El arte, además de enaltecer el espíritu y dignificar al ser humano (de hecho el arte es lo único que verdaderamente le dignifica porque según qué tipo de trabajo, popularmente asociado a la dignidad, también lo pueden realizar, cada vez menos, algunos animales y, cada vez más, máquinas sin consciencia), tiene que ser también un arma, una herramienta para desafiar al poder y despertar mentes adormecidas. Eugenio Merino (Madrid, 1975) sabe muy bien cómo utilizarlo de esta manera y por ello se ha metido ya en varios embrollos con autoridades políticas y religiosas en lo todavía relativamente poco que lleva de carrera artística.
Always Franco, 2012.
Sus obras suelen ser esculturas hiperrealistas y hasta ahora se ha caracterizado por representar de manera irónica, descontextualizada, caricaturizada y/o mordaz una serie de personajes específicos (figuras de la historia contemporánea que suscitan mucho rechazo para unos, devoción para otros), o elementos que personifican o conceptualizan de un modo, digamos, polémico, una cultura o una forma de pensar. Probablemente su pieza más controversial (de momento) sea Always Franco (2012), en la cual un decrépito y envejecido Francisco Franco de tamaño natural, ataviado con su vestimenta militar, descansa dentro de una nevera de Coca-Cola (la marca no se muestra literalmente, pero la semejanza es evidente). Simbólicamente significa que el dictador no ha muerto, sino que se mantiene en estado de congelación, triste reflejo de España, país que no ha podido o sabido sacudirse los terrores, fantasmas y retrasos del fascismo. Esta obra se expuso el año pasado en ARCO (una de las ferias de arte contemporáneo más importantes de España) y rápidamente hizo eco en los medios de comunicación porque la Fundación Francisco Franco demandó a Merino acusándolo de dañar el honor del susodicho. Aspecto positivo: a Eugenio no le costó mucho trabajo vender las tres réplicas disponibles (30 mil euros cada una). El juicio se efectuó el pasado mes de julio de este año y, ¡victoria!, la juez encargada del caso desestimó la demanda (aunque la fundación ha dicho que recurrirá…).
Antes de lo de Always Franco, Eugenio Merino ya había sido foco de atención por varias de sus obras. Una muy digna de destacar es Stairway to heaven (2010), una impresionante escultura donde se apiñan uno sobre otro y de arriba abajo un musulmán, un cristiano y un judío, cada uno adoptando, de acuerdo a su doctrina, la postura con la que alaban a sus divinidades (postrados, de rodillas y de pie, respectivamente). Es una escalera que si bien aspira (metafóricamente) llegar al cielo más que otras, no deja de ser un mero delirio de superioridad terrenal, un conflicto de intereses donde unos pisan a otros, un gran absurdo y sinsentido protagonizado por tres individuos que, en el fondo, tampoco se diferencian tanto entre sí: todos creen tener la razón, temen a un Todopoderoso, anteponen sus creencias por encima del bien y el mal, por encima de la ética y la moral, por encima del propio progreso y bienestar del ser humano. Es una obra tan rompedora e incómoda que le valió la queja oficial de la Embajada de Israel alegando un perjurio a sus sentimientos religiosos, aunque, paradojas del destino, la compradora fue una mujer de origen judío…
Stairway to heaven, 2010.
Dos que se han expuesto recientemente son, por un lado, Punching Franco, otra pieza que se mofa del dictador, en donde se sustituye una bola de boxeo por la cara de este tóxico genocida. Presenta un par de moretones, como si el artista o el país entero le acabasen de asestar un buen y merecido golpe. Por otro, V de verdugos se distancia del estilo habitual de Merino. Se trata de una máscara de Guy Fawkes, la misma que aparece en V de Vendetta, cómic (y posterior película) escrita por Alan Moore e ilustrada por David Lloyd, rostro que los miembros y simpatizantes del grupo ciberactivista Anonymous se han apropiado como emblema de identidad contestataria. El artista madrileño, consciente de la reciente popularidad de este objeto (se podría decir incluso que la máscara se ha convertido en un complemento de moda), la ha cubierto por pequeñas incrustaciones de Swarovski, concediéndole así una cualidad opulenta, contradiciendo los propios principios que en origen representa.
En la agitada trayectoria de Merino también podemos encontrar, entre a otros, a un Damien Hirst dándose un tiro en la sien, a Osama Bin Laden bailando como John Travolta, a Fidel Castro convertido en zombie, a George Bush meditando cual yogui, una metralleta Uzi de la que sale un candelabro hebreo de siete brazos y una Estrella de David, al enano vestido de rojo de la serie Twin Peaks bailando sobre la tumba de Franco, a un mendigo dormido bajo cartones de muebles de IKEA…
En fin, no parece haber una sola obra de Merino que no incordie y/o cuestione. Es normal entonces que pueda herir la susceptibilidad de algunos. Éstos y sus detractores esgrimen como argumento que sus piezas dan de qué hablar más por lo que tienen de mediáticas que por su valía netamente artística. Pero como ya digo, el arte de este autor no es uno que busque necesariamente el éxtasis sino la confrontación. Aún así, creo que su técnica y afán de perfeccionismo es verdaderamente notable, ver de cerca una de sus obras es una experiencia estimulante ya que la verosimilitud de sus esculturas produce escalofríos (¡estar a un palmo de la cara de Franco es tan fascinante como espantoso!). Me parece mucho más interesante y necesario lo que hace este provocador nato que lo que realizan un montón de artistas contemporáneos del montón (poco o nada comprometidos políticamente, por un lado; frecuentemente medriocres como ejecutantes, por otro), quienes abusan de los recursos crípticos y de los conceptos estériles y vacíos porque, estos sí (que cada uno se ponga el saco si le queda), en el fondo no tienen absolutamente nada que decirnos ni ideas originales con las cuales sorprendernos.
Redecorate Your Life, 2010.
Artículo publicado originalmente en Satélite Media.
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