La sensualidad de Alcina

Meterse en una ópera de Händel es meterse en una especie de túnel atemporal e ingrávido. Esta producción convence, en su mundo interior no traiciona la sustancia de la obra y casi siempre funciona lo que sucede en escena.

1/11/2015. Teatro Real, Madrid. Segundo reparto.

La ópera barroca y en concreto las óperas de Georg Friedrich Händel poseen una cualidad magnética, hipnótica y enigmática. Meterse en una de estas obras es meterse en una especie de túnel atemporal e ingrávido. Ello se debe en buena parte a la estructura circular de las arias, pero hay algo más… Ya nos había pasado esto con el extraordinario Tamerlano que se llevó a estas mismas tablas del Teatro Real en el 2008 con dirección de escena de Graham Vick y Plácido Domingo en el reparto.

Este montaje de Alcina (1735) favorece aún más esta sensación a la que aludo ya que subraya sus potencialidades surreales, oníricas, fantásticas, alucinantes, además de que cuenta con ciertos recursos inspirados en el pop. Todo ello, a veces, nos hace recordar las travesuras de Gerard Mortier.

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Dice David Alden, director de escena de esta Alcina, que hace un homenaje a la película La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen, aunque lo cierto es que ni se menciona en el programa ni se ve claramente en el escenario en ningún momento.

Da igual, el caso es que la producción convence, en su mundo interior no traiciona la sustancia de la obra —que por otro lado, esta y otras óperas de Händel, al tratar temas mágicos y alegóricos, dan pie a que los directores de escena contemporáneos se lancen a inventar locuras sin miedo a romper con la lógica “realista” de otras obras, llevándolas erróneamente al absurdo— y casi siempre funciona lo que sucede en escena. Logra también capturar esa embriaguez sensual, que es uno de los puntos clave de la razón de ser de esta obra que plantea el conflicto entre el deber y el placer. Sin embargo, también hay que decirlo, el tercer acto es el más errático y, aun siendo el de menor duración, es el que se hace más largo porque creemos ya prácticamente resuelto el drama desde el final del segundo.

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El reparto mantuvo un nivel ecuánime que fue de menos a más aunque pienso que quizá faltó en general más cuerpo, volumen, presencia. Sugerente Sofia Soloviy como la femme fatale Alcina; formidable María José Moreno como Morgana, la más aplaudida al final, no sólo por méritos sino porque en esta casa ya se le conoce bien y se le quiere.

Un respeto a Christopher Moulds, responsable del podio estas funciones, quien fue el segundo más ovacionado de la noche aunque para mí el primer responsable de que esta Alcina se desenvuelva con gracia. Es un gustazo verle dirigir y creo que debe ser cómodo trabajar con él porque su dirección es siempre atenta y da entradas bastante claras, además de que se nota que se lo pasa bien, que es feliz dando vida a Händel, y eso se transmite y por ello tanto la orquesta como los cantantes dan lo mejor de sí.

Exquisita y sofisticada, la ópera barroca es para un paladar refinado.


Fotos: Javier del Real / Teatro Real.

La fotos pertenecen al primer reparto.


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