Para entonces habrás muerto (Foehn, 2009), álbum de debut de los sevillanos Tannhäuser (ojo, no hay que confundirlos con Tannhauser –sin diéresis-, una banda de electro industrial de Barcelona; y por supuesto, hay que diferenciarlos también del poeta alemán y de la ópera de Wagner del mismo nombre), es un disco que propone ya de manera efectiva un mundo sonoro que se desarrolla y progresa en base a las directrices del post-rock, que se respalda en el ambient y en el shoegaze como telón de fondo, y que, en dosis moderadas y sólo en algunos temas, se sirve de los ritmos del krautrock para sacar adelante sus intenciones. De ahí que el germánico nombre tenga algo de sentido.
En Voces (Foehn, 2012) repiten la misma fórmula, aplicando en sus composiciones toda la experiencia y la asimilación del género que en estos tres años de giras han aprendido, compactando así su sonido. Han ganado en intensidad: el ambient es más evocador y el post-rock está un poco más encrudecido y motorizado, o quizá debería de decir matematizado, ya que se advierte, levemente, una influencia math rock que antes no era tan perceptible. En este segundo larga duración, Tannhäuser es como una gran maquinaria de precisión teutona.
Grabado al igual que el primero en los estudios “La Mina” de Sevilla, con Raúl Pérez como ingeniero de sonido y productor, Tannhäuser vuelve a presentarse como cuarteto, pero esta vez con bajas e incorporaciones. Se suma a la alineación Juan Luis Castro al bajo (también en Úrsula) por Alejandro Arcenegui y Eduardo Escobar a la batería (un músico inquieto dentro de la escena indie sevillana, componente también de Trisfe, Swimpoolact, HAG, entre otros) por Valentín García. La banda se completa por Raúl Burrueco e Iñaki García (guitarra, ambos).
Voces empieza como lo hacen algunas sinfonías, con un motivo lento que va desperezándose. Los primeros minutos son como una anunciación. ¿Será el monstruo marino, “Godzilla”, que despierta de su letargo? Lo que se va desarrollando como un poema sinfónico rock de a poco se transforma en un bólido que va cogiendo velocidad a medida que avanzan los minutos. Como pasa con otros temas del álbum, casi podemos sentir que vamos en autopista, sintiendo cómo impacta el viento contra nosotros.
“U-matic” va de lleno al grano. Su nombre alude al primer formato de videocasete que se puso a la venta. ¿Una pista de que se trata de una canción con tratamiento analógico?, pues sí, este es uno de los dos temas que utilizan moog, aquel potente y complejo sintetizador que se popularizó a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta. El movimiento de la canción también se asemeja a una cinta: sube, baja, da vueltas, regresa al punto de inicio, y acaba de golpe, todo a rauda velocidad. En el extraño vídeo que realizó Chema García Ibarra para este corte, dos ninjas (uno de ellos en muletas) se colocan en posición orante alrededor de una Estrella de David hecha con cinta adhesiva y llevan a cabo una suerte de ritual donde sacrifican una pila de fotos familiares, prendiéndoles fuego. Cuando se han consumido, los ninjas desvelan (¿descubriendo?) que debajo de las cenizas ha aparecido un videocasete. Probablemente esta representación se trate de una alegoría sobre la muerte de la imagen estática en pos de la imagen en movimiento. En “U-matic” el ritmo motorik típico del krautrock es evidente.
Tras ganar el Circuito Joven Pop-Rock de Andalucía en el 2010, Tannhäuser publicó cuatro temas en un disco físico compartido con los granadinos Pájaro Jack (quienes también fueron premiados en dicho certamen). Estos mismos temas luego se editarían en un EP a nombre sólo de Tannhäuser, Movimiento Estacional (Foehn, 2011), que se lanzó de manera digital y en descarga gratuita. De ese corta duración, los sevillanos rescatan “Ártica” y “Error y culpa” en Voces (porque, según sus declaraciones, esas composiciones merecían estar en un formato físico), y, aprovechando la ocasión, pulen y condensan el sonido de ambos temas.
Luego de la velocidad de “U-Matic”, en “Ártica” puedes escuchar hasta tu propia y recién agitación porque su inicio es lento, cristalino y gélido. Pero la melodía asciende y te envuelve de lleno. O mejor dicho: te rindes ante ella. Bien entrada la canción, en un momento de lucidez te darás cuenta que tus extremidades se han helado sin que te dieras cuenta. Al final, el tema se reduce a tan sólo un exhalo de una ventisca que se difumina…
Del frío al calor: Noto que hay cierto vínculo estético entre “El tercer hombre” y “Vigilia”. Las dos, más o menos, evocan paisajes áridos y sofocantes. La primera gira sobre un motivo hipnótico y repetitivo, al principio un tanto cálido y amistoso y luego, sobre la mitad, febril y un tanto demoniaco. Una inquietante danza interna actúa de manera sobrenatural sobre ti, como una droga que envenena tu cuerpo. Pero esta sensación se desvanece lentamente y vamos reconociendo que aquello fue tan sólo una ilusión debido al trance. Despertamos como de un sueño delirante. Los ojos se entreabren y reconocemos un sentimiento ya familiar: es la melodía que vuelve a ser la misma del principio.
“Vigilia” es más difusa que la anterior, como si camináramos exhaustos por un desierto y nuestras bocas estuviesen secas y tuviésemos arena entre las comisuras de los labios, en un quebradizo estado entre la rendición y la supervivencia. De pronto un mundo nuevo se abre delante de nuestros oídos y no se trata de un espejismo. ¿Un oasis?, ¿se divisa civilización?, no estoy seguro pero la esperanza brota en nuestro espíritu que con ansia se apresura a la salvación. Seguimos despiertos, vivos.
“Error y culpa” comienza con una rotunda percusión que da pistoletazo de salida a una sucesión de melodías dibujadas y tejidas por las guitarras que se entrecruzan entre distintas suertes y acrobacias. Hay momentos donde las guitarras parecen ir de manera paralela, adelantándose intermitentemente, como en una ajustada carrera. En otras ocasiones una busca llamar más la atención que la otra, de nuevo compitiendo. Pero al final terminan obedeciendo a una sola causa, a la de Tannhäuser, porque sus respectivos dueños las doman como un amo a su perro. La música se va ensanchando como saliendo por un embudo hasta escurrirse de golpe.
Colóquense el cinturón de seguridad porque “Acrofobia” es como ir en aeroplano y los Tannhäuser no se reprimen al conducirnos por alturas que nos llenan de vértigo. Los sevillanos surcan los aires audazmente sin perder el control. Las turbulencias, más que asustarles, parecen divertirles. Uno vuelve a tierra un poco mareado.
Finalmente en “Ondina”, el tema más largo del álbum, encontramos otra referencia alemana porque su título alude a las bellas ninfas acuáticas de la mitología germánico-escandinava. La pieza, efectivamente, evoca paisajes verdes y acuosos. Es un tema amable, armónico, que agrada y embelesa apaciblemente al escucha, casi como una nana.
Voces es un disco breve pero intenso. Los teclados ocupan mayor relevancia que en anteriores ocasiones y eso es un punto a favor. Se agradece también que los recursos estruendosos no sean gratuitos, sino que surjan de manera natural, como parte del relato musical. En este sentido les comparan mucho con los tejanos Explosions in the sky por sus crescendos expansivos y sus destellos contenidos. También los emparentan con los escoceses Mogwai en la medida en que prácticamente cualquier banda de post-rock se puede comparar con ellos. Pero creo que esto no importa mucho, cada banda pretende ser única y contar una historia personal. Y la historia que narra Tannhäuser en Voces, un disco donde no hay una sola voz, es emotiva y poderosamente evocadora. Consiguen lo que se proponen: proyectan en tu imaginación secuencias cinemáticas y paisajísticas que te dejan en un feliz estado de ensoñación. Tannhäuser, prueba superada.
Artículo publicado originalmente en Fac magazine.
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