27 de abril del 2013. Casinillo, Madrid.
Ya en este medio os había hablado del “Café y Galletas” madrileño a finales del año pasado. En la primera sesión fue Anntona, guitarrista de Los Punsetes, quien tuvo la oportunidad de inaugurar en la capital esta romántica iniciativa que consiste, básicamente, en la completa audición de un disco que elige el músico invitado (Anntona nos compartió su entusiasmo por el Sell Out de The Who), para luego ofrecer un directo con sus propias canciones. En esta ocasión fue el turno de la simpática asturiana Lorena Álvarez, quien ha ido cosechando varias críticas positivas con su debut, Anónimo (Sones/Warner, 2012), y dando de qué hablar desde hace unos tres años (entre otras cosas, antes de su primer largo editó La Cinta en formato cassette en una edición limitada de tan sólo 150 unidades, seis canciones a modo de maqueta/EP en un pack que incluía un libreto con grabados, letras y acordes, un walkman para quien no tuviese dónde reproducir la cinta, un calendario y un estuche de tela diseñado por ella misma).
Lorena decidió romper con la norma y en vez de un disco (según dijo no le gusta ninguno… ¡¿en serio?!), nos proyectó los extractos que más le conmueven del documental Mientras el cuerpo aguante de Fernando Trueba (1982), una película que se acerca a la figura de Chicho Sánchez Ferlosio, cantautor, filósofo y bohemio de escurridiza y errante trayectoria (el film lo presenta como un músico callejero). Aunque fue hijo de Rafael Sánchez Maza, uno de los fundadores de la Falange Española, Chicho militó en partidos comunistas. En los fragmentos que Lorena recopiló para el evento, Sánchez Ferlosio no sólo habla de política (es sorprendente y lamentable que cada una de sus reflexiones podrían aplicarse perfectamente a los tensos y vergonzantes momentos en que vivimos, ¡no hemos avanzado nada, al contrario!), sino también de otros temas que han ocupado profundo análisis y polémica a lo largo del tiempo como la religión, la sexualidad, la coyuntura social y la lengua castellana como materia de estudio. Resultaba entonces comprensible y lógico que Lorena Álvarez nos hubiese mostrado estos pedazos de celuloide porque las sinceras, desnudas y naturales interpretaciones de Chicho surgían y se retroalimentaban de la misma tierra que pisaba y de los sentires humanos más básicos y a la vez más universales, como así lo hace la música de la propia autora.
Armada de su guitarra, un bombo, panderetas y utensilios de percusión varios, Lorena Álvarez subió al escenario con el risueño desparpajo que la caracteriza (aunque a veces esta manera de ser juega en su contra) y abrió con “Ya no me acuerdo de ti”. Con su habitual gracilidad y con ánimo parlanchín fue hilando una tras otra las breves, homogéneas y afables composiciones de su primer álbum. Cayeron “Vieja amiga”, “Manolo”, “Plegaria”, “Burro” (una de las favoritas de este cronista), “La boda” (momento en que una niña se acercó al escenario a bailar según ella, aunque se movió más bien poco), “Testamento”, “Sin título”, “Novias” (una de las que más animó al público), interpretó una canción nueva pero que bien podría haber estado en el repertorio de Anónimo, entre otras. Algunas ejecuciones estuvieron arropabas por un par de chicos que la acompañaron a los coros, percutiendo algún cachivache o soplando un kazoo.
Lo que hace Lorena podría denominarse como “folk” porque su música bebe de la canción española (también podría catalogarse como tradicional o incluso popular pero quizá eso ya sea pasarse porque no deja de tener cierta reminiscencia indie, de ahí que Álvarez sea aceptada en ese gremio). En su obra se pueden distinguir ecos y ritmos sobre todo de la jota, pero también de los romances y pasodobles, ejecutados con un enternecedor espíritu verbenero. Lorena estuvo toda su presentación intentando animar a la gente, sobre todo a las señoras mayores que asisten regularmente al Casinillo, jaleándolas para que bailaran. Tuvo que versionar el “Me voy a escapar contigo” de Manolo Escobar para lograrlo. Un par de parejas jóvenes se aproximaron al frente del escenario, dando vueltas al son de la música. Con la euforia conseguida, Álvarez alentó a que la acompañaran a cantar algo más y entonces surgió un joven espontáneo de entre el público que interpretó “Sarandonga” (esa que dice: cuchibili, cuchibiri). Inesperadamente las señoras y señores mayores, vecinos del barrio y socios de esta cooperativa, se agruparon al fondo, en el extremo contario de la tarima, y le cantaron a Lorena a modo de despedida “Adiós con el corazón” a coro, un tema popular que emocionó a todos los asistentes. ¡Parecía una película! Como colofón, y estimuladas por Ignacio Cerillas Garibaldi (el orquestador de estos encuentros), este grupo de personas subió al escenario para interpretar el himno del Casinillo. Momentazo increíble y conmovedor que guardaré alegremente en mi memoria.
Hay experiencias que sólo se pueden vivir en el “Café y Galletas” que, tirando de mucho corazón (esta segunda sesión sufrió algunos imprevistos propios de la desorganización), intenta perpetuar e impulsar un mundo a punto de desaparecer, el de la familiaridad y la cercanía, difuminando con ello la barrera entre espectadores y artistas.
Venid a la próxima sesión y sabréis de lo que hablo.
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