La divertida adaptación de “El Eunuco” de Terencio sigue girando con éxito

Una Anabel Alonso en estado de gracia arrastra a un elenco donde casi todos los actores están impecables.

Teatro Lope de Vega de Sevilla. Diciembre de 2014.

El-Eunuco-Terencia-cartel-LVÚLos carteles nos anuncian El Eunuco de Terencio. El folleto dice que es una comedia de enredo, romana pero de enredo. Y esta simple etiqueta ya predispone al espectador, porque casi desde el principio de los tiempos la comedia de enredo ha sido considerada un género menor, un divertimento incapaz de zarandear conciencias. A lo segundo que se enfrenta el espectador es a una larga lista de nombres conocidos. No se nos escapa que esta obra ha rodado por numerosos festivales y los elencos compuestos de famosos y famosetes son una constante en los innumerables festivales de teatro que cada verano dan lustre cultural a las ciudades y pueblos de España. Tanto es así que hay compañías especializadas en adaptar, con mayor o menor fortuna, clásicos del teatro de todos los tiempos con destino a este mercado concreto. Acompañar en los carteles el nombre de un autor histórico e indiscutido con el de un actor de prestigio (o varios) y algún habitual de la pantalla televisiva parece ser la receta perfecta para el éxito estival. Este Eunuco lo reunía todo. A su favor llevaba la palmada en la espalda de haber pasado por Mérida. Pero una palmada en la espalda nunca es garantía segura.

Con esta carga de prejuicios nos enfrentamos pues al montaje de Pep Antón y Jordi Sánchez. El folleto también advertía: “es una adaptación muy libre”. No puede acusárseles de mentir. Encontramos a personajes que en el original no existen, a mudos para Terencio que adquieren en la adaptación una verborrea incontenible y a secundarios alzados en protagonistas. La adaptación es, a pesar de todo, muy afortunada. Respeta las ideas generales de la trama pero las actualiza sin rubor, lleva los diálogos y, sobre todo, los monólogos al terreno de las preocupaciones de nuestro tiempo sin obviar lo universal y atemporal de los conflictos planteados. Y lo mejor de todo es que la adaptación no es el único punto fuerte de este Eunuco. Una Anabel Alonso en estado de gracia arrastra a un elenco donde casi todos los actores están impecables, desde un Pepón Nieto haciendo del histrionismo y la exageración un valor (cosa complicada), hasta una María Ordoñez incontenible que habla con las manos, con los gestos y con los ojos, merecido sin duda el premio Ceres con que se reconoció su interpretación en Mérida. Meritorio también el trabajo de actores con más plató televisivo que tabla teatral a sus espaldas como Alejo Sauras o Antonio Pagudo que no se dedican al papel nimio de cara bonita y famosa, sino que elevan su calidad interpretativa al nivel de sus compañeros de reparto.

A cargo de la dirección de los impactantes números musicales estuvo Asier Etxeandía y eso es siempre una garantía de calidad, pero también un evidente riesgo. Etxeandía es un maestro del vodevil contemporáneo, pop e irreverente, un estilo que podría no casar con una obra histórica como la tratada. Pero Terencio demuestra su universalidad, su perdurabilidad, precisamente en lo adaptable de su sátira, a este Eunuco le entra el vodevil, la coreografía y los trajes de épocas distintas como si fueran un guante.

La loca y descocada trama está envuelta, escenográficamente, por el minimalismo más extremo: un simple cubo blanco compuesto de cuatro paneles que van haciendo, según convenga, de muro, puerta o esquina es el único elemento sobre el escenario y este es, desde nuestro punto de vista, uno de los grandes aciertos de esta obra, olvidar el historicismo en la puesta en escena, en el vestuario e incluso en la adaptación textual, construir a partir de los ladrillos de Terencio un edificio escénico que conserva las trazas de su autor pero que resulta también cercano y habitable para el espectador contemporáneo.

Al menos desde las adaptaciones teatrales de Golfus de Roma, que tanto éxito cosecharon actualizando y llevando al terreno musical la cotidianidad de la Roma clásica, se ha puesto de moda actualizar los clásicos latinos y llevarlos al terreno del musical y el vodevil contemporáneo. En este caso la adaptación ha resultado muy afortunada, pero en otras manos podría producir una serie de engendros indigeribles, una serie de ataques gratuitos a algunas de las obras más atemporales salidas del ingenio de los más reputados autores clásicos.

El barómetro más indiscutible para medir el éxito de una comedia son las risas del público. Usando esa vara de medir, este Eunuco cumple con creces la premisa básica que se le pide a este tipo de teatro, conectar con el público a través de la risa.


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