El irresistible swing de Julio Cortázar

Perico Sambeat, Moisés P. Sánchez y Federico Lechner homenajearon la figura del escritor franco-argentino, a cincuenta años de la publicación de la mítica "Rayuela".

Con la excusa de los cincuenta años desde la publicación de la mítica Rayuela (1963) de Julio Cortázar (este 2014 se cumple el centenario de su nacimiento), la Fundación Juan March en Madrid programó un ciclo de conciertos en torno a la fascinación que sentía el escritor franco-argentino por el jazz, género al que dedicó muchas páginas en sus libros: “El jazz me enseñó cierta sensibilidad de ‘swing’, de ritmo en mi estilo de escribir”, dijo en alguna entrevista.

Fueron tres fechas (16, 23 y 30 de noviembre), dos pases cada día, en los que se presentaron tres grandes solistas acompañados de sus respectivos conjuntos, ejecutando un repertorio temático: el pianista madrileño Moisés P. Sánchez (“La vuelta al piano de Thelonious Monk”), el pianista argentino –pero residiendo en Madrid desde hace tiempo- Federico Lechner (“Rayuela en música”) y el saxofonista valenciano Perico Sambeat (“Charlie Parker, El Perseguidor”).

Me parece pertinente destacar la enorme respuesta de público que tuvieron estos conciertos. Si Salvador Dalí rompió records de asistencia en el Museo Reina Sofía (fue la exposición más visitada en España en todo el 2013), confirmándose como el fenómeno de masas que sigue siendo, Julio Cortázar no se quedó atrás, atrayendo a un buen número de cronopios de todas las edades que en fila le dieron la vuelta a la manzana, a pesar del frío incipiente y de los rugidos de los estómagos que llevaban más tiempo esperando al principio de la hilera. Tanto fue así que un servidor, estúpidamente confiado, se quedó con las ganas de entrar al primero de los conciertos y por poco me quedo fuera de los siguientes dos. Fue difícil hacerse de un lugar y eso sólo viene a ser la prueba de lo mucho que se sigue estimando al bueno de Cortázar, ese escritor sudamericano tan europeo, y del magnetismo que todavía genera Rayuela, esa novela que, como hiciera Ulises de James Joyce en el mundo anglosajón, rompiera los paradigmas de la literatura hispanohablante.

Moisés P. Sánchez reprodujo el concierto que diera Thelonious Monk (uno de los iniciadores del bebop, al igual que Charlie Parker, otro de los aquí protagonistas) en marzo de 1966 en Ginebra y que Cortázar reseñaría, texto que aparece en ese desbordante, ruidoso, juguetón y por momentos abstruso collage literario que se llama La vuelta al día en ochenta mundos: “[…] sentimos el vacío de Thelonious apartado del borde del piano, el interminable diástole de un solo inmenso corazón donde laten todas nuestras sangres, y exactamente entonces su otra mano se toma del piano, el oso se balancea amablemente y regresa nube a nube hacia el teclado, lo mira como por primera vez, pasea por el aire los dedos indecisos, los deja caer y estamos salvados, hay Thelonious capitán, hay rumbo por un rato, […]”.

Por su parte, Federico Lechner hizo un repaso por algunas de las músicas que Cortázar cita o menciona en Rayuela, muchas de las cuales son discutidas y comentadas durante las reuniones del Club de la Serpiente, ese grupo de bohemios, artistas y locos esnobs que se juntan para hablar sobre arte, beber y escuchar música. Cayeron temas como «Jazz me blues», «Four O’Clock Drag» o «Junker Blues». Así bien, creo necesario dedicar unas líneas a dos piezas que se incluyeron en el repertorio: Tres movimientos discontinuos, atribuida a una tal Rose Bob, quien probablemente no exista mas que en las páginas de Rayuela (leer capítulo 23), una composición experimental que el protagonista Horacio Oliveira escucha cuando asiste a un concierto de la pianista Berthe Trépat (intérprete seguramente también ficticia), y que Lechner reprodujo a partir de las indicaciones textuales de Cortázar; y Candombe para la Maga, escrita especialmente para la ocasión, una melodía inspirada en esta enigmática e inolvidable personaje. “¡Música! Melancólico alimento para los que vivimos de amor”.

Finalmente, Perico Sambeat convocó, como de costumbre, a un cuarteto de lujo integrado por Albert Sanz (piano), Javier Colina (contrabajo) y Daniel García (batería). El saxofonista valenciano (a quien elegí primero en mi lista de los 15 mejores discos del 2013) ofreció una lectura personal en torno a El Perseguidor -“la pequeña Rayuela”, como así el propio Cortázar definió este cuento dedicado a Charlie Parker-, intentado así descifrar las melodías que el relato sugiere sólo entrelíneas. El Perseguidor (adaptado al cine como tantas otras obras de Cortázar) es un embriagador texto que sirve no sólo para entender la disparada figura de Parker, sino para también reflexionar -y quizá comprender- parte del misterio que supone la creación e interpretación musical, y el mayúsculo alcance artístico al que algunos consiguen llegar sin realmente darse cabal cuenta de ello: “[…] yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así […]”.

Por supuesto estos no son los únicos textos en los que podemos encontrar referencias al jazz dentro de la obra de Julio Cortázar. Me parece importante destacar su extraordinaria reseña del concierto que Louis Armstrong ofreció en París en 1952 (también se puede escuchar en la voz del propio autor), un documento indispensable para todo aquel que pretenda escribir una crónica musical original y poco convencional (que no periodísticamente rigurosa).

El swing no es un elemento exclusivo de la música.


Artículo publicado originalmente en Satélite Media.

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