierto es que muchos filmes en los que participó no valen casi nada, especialmente aquellos que realizó durante sus primeras dos décadas como actor de cine (antes, de joven, se había curtido en el teatro, su gran pasión), los sesenta y los setenta. Es un periodo de la historia del cine español que se ha denominado generalmente como “cine del destape”, donde a su vez y como una especie de subgénero del mismo se encuentra el “landismo”, llamado así por Landa evidentemente, un término en un principio peyorativo pero que hoy se usa principalmente para señalar un fenómeno social y artístico (ojo: nunca antes un actor o actriz habían generado un “ismo” de su estilo).

Por norma general, las películas del destape o del landismo son comedias de bajo presupuesto, muy disparatadas, absurdas y bizarras, considerablemente bobaliconas y pícaras; los personajes eran, muchas veces, caricaturescos y excesivos; los guiones eran verdes e inverosímiles, tendentes a subrayar la creciente permisividad erótica del momento con una visión desagradablemente muy machista, en los cuales se generaban situaciones y diálogos de puro enredo que a veces no tenían mucho que ver con el desarrollo de la trama en sí. En México las podríamos equiparar a las conocidas como “cine de ficheras”.

El título más representativo del landismo es No desearás al vecino del quinto (Ramón Fernández, 1970), donde Landa interpreta a un estilista que se hace pasar por homosexual sólo para poder acercarse sin réprobos miramientos a todas aquellas mujeres que solicitan sus servicios: un golfo de tomo y lomo. El film es bastante malo pero de alguna manera conectó con el pueblo llano español porque durante años fue la película más taquillera del país.

Por fortuna, y aquí viene lo verdaderamente importante, Landa atrae la atención, quizá no tanto por su labor hasta entonces en el cine sino por el teatro, de directores más serios y talentosos. Punto de inflexión en su carrera y mención especial en toda la cinematografía española merece El puente (1977) de Juan Antonio Bardem. Un peliculón injustamente poco valorado hoy día, fiel reflejo del momento: una España en transición recién muerto el dictador; un país pobre, conformista, corrupto, cacique y sanguinario, donde poco a poco surgía una esperanza de cambio y aires nuevos de consciencia crítica. Una road movie alucinante y emotiva que muestra a un Alfredo Landa en estado de gracia (dudo que alguien hubiese podido hacerlo mejor).

A partir de aquí, y aunque le siguieron llamando para hacer algunas porquerías (entre otras cosas, había que mantener a una familia de tres hijos/as y esposa), su filmografía se torna muy interesante. Títulos a destacar son la tragicómica Las verdes praderas (1979) de José Luis Garci, un director que hay que conocer sí o sí, y con quien Landa trabajó en repetidas ocasiones. En ella, Alfredo se mete en la piel de un publicista que trabaja en una empresa de renombre; es padre de familia y toda su vida gira alrededor de la monotonía y la corrección política que su entorno burgués le exige. Se va dando cuenta que aquello no es lo que quiere.

Una que dio de qué hablar en su tiempo fue El crack (1981) de Garci también. En esta interpretaba a un policía-detective llamado Germán Areta que se ha convertido en ícono en España. El film está muy influenciado por el noir estadounidense y la dureza y el mal humor que rezuma el personaje protagónico situaron a Landa en otra dimensión: sorprendió a propios y a extraños con este registro. En 1983 llegaría El crack dos pero me ha sido imposible aún conseguir esta secuela, que, dicen, mantiene el nivel de la primera.

En 1984 se estrena lo que la crítica y público consideran su más memorable aparición en la pantalla; una de las cumbres, además, del cine español. Estoy hablando de Los santos inocentes de Mario Camus, basada en la novela de Miguel Delibes del mismo nombre. En Cannes premiaron a Landa y a Paco Rabal por la mejor interpretación masculina, un ex aequo merecidísimo. Esta obra es contundente y a la vez frágil. Retrata la España rural y apaleada de la dictadura. Es durísima y toca fibras sensibles.

En 1985 Luis García Berlanga (probablemente el más grande de los directores españoles) lo llama para hacer La vaquilla, un proyecto que le costó mucho tiempo sacar adelante porque la censura franquista se lo negaba. Al más puro estilo berlanguiano, el film es una cátedra de pulso y ritmo, donde todo el rato entran y salen de escena un buen número de personajes elocuentemente definidos. Un caótico orden o un ordenado caos, así eran las películas de este genial artista.

Inolvidable y de una precisión admirable es su Sancho Panza para la serie de televisión El Quijote de Miguel de Cervantes (1991) de Manuel Gutiérrez Aragón. Landa no es el único que destaca, el delirante Hidalgo que personifica Fernando Rey es magistral, pocas veces he visto una interpretación así de brillante. ¡Lástima que el proyecto se quedara a medio hacer!, se planearon dos temporadas pero sólo se hizo una…

Coincidiendo con el quinto centenario del descubrimiento de América, se estrena La marrana (1992) de José Luis Cuerda. Esta película no es ninguna ilustre epopeya de Colón, sino más bien un doloroso, crudo, satírico y vergonzoso retrato de la España medieval de entonces, que sigue la historia de dos pobres infelices que, huyendo de la justicia y en busca de una oportunidad de mejorar su situación vital (porque ya no tienen nada que perder), se dirigen al sur del país, con más desventuras que aventuras, para embarcarse en una inédita expedición por alta mar. Una constatación de la clase de gente tan miserable y ruin que había en esos barcos.

Historia de un beso (2002) de José Luis Garci y con un Alfredo ya canoso, es otra película de la que habría que presumir como integrantes de la cultura hispanoparlante como somos. En ella interpreta a un escritor (ficticio) de un pequeño pueblo asturiano, Blas Otamendi, que poco tiempo antes de morir conoce a una sofisticada mujer que le roba el sueño. Un trabajo finísimo y exquisito.

La luz prodigiosa (2002) de Miguel Hermoso es una historia fascinante e impactante que se plantea esta cuestión (sin spoiler): ¿Qué hubiese pasado si un famoso artista español no hubiese muerto en la Guerra Civil, mendigando por su ciudad natal todos los años que se le creía occiso? El film es una lección de bondad y humanidad.

La última aparición de Landa es en Luz de domingo (2007), de nuevo con Garci. Su papel es secundario pero esencial en la trama (es un reservado y lacónico hombre mayor que sufre una injuria que cae sobre su familia y la rabia se va cocinando a fuego lento en su interior); y una muy decorosa despedida del séptimo arte. Entonces anunció su retirada porque, según él mismo dijo, ya no tenía pasión por la actuación y porque le ofrecían pocos proyectos interesantes. Y así, entre paseos por su barrio, tardes al mus, cócteles que dicen preparaba muy bien y comilonas con la familia y amigos, se fue definitivamente uno de los actores españoles más talentosos que ha dado la península ibérica (si hubiese sido estadounidense prácticamente todo el planeta sabría quién es y se hubiese lamentado mucho más su muerte, así de anglocentrista sigue siendo el mundo).

Seguro que me he dejado otros tantos títulos recomendables sin mencionar porque o bien los he suprimido para no extenderme demasiado o porque de plano no los he visto. Definitivamente  hace falta reivindicar a este gran artista. Estoy convencido de que muchas de las películas que he comentado aquí (sobre todo las del post-landismo) poseen el suficiente interés y talento como para embelesar a espectadores no sólo no-españoles sino también no-hispanos, un cine que bien merece ser valorizado allende sus fronteras por sus puras cualidades cinematográficas y/o argumentativas.

Buen viaje Alfredo, y gracias.


Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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