Acusada por estudiar piano

La pianista Laia Martín ha ido a juicio simplemente por el “ruido” que emitía cuando ensayaba en su domicilio, el cual infligió supuestamente un “trastorno adaptativo con ansiedad” a la vecina denunciante. Pedían más de siete años de cárcel pero ha sido absuelta.

Músicos (famosos o no tanto) que han sido llevados a juicio y que incluso han pasado días y noches en prisión ha habido varios. Algunos casos han sido muy sonados por la figura en cuestión.

A Michael Jackson, por ejemplo, lo acusaron en dos ocasiones por haber supuestamente abusado sexualmente de dos menores. Una fianza de tres millones de dólares lo devolvió a su Neverland en la primera y en la segunda no se pudo comprobar nada. Phil Spector, quien disparó con una escopeta a la actriz Lana Clarkson por razones no del todo claras en las que se intuye un desorden mental por parte del mítico productor, fue sentenciado a diecinueve años. Ahí sigue. Otras que esperan su libertad son las integrantes de la banda de punk-rock-feminista Pussy Riot, quienes fueron condenadas a dos años de cárcel tras haber “alterado el orden social” e “incitar al odio religioso” luego de encaramarse en el altar de la Catedral del Cristo Salvador de Moscú para interpretar con megáfonos una canción en contra de Vladímir Putin. Su crimen fue expresar su descontento a través de la música y la justicia rusa ha sido inflexible con ellas; es un caso que ha sido señalado como una auténtica violación a la libertad de expresión.

Por posesión de drogas, imagínense, han tenido problemas un montón, tantos que casi ni merece la pena nombrarlos. Otros muchos también han sido sentados en el banquillo por desviar o no declarar impuestos.

Como no podía ser menos, en el territorio de la música clásica también ha habido incidentes a lo largo de la historia. El mismísimo Johann Sebastian Bach pasó aproximadamente un mes desprovisto de su libertad, no porque hiciese algo incorrecto, sino por la arbitrariedad posesiva de Wilhelm Ernst, duque de Sajonia-Weimar, quien encerró a Bach cuando éste renunció a su puesto en la corte (lo hizo porque le habían denegado el ascenso a maestro de capilla). Beethoven fue arrestado por borracho y revoltoso. Schubert también fue detenido junto con cuatro de sus amigos por “andar armando bullicio” y por ser sospechosos de mantener reuniones revolucionarias y conspiratorias. El compositor francés Erik Satie pasó ocho días tras las rejas después de los altercados que ocasionó el estreno del polémico ballet Parade. Olivier Messiaen fue prisionero de guerra durante la invasión nazi en Francia y otro encerrado a causa de este enfrentamiento bélico fue Michael Tippett, compositor inglés que se amparó en la objeción de conciencia para declinar su participación en cualquier actividad militar… en fin, la lista es larga y podríamos seguir tirando del hilo.

Si bien estos personajes se vieron involucrados en procesos legales o judiciales de diversas índoles (merecidamente o no), ninguno de ellos fue acusado por el mero hecho de tocar su instrumento como parte de su desarrollo profesional como así le ha ocurrido a Laia Martín, pianista de 26 años residente de la localidad de Puigcerdà (Cataluña), quien ha sido absuelta esta semana de la acusación que intentaba sentenciarla a ella y a sus padres (por considerarlos cooperadores necesarios) a siete años y medio de cárcel por el “ruido” que emitía cuando ensayaba en su domicilio, el cual infligió supuestamente un “trastorno adaptativo con ansiedad” a la vecina denunciante.

No puedo asegurarlo, en mi pesquisa me he visto incapaz de encontrar un precedente de similares características, pero puede que sea la primera vez que enjuician a un instrumentista por el simple hecho de estudiar sus lecciones y repertorio. ¡Una locura por donde se la vea! La vecina, una mujer a la que se le nota a leguas un alma reprimida y amargada, pedía, además de la cárcel, que Laia cesara toda actividad musical. La pianista fue exonerada porque no se pudo comprobar que realmente rebasara los decibelios permitidos y porque además nunca mostró una actitud obstruccionista, insonorizando en su momento la habitación y el piano. Se ha hecho justicia: no hay delito. Por lo visto (algunos medios dicen que en el pasado ha habido otros intentos de denuncias por diversas razones), se intuye que la vecina, quien quiere recurrir la sentencia, no es más que una pobre infeliz enemistada con esta familia, buscando hacerles daño.

El procedimiento ha venido desarrollándose desde el 2006 y durante el juicio el caso saltó a la prensa internacional. Que una cosa ocurra así en España es vergonzoso para este país, puesto que la susodicha vecina es el reflejo ciudadano que demuestra una falta de empatía asombrosa hacia el oficio musical y una total insensibilidad a la cultura. Me aterra leer comentarios en los propios artículos relacionados al caso en los cuales se pronuncian “personas” que lamentan que la sentencia no se hubiese inclinado en favor de la vecina; sus opiniones carecen de fundamento y alegan una serie de estupideces en contra del sentido común: puro retraso y oscurantismo. Unos lanzan una pregunta retórica al aire, como quien cree poseer un argumento irrefutable y categórico: “¿a que todos sufriríamos si nos tocara un vecino que todo el día se la pasara aporreando el piano?”.

Ay… por lo que a mí respecta, nunca he tenido suerte en este sentido, todos mis vecinos en España, hasta ahora, han sido más bien tirando a nefastos: dejan la televisión a alto volumen, son discotequeros, hablan por teléfono a las tres de la mañana (y no precisamente a susurros), mantienen peleas domésticas escandalosas, gritan, son cansinos futboleros o castrantes borrachos, señoras neuróticas que todo lo que haces les parece mal, llorones, malhumorados, malfollados… lo más cercano que he tenido a un músico vecino han sido un individuo/a que practicaba flamenco en la guitarra (a veces ni sacando la cabeza por la ventana podía oírle nítidamente; de ese edificio me he mudado hace ya) y a un niño/a que ahora mismo vive justo arriba de mí, quien desde hace unos meses practica en la flauta dulce las notas del «Oda la Alegría» de Beethoven, seguramente porque así se lo mandan en el colegio.

Quiero expresar desde aquí que tanto la vecina denunciante como la gente que simpatiza con ella me dan asco. Yo sí quiero a alguien como Laia de vecina, a mí no me importaría en lo absoluto; es más, lo estoy deseando, ¿dónde hay que firmar?

Aquí tenemos una muestra de los hechos delictivos de Laia Martín:


Artículo publicado originalmente en Satélite Media.

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