Franco Battiato en Madrid

Una misa popular.

21.03.2013. Teatro Circo Price. Madrid.

Despertar en primavera y estar con la expectativa de poder ver esa noche a un ídolo. Hasta unas pocas horas antes del concierto no sabía con certeza si podría o no acceder al Circo Price. Días antes había pedido acreditación como periodista pero no me la concedieron, y como no tengo dinero para costearme la entrada abandoné la idea por completo de mi mente. “Otro año será”, pensé, “y si no puede ser otro año no pasa nada”, concluí, aceptando que la vida viene y va, como los amores, sin que podamos hacer gran cosa al respecto. Franco Battiato cantó en Madrid al inicio de la primavera, cuando los prados florecen y las almas se expanden vigorosas, llenas de esperanza, ávidas de aires menos gélidos que los del invierno, buscando un sol que tarda en salir, esperando el verano con ilusión, o al menos un cálido abril, donde poder proyectar otra vida más amable y menos hostil.

Franco, poeta místico, viejo amante de melodías ensoñadoras y aventurero de la introspección, se presentó en Madrid no sólo dándole la bienvenida a la estación de los amores, también era el Día de la Poesía; los que estuvimos en el Price no pudimos celebrarla de mejor modo.

Fue un amigo madrileño, Juan, quien finalmente me regaló la entrada porque después de una serie de desventuras le sobraba una de las que había comprado. Emocionado me dirigí al encuentro con los colegas y con Franco Battiato. En mi camino hacia Atocha, en el metro, me estaba acordando de todo lo que el italiano había dicho y hecho desde hacía una semana que había arribado a España, concediendo entrevistas y haciendo la promoción de su último disco, Apriti Sesamo. Se le recibió como a un familiar querido que ha estado tiempo ausente. Ahí donde aparecía todos le trataban con respeto y admiración, como si fuera el rey del mundo, pero él no se sonrojaba demasiado, agradecía los halagos pero los esquivaba con elegancia y naturalidad, manteniendo un perfil cabizbajo y un tanto distraído. Incluso se le notó cansado de que la mayoría de los medios de comunicación sólo quisieran hablar de lo mismo de siempre, sus éxitos ochenteros de cuando era joven, y que prácticamente pasaran por alto sus más recientes inquietudes, sus atípicas óperas, sus desconcertantes películas, su incursión en la pintura, sus meditaciones y conclusiones metafísicas y espirituales (aspecto que lo absorbe cada vez más), ¡su último gran disco de pop ascético!, en definitiva, lo que ahora es Franco Battiato.

Soy consciente de que muchas de las cosas que podríamos atribuir al Battiato de ahora son perfectamente compatibles con el Battiato de antes. Por ejemplo, sigue siendo extraño que sea un icono pop alguien tan serio en las formas como él, que viste de traje, corbata, gafas pasadas de moda y que hace gala de una singular fisiognomía, que puede llegar a descolocar y confundir al espectador; además dice sentir inclinación por la figura del hombre recto que cumple su palabra, ético y responsable, y admite que escucha sólo música clásica en su casa. Entonces, ¿este hombre narizón y flacucho va en serio con sus pegadizas canciones de pop o nos toma el pelo? La verdad es que a veces Battiato me es todo un misterio. El mismo autor nos advierte: nada es lo que parece. Que sea un icono pop, lo comprendo en la medida en que Battiato ha sabido entender a la perfección el género, aunque, en buena medida, lo considero como un intruso. No suelto esta conclusión a la ligera, lo sospecho porque, entre otras declaraciones dadas por él, en la reciente entrevista que le hizo Javier Gallego en Carne Cruda para la Cadena SER, Battiato expuso de manera clara y sin tapujos que su principal motivación para hacer música pop comercial fue (y probablemente sigue siendo) ganar dinero. Para matizarlo, agregó que él no ve esta postura como algo negativo, siempre y cuando logres crear algo interesante y, aunque suene paradójico, honesto en el camino. Después de todo, si tienes la habilidad para hacer algo que te permite vivir holgadamente y no haces daño a nadie con ello, ¿cuál es el problema?, ¿quién rechazaría la oferta?

Su misma discografía nos da pistas de que se trata de un artista más complejo de lo que pudiéramos llegar a imaginar a simple vista (u oída). Antes de su clara y neta incursión en el pop (casi) de masas, Battiato publicó obras de difícil pero enriquecedora escucha, como Fetus (1972), Pollution (1972), Sulle corde di Aries (1973), Clic (1974); y después álbumes como Gilgamesh (1992), Messa arcaica (1993), Telesio (2011), entre otros. Sin embargo, caprichos de la existencia, son sus canciones de pop las que han marcado a toda una generación; a varias, mejor dicho (su figura se reivindica cada vez más entre mi generación, nacida en la segunda mitad de los ochenta), pero sobre todo a una, la que vivió en juventud sus mayores hits (los que ahora rondan la cincuentena).

Sus detractores y críticos esgrimen como uno de sus argumentos que Battiato haya publicado algunos de sus discos paralelamente en castellano e incluso en inglés, buscando una mayor proyección en Europa y el mundo, logrando así que su música surcara nuevas fronteras. Es decir, que se vendiera al mercado. Pero esta decisión yo la veo más emparentada a la de un escritor (o autor en general) que traduce su obra a otros idiomas, ya que primordialmente siempre ha trabajado en su lengua madre. No me parece justo situar esta actitud al lado de la de músicos que directamente deciden cantar en inglés (o en cualquier otro idioma que no es el suyo) pensando que esa es la forma correcta de internacionalizar su música. A mí esto último me parece sencillamente ignorancia y oportunismo. En algunas canciones de Battiato en italiano encontramos versos en inglés, sí, pero no están ahí de manera gratuita, buscan un fin estético o conceptual. No olvidemos también que, más que un músico, Battiato es un artista.

El tiempo, que coloca a todos en nuestro sitio, nos ha demostrado que el pop se le queda pequeño al siciliano y que es capaz de crear obras de mayor complejidad e intelectualidad, que merecen la misma atención (o más) que cualquiera de sus mejores canciones. Pero, al parecer, esta faceta mucho más profunda y provechosa poca huella deja en aquellos que quieren forzosamente seguir viendo a Battiato como un mero cantante de música ligera. No quiero decir con esto que su pop sea menospreciable, ¡para nada, todo lo contario!, es una música deliciosa, encantadora y enamoradiza que se queda clavada en el corazón para toda la vida, ¡no es poca cosa ciertamente! De hecho parte de la grandeza de Battiato como autor de canciones es que, de varias maneras, ha incorporado en su obra parte de la tradición clásica italiana (¡esas cuerdas, esas voces a coro!), la vanguardia contemporánea de los músicos del siglo XX (era amigo de Karlheinz Stockhausen, ni más ni menos), y la siempre reciclable iconografía del pop (no es raro encontrar en Battiato citas de, y referencias a, otros autores).

Estaremos de acuerdo, pues, que Franco es un autor complejísimo y fascinante, pero entonces ¿por qué será que, asumiendo una actitud ciega y egoísta, nuestras sociedades parecen exigirle a un determinado artista quedarse atrapado en una época concreta de su vida? Es como si negáramos (y a veces repudiáramos) la evolución de ellos como creadores y personas. Franco Battiato (y otros artistas mayores como él) ya no es el mismo, hay que asumirlo de una vez. Tú tampoco eres el mismo de hace unos años.

También resulta incómodo que su sexualidad despierte tanta atención (tristemente a veces más que su música). El hecho de que no se le hayan conocido claras pretendientes a lo largo de su vida, que cada vez que se lo preguntan confiese que el sexo le parece algo repugnante si no se practica de manera sagrada, y su estrecha relación con el filósofo Manlio Sgalambro, levantan viperinas suspicacias entre la gente a la que le interesa la prensa rosa. Creo que todo esto no nos incumbe en lo absoluto.

A su llegada a España, Franco Battiato se encontró un país en zona deprimida, gris, apaleado, humillado, desmotivado, con pocas ganas de festejos (¡casi nadie tiene dinero!) y con mucha mala leche acumulada. Como de lo único de lo que se habla es de política (y fútbol), los medios de comunicación le incitaron a que expresara su sentir y por supuesto se mostró indignado ante la situación actual de Italia, Europa y el resto del mundo: clases políticas nefastas, corruptas y sinvergüenzas; una parte (ignorante) de la población que permite todo tipo de abusos; y otra que ya no puede aguantar más, que se siente arrinconada y sin escapatoria, que estalla debido a la presión ocasionada por la mala (por perversa e incompetente) gestión política y económica de los dirigentes, una población que observa (unos pacientemente como rendidos, otros más rabiosos y activos, descartando la idea de ondear la bandera blanca, anhelando un aire de revolución) cómo el tejido social se desintegra de una manera penosa y alarmante.

Cuando llegué a la estación de Sol en el metro, cambié de línea, y entre andenes y pasillos me topé con un conjunto de mariachi que tocaban y cantaban a todo pulmón, ganándose así las monedas de algunos viajeros. Y de golpe (un golpe duro, seco, que te desarma por completo) me acordé de mi país. ¡Ay, mi pobre patria mexicana!, ¡ay, mi pobre patria española! Yo que quiero verte danzar en las cimas de la alta civilización, y no en la pocilga hedionda en donde te encuentras, aplastada por los abusos del poder de gente infame que no conoce el pudor, perfectos e inútiles bufones, ¡animales!, que se creen dueños todopoderosos y que piensan que les pertenece todo. Mi tierra, México y España, que el dolor ha devastado…

Pero Battiato, que aunque no hace mucho le habían nombraron asesor de Cultura y Turismo en Sicilia, puesto por el que no recibía dinero, para dar ejemplo (recientemente le acaban de destituir del cargo por haber insultado a los parlamentarios/as), parece en realidad estar más allá de estas cuestiones terrenales. Su patria es su mundo interior. Él cree que los artistas son puentes entre la tierra y la divinidad. No poca cosa.

Ya en la calle, con una espléndida previsión de tiempo, al primero que encontré fuera del Price fue a Pippo, un amigo italiano que reside en Madrid desde hace tiempo. Pippo lleva barba prominente, se rapa la cabeza al cero excepto por la parte de detrás donde se deja una línea de pelo a lo mohicano, un grueso piercing circular atraviesa su septo nasal, viste rutinariamente con pantalones holgados que adorna con cadenas y se cubre el torso con un chaleco de estampado militar, en su mochila carga un libro-guía sobre los asesinos más famosos de la historia, de sus brazos llaman la atención sus coloridos tatuajes, y siempre cuenta con alguna navaja en el bolsillo. Vamos, un tipo duro. Me dijo que Juan había tenido algunos contratiempos, que llegaría tarde y que lo tendríamos que esperar porque él tenía mi entrada. Así que nos bebimos tranquilamente un par de latas de cerveza y hablamos de la vida, los amores perdidos y de Battiato. Bromeamos: “A esta hora Battiato estará preparándose en su camerino, en posición de flor de loto, levitando”. “Había considerado mandar a hacer una camiseta que pusiera ‘Viva Franco’, con el rostro de Battiato”. “Battiato, con todas las cosas profundas e intelectuales que ha hecho, cuando toca sus hits en sus giras, pensará: ‘Danzad, miserables, que es lo único que os importa. Yo que os hago óperas sublimes y vosotros que lo único que queréis escuchar son las mismas canciones de hace treinta años, ¡evolucionad mongolos!’”. Y otras gamberradas del estilo.

Yo estaba preocupado porque Juan no mostraba señales de vida y la gente entraba poco a poco al recinto. Además tenía la certeza de que se habían agotado todas las entradas y no quería estar tan lejos. Pero Pippo me calmaba y me decía, “tranquilo, en cuanto entremos nos abrimos paso, ¡son fans de Battiato, no de Motörhead, son blandos!” (en ese momento caí en la cuenta de que ciertamente resultaba extraño ver a alguien como Pippo en un concierto de Battiato y comprendí que al maestro italiano le respetaban hasta en los sectores sociales más, aparentemente, opuestos a él). Finalmente, a pocos minutos de que sonaran las campanas que anunciaban el comienzo del concierto, llegó Juan, que, aunque no viste con las mismas pintas que Pippo, también es un tío duro (ropa negra, pelo largo, barba a lo motero). Vino con mala cara, con la mente en otras cosas, como si hubiera pasado unos días extraños y particularmente jodidos. Se encontraba inquieto, distante y de mal humor. Pude ver en sus ojos que no se encontraba estable, pero no le pregunté nada, no era el momento ni el lugar.

Franco Battiato llevaba ya canción y media cuando al fin pudimos entrar a la pista del Price. Se encontraba en el centro del escenario, sentado, efectivamente, en posición de flor de loto, sobre una alfombra. Parecía un yogui de clase alta. Le acompañaba un cuarteto de cuerdas, pianista, tecladista, baterista, guitarrista y bajista. Detrás de él se proyectaban los colores de la portada de su último trabajo y vídeos puntuales según los temas que iba interpretando. Al principio todo era un océano de silencio, en parte porque aún no se conocen bien las nuevas canciones, y porque aquello era como una especie de misa. La hipnótica y meditativa música, las letras introspectivas, filosóficas y místicas, y algunas imágenes que se proyectaban con representaciones religiosas o divinas, así lo subrayaban. Aquello era una subida al cielo a base de reflexión interior. Era como un hechizo. Frases como estas nos dejaban en un estado pensativo: Somos detritus, restos humanos, arrastrados por la corriente que no conoce pausa, ni destino alguno, preparémonos para nuevas existencias de “Eri con me”; we never died, we were never borne de “Testamento”; viviamo in un mondo orribile. Siamo in cerca di un’esistenza. La gente è crudele, e spesso infedele, nessun si vergogna di dire menzogna. I giovani, i putti e gl’Huomini tutti non vale il fuggire si plachi l’ardire de “Pasacalle”; nos creemos libres y somos prisioneros que reman en navíos inexistentes. Morir es como un sueño. Pura, inaccesible, envuelta en una eterna sombra solitaria, oscuridad impenetrable, intensa, espesa, inmensa de “El polvo del rebaño”. Uno casi podría creer en la existencia de Dios.

De esta manera, Battiato nos ha colado un disco de puro arrebatamiento religioso. Y el público tan contento, clamando al autor al finalizar sus mantras, sacándonos con ello de la monotonía de nuestros días. El sonido del conjunto era nítido, limpio, de altura. En las partes instrumentales, las cuerdas parecían tomar vuelo en medio de una ventisca cálida y purificadora. Aquello era una breve invitación a posponer nuestro suicidio particular, una invitación a un viaje piadoso hacia una vía láctea interior. Su música era La Cura a nuestros males. Era como esa luz rosada de la aurora.

Gran conocedor de los pulsos musicales, Franco estuvo en plena forma, tensando, aliviando y rematando la música con gran maestría y conocimiento de causa. ¡Estábamos escuchando a uno de los más talentosos autores vivos a nivel mundial, ni más ni menos!

Poco a poco fue subiendo en intensidad, ejecutando temas más conocidos por todos, alternando algunas en español pero la mayoría en italiano. Así se pudo comprobar que a la audiencia no le interesaba tanto saber en qué andaba metido Battiato últimamente (que también), como sí celebrar su figura, vitoreando sus obras más reconocidas. Primero las más contenidas como “Prospettiva Nevskij”, “E ti vengo a cercare”, “Nómadas” y “Mesopotamia”. Entremedias una metalera “Il mantello e la spiga” encendió el Price como si estuviésemos en la antesala del infierno, donde mora la serpiente, y luego, ya cuando Battiato se puso de pie, cayeron los hits más extrovertidos, emocionando y contentando a un público que quería siempre más. “Up patriots to arms”, “L’era del cinghiale bianco”, “Cuccurucucù” (esta canción fue mi primer encuentro con Battiato, cuando todavía yo vivía en México, debido a que un compositor italiano de paso por el Conservatorio me habló de un tal músico de su país que había citado esta popular melodía mexicana en una de sus piezas), entre otras. Su música me provocaba un sentimiento nuevo y vivo, escuchar a Battiato siempre es como descubrirlo por primera vez, pero al mismo tiempo percibía que mi espíritu ya había sentido sus melodías de manera trascendental en el patio de mi infancia, e incluso que nuestras almas se han conocido en el jardín de la pre-existencia. Finalmente el Price lo dio todo con “Centro di gravità permanente”, el tema de Franco que probablemente más se haya introducido en el imaginario popular desde su publicación, allá por 1981. Aunque el público le hizo un irresistible reclamo, Battiato ya no salió al escenario. Fue el adiós. De pronto el encantamiento había acabado. The game is over.

Salimos del edificio y me despedí de mis amigos (no sé si disfrutaron el concierto o no, Juan tuvo que salir rápido hacia no supe dónde, lo acompañó Pippo, y apenas intercambiamos opiniones, todo ocurrió muy deprisa). Me tomé una caña en soledad, ¡amada soledad!, mientras resonaba en mí la quietud después de un adiós, y regresé a casa, pensando en todo esto que os cuento,en un estado de alegría total, con la sensación de haber presenciado un concierto que guardaré alegremente en las puertas de mi memoria para siempre.


Foto cedida gentilmente por Adolfo Añino, colaborador de Indienauta, Madriz.com y macsoluciones.com.


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