01/08/2015. Festival Teatro y Danza Castillo de Niebla de Huelva.
Eduardo Vasco vuelve, una vez más, a Shakespeare y a Noviembre Teatro después de su paso por la dirección de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Nos trae una versión del Mercader de Venecia aligerada por Yolanda Pallín, que no sólo adapta el texto, sino que lo reduce apreciablemente, eliminando personajes y tramas y dotando de mayor ritmo y dinamismo a la acción, sobre todo en lo que a las tramas cómicas y amorosas se refiere. A ello contribuye también una dirección ágil que consigue, con absoluta naturalidad, que las escenas se superpongan, logrando que desaparezcan prácticamente las transiciones entre ellas.
Un argumento en apariencia ligero, lleno de gráciles enredos amorosos, de sorprendentes quiebros del destino, de disfraces indescifrables y de amores y amistades puros e incuestionables, esconde tras los flecos toda la miseria humana que la avaricia es capaz de aglutinar. Y es esta parte de la trama la que conecta de lleno con la actualidad más rabiosa. Una obra que muestra los desmanes que cometían en el incipiente capitalismo de finales del siglo XVI aquellos apoderados amparados por la ley es la fábula perfecta para hacernos ver lo poco que ha cambiado el mundo. La avaricia, las cláusulas abusivas y la impasividad de la ley son las mismas sombras que nos asaltan cada día en las noticias. Hay momentos en que Antonio se nos asemeja a Alexis Tsipras frente a una Troika encarnada por Shylock, el usurero judío, aunque bien es cierto que a su vez éste representa a una minoría rechazada y perseguida por la sociedad en que vive.
Si El mercader de Venecia se hubiese escrito hoy, el modo en que la obra trata la cuestión de las minorías raciales y religiosas habría sido probablemente muy diferente, no así su crítica a la avaricia y las condiciones en que se accesa al crédito. Los judíos constituyen la minoría más icónica del siglo XX por haber sido perseguidos en algunos casos hasta el exterminio, por su sentido de comunidad y su capacidad de recuperación y reinvención. Shylock puede pues tomarse desde nuestra perspectiva actual como ejemplo de todas las minorías oprimidas por una sociedad que no acepta ni entiende la diferencia de creencias y pareceres, mucho más en una obra donde el diferente es la encarnación de todos los males. Eso era lo “políticamente correcto” en su tiempo.
Las interpretaciones son acertadas y en general vivaces, Arturo Querejeta dota de la dosis necesaria de humanidad a un personaje tan vil y vengativo como Shylock y el resto del reparto está a su altura. Quizá la caricatura de los pretendientes de Porcia sea tan excesiva que raye en lo histriónico. No siempre es necesario para la eficacia de la comedia exagerar los tipos hasta el extremo.
La puesta en escena, que corre a cargo de Carolina González es sencilla y efectiva. Un gran banco hace las veces de canal veneciano y estrado judicial, de mesa palaciega y porche callejero. El vestuario, firmado por Lorenzo Caprile, tiene un aire lujoso e intemporal que lo mismo remite en sus detalles al barroco que al romanticismo. La música en directo interpretada al piano por Jorge Bedoya contribuye ambientando determinadas escenas.
Nos encontramos pues ante un Mercader de Venecia que combina a la perfección la comedia y el drama, la ligereza y la densidad, una puesta en escena en que los detalles están cuidados y medidos y las interpretaciones dan lustre a un texto reinventado para el público contemporáneo, una fábula bondadosa con un final venturoso que esconde en sus entrañas una lección aún hoy vigente sobre algunos de los más oscuros sentimientos humanos: la avaricia, la venganza, la crueldad.
Fotos: Chicho / Noviembre teatro.
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