24/09/2015. Teatro Real, Madrid. Segundo Reparto.
Gaetano Donizetti (1797 – 1848) ciertamente debía sentir fascinación por aquellos personajes femeninos que, llegados a un punto de desquicie, pierden la razón y se entregan a la locura. Así ocurre en su quizá obra maestra, Lucía de Lammermoor, pero también en, a saber, Linda di Chamounix, Ana Bolena, Gabriella di Vergy… En el final de Alahor in Granata, Zobeida cree estar en sueños y estar en sueños es una especie de locura. Ya su segunda ópera se titulaba Una follia. Y otras tantas de sus obras terminan en asesinatos y suicidios, que también son locuras. En Roberto Devereux también pasa, la reina Elisabetta de Inglaterra se queda trastornada al final del drama, tras descubrir que su rival amorosa es su confidente Sara, la duquesa de Nottingham, al mismo tiempo que se ejecuta la sentencia de muerte sobre Roberto Devereux, conde de Essex, amado por las dos mujeres aunque esté sólo le corresponde a Sara, quien a su vez es esposa del duque de Nottingham, alguna vez íntimo amigo de Devereux.
Con esta obra estrenada en 1837, dos años después del de Lucía de Lammermoor, el Teatro Real de Madrid abre su temporada lírica 2015-2016. Siendo una ópera escrita ya por una mano maestra, firmada por un compositor muy querido y reconocido por todos los aficionados al género, que presenta una estructura sólida y regular, me parece un comienzo correcto y solvente pero no especialmente brillante ni demasiado estimulante.
El primer y segundo actos transcurren de forma un tanto plana, tibia y hasta resultan tediosos por momentos. Roberto Devereux engancha e interesa más conforme más se acerca a su conclusión, al desencadenamiento de sucesos. Ya desde el intenso y violento dúo entre Sara y el duque al principio del tercer acto, el espectador observa cómo los eventos dramático-escénicos se van revolucionando.
La reina reprocha a Roberto Devereux no corresponderla.
El clímax llega casi al final cuando el destello repentino de un cañonazo alumbra momentáneamente el escenario, indicación de que la ejecución sobre Devereux se ha efectuado. Justo después se va revelando desde el fondo en tinieblas una serie de cuerpos y decapitados empalados. El impacto de esta tétrica escena, símbolo de un reinado en decadencia, sitúa a la obra de Donizetti, al negruzco montaje propuesto por Alessandro Talevi, a la dirección musical de Andriy Yurkevych, y al Teatro Real, en un nivel casi de primer orden. Y digo casi porque esta producción no es propia sino alquilada de la Welsh National Opera de Cardiff (2013), y porque la simpleza general del resto del montaje nos hace echar de menos algo más de imaginación a lo largo de toda la obra y no sólo en su culminación.
Otros señalarán que el aporte más innovador de este montaje es la gran araña de metal que aparece en el segundo y tercer acto sobre la que la reina acecha a Roberto una vez éste niega corresponderle, como una alegoría de su poder y maldad, y ciertamente es un elemento atractivo pero me pareció quizá demasiado aparatoso para lo que en substancia insufla al devenir del drama. En la escena antes mencionada, se sugiere más con menos.
El Donizetti de esta ópera es un Donizetti perfectamente reconocible (esos pasajes melodiosos, dulces y hasta juguetones que parecen quitarle hierro al drama), y por aquí y allá no acordamos de sus óperas más conocidas. No obstante, Roberto Devereux ya anuncia un teatro más profundo, el que estaba por venir con Verdi y Wagner, dejando atrás el embelesador pero superficial bel canto.
Los empalados, la escena más impactante del montaje de Alessandro Talevi.
Sobre el reparto he de decir que, si bien al público pareció gustarle, a mí no me terminó de convencer Ismael Jordi en su papel de Roberto Devereux. Como cantante me pareció irregular (mejor en sus frases más potentes, en el resto no tanto) y como actor más bien malito: poses y ademanes impostados y exagerados. No se lo creí. Y es que no sé si sea mucho pedirle a los cantantes que profundicen en sus personajes, que se entreguen a ellos sin contemplaciones y que no se limiten a representar, sino que sean. Porque en todo momento lo que yo vi fue a un cantante llamado Ismael Jordi haciendo de un tal Roberto Devereux. Abundan esos cantantes que no terminan de enterarse que una ópera no es un recital dramatizado. Tampoco me gustó su caracterización, parecía un roquero tipo Nick Cave al que acaban de sacar de un garito.
Verónica Simeoni como Sara estuvo más entregada pero su actuación también fue plana hasta que el dúo antes mencionado la orilló a meterse más intensamente en la piel de su personaje. Qué decir de Maria Pia Piscitelli como la reina. Suficiente tiene con una endiablada partitura que logró sortear sin llegar a ser, de nuevo lo escribo, especialmente brillante. No quisiera acabar sin mencionar al bajo Andrea Mastroni, que interpreta un rol muy pequeñito (Sir Gualtiero Raleigh), que hizo muy bien; lástima que sea una tesitura, en general, con muy poco protagonismo.
Sé que es injusto pero si comparo este montaje con el que realizó Christof Lov con Edita Gruberova como la reina, distribuida en DVD por Deutsche Grammophon, se queda muy corto, si bien, al fin y al cabo, cumple, tibiamente, pero cumple.
Fotos: Javier del Real / Teatro Real.
Las imágenes pertenecen al ensayo general del primer reparto.
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