Mucho ha llovido desde que en torno a 1695 el paduano Bartolomeo Cristofori (1655 – 1731) comenzara a idear un instrumento de revolucionario mecanismo para el momento, que terminaría por sustituir al clavicordio y al clavicémbalo, los instrumentos de tecla más afianzados hasta entonces. Este mecanismo, entre otras innovaciones, sustituía tanto las agujas del clavicordio como los plectros del clavicémbalo por unas piezas de madera con forma de macillo recubiertas con cuero en la zona de impacto con la cuerda. Con ello, el color cambió considerablemente, mucho menos estridente y metálico. Además, y esto es fundamental, el mecanismo permitía calibrar con más precisión la intensidad del sonido de acuerdo al ataque que se ejecutaba sobre el teclado. De ahí que el instrumento pasara a llamarse forte-piano o pianoforte, es decir, “suavefuerte”.
Surgieron distintos fabricantes en varios países y diversos momentos, y la técnica y el criterio con el que construían los pianos fueron mejorando a lo largo de muchos años hasta que presentaron el aspecto con el que comúnmente más lo asociamos hoy y desde hace tiempo. El nuevo instrumento fue rápidamente ganando terreno, no sin ciertas reticencias o dudas iniciales por parte de algunos grandes compositores como Johann Sebastian Bach, hasta coronarse como el “rey de los instrumentos” durante el Romanticismo en el siglo XIX, periodo musical profundamente vinculado al piano.
Todo esto y más lo cuenta Justo Romero (Badajoz, 1955) en El piano. 52 + 36 (Alianza, 2014), pianista, gestor, periodista, crítico y autor de otros títulos como Albéniz, Chopin. Raíces de futuro o Falla.
Obviamente el título del libro que nos ocupa hace referencia a las 88 teclas que presentan usualmente los modelos de piano “modernos”, si bien se han fabricado más extensos ya sea por iniciativa de los fabricantes o por petición de algún intérprete.
Romero divide su obra en cinco grandes capítulos: “Origen y evolución del piano”, “Descripción y fisionomía del instrumento”, “Modelos de piano”, “Fabricantes” y “Escuelas y pianistas”.
El libro ofrece, como así lo describe el propio Romero al inicio, “un panorama básico del piano. […] No es un manual científico, pero sí pretende ser riguroso. Con la voluntad de facilitar, de modo diáfano y sin recovecos, información esencial sobre el piano”. Estas indicaciones ciertamente se cumplen aunque el autor también, poseedor de un conocimiento del tema inmenso, introduce aquí y allá apuntes curiosos, anécdotas relevantes y episodios de interés en torno al universo pianístico. Se puede decir incluso que un porcentaje del libro es entretenido (pienso sobre todo en “Origen y evolución del piano”, “Fabricantes” y en parte de “Escuelas y pianistas”).
Sin embargo, aun contando con este tipo de pasajes más amenos, hay que decir que El piano es un libro cargado de información y datos, presentado con amenidad, cierto, pero que termina por resultar un producto que quizá pueda ser pesado o aburrido para el lector-melómano promedio porque varias veces durante la lectura uno tiene la sensación de estar leyendo una larguísima sucesión de fichas técnicas como las de los programas de mano que dan en los conciertos. Este juicio afecta sobre todo al capítulo de “Escuelas y pianistas” ya que el formato con el que está realizado cumple básicamente estos parámetros: lugar y fecha de nacimiento del intérprete, profesores y escuelas que le formaron, pormenores de su debut o primeras apariciones en público, concursos que ganó, estilo que practicaba y desarrolló, compositores y obras que conformaban su repertorio, grabaciones relevantes, hitos de su carrera y señas que le diferencian del resto (en ciertos casos). En general Romero profundiza muy poco en los compositores y en el contenido de las obras para piano en sí, y sitúa en primer término al intérprete, su origen, formación y repertorio. La lectura atrapa cuando el autor dedica algunas líneas a la biografía no técnica de los músicos que aparecen en el libro y cuando describe su forma de tocar. El resto de la lectura transcurre con cierta monotonía.
Justo Romero, autor de «El piano. 52 + 36».
Por supuesto, como documento de consulta este título es valiosísimo y todo aquel que se considere un estudioso del piano y la música o melómano avanzado, encontrará aquí un trabajo ordenado, meticuloso, amplio, enciclopédico, bastante completo, a ratos fascinante, y que, además, llena un hueco común en otros libros dedicados al piano y que el autor reivindica y enfatiza: el episodio español, sus compositores, escuelas e intérpretes.
Ningún gran nombre del firmamento pianístico falta: Daniel Barenboim (“uno de los escasos artistas que han logrado compaginar con fortuna la doble condición de pianista y director de orquesta”), Martha Argerich (“técnica firme, segura y arrolladora” como de “acero flexible”), Clara Wieck Schumann (“fue de los primeros concertistas en tocar sistemáticamente de memoria, lo que le valió bastantes críticas, dado que se consideró una falta de respeto a la partitura y, en consecuencia, al compositor”), Artur Schnabel (“el hombre que inventó a Beethoven”), Wilhelm Kempff (“poeta del piano”), Paul Wittgenstein (quien prosiguió su carrera aún después de haber perdido su brazo derecho durante la I Guerra Mundial), Muzio Clementi (considerado por muchos el “padre del piano”), Rudolf Firkušný (“un pianista que impresionaba más por su sonido suave y redondeado, cálido y de gran nitidez, que por su aparatosidad”), el cubano Jorge Luis Prats (“que lleva a cotas extremas la combinación del virtuosismo y rigor de la mejor escuela rusa con la calidez que se supone a un artista del trópico”), Lang Lang (“su grandeza parece empeñada en difuminarse por una imagen y por un look absolutamente aconvencional y de escaparate, como de modernillo. Por fortuna, sobre la tontería se impone la evidencia del genio que en él habita”), Isaac Albéniz (“fue el primero en trascender la música de salón imperante en su tiempo para adentrarse en un universo estético más cercano a lo que se cocía en el resto de Europa”), Alicia de Larrocha (“la figura más relevante que España ha aportado al mundo de la interpretación pianística”), Van Cliburn (estadounidense que venció a los soviéticos en su propio terreno en la primera edición del Concurso Chaikovski), Ferenc Liszt y Frédéric Chopin (indiscutibles capitanes de las escuelas húngara y polaca, respectivamente, y no sólo eso, sino que son probablemente, junto a Beethoven, los compositores más importantes que ha tenido el piano), Mitsuko Uchida (“la más universal pianista japonesa”), Arturo Rubinstein (definido por Thomas Mann como “el virtuoso feliz”), Sviatoslav Richter (“el pianista más completo y versátil de la historia del teclado”), Glenn Gould (“según su psiquiatra, padecía del síndrome de Asperger, una variante del autismo en la que confluyen una sensibilidad extraordinaria para los estímulos sensoriales con actitudes obsesivas y con la fobia a cualquier acto social”), Claudio Arrau (“pocos pianistas [como él] han fusionado de modo tan natural el virtuosismo con el carácter, la forma estética y el universo cultural que envuelve cada obra”), y un larguísimo etcétera…
Justo Romero también señala algunos nombres de la actualidad pianística, los últimos baluartes jóvenes que a día de hoy figuran entre lo más alto del gremio o que apuntan maneras para llegar a estar en la cresta de la ola en el futuro próximo, por lo que este libro se mantendrá vigente un buen tiempo.
Eché en falta dos aspectos: que los pianistas de jazz, sin duda también inmensos artistas del teclado a tener en cuenta en este noble arte, no se incluyen aquí y apenas se les menciona de pasada (a razón de Friedrich Gulda, quien mantuvo un pie en la “música clásica” y otro en el jazz), y la ausencia de alguna especie de conclusión que rematase la lectura, porque cuando finaliza el capítulo de “Escuelas y pianistas” el lector se da cuenta que el libro ha acabado ahí sin más, ya que las siguientes páginas albergan las notas, la bibliografía y el índice onomástico, dejando una sensación de vacío.
El piano. 52 + 36 es un título tan abrumador como riguroso, tan plano como interesante. En blanco y negro, como las teclas del piano. Sí, cumple su cometido: resulta imposible leer este libro y no enterarse de quién fue quién y hoy quién es quién dentro del cosmos pianístico.
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