FEDERICO VEIROJ. La vida útil

El cine triunfa. El amor también.

AFICHE-La-vida-util-LVÚFederico Veiroj (Montevideo, 1976) vivió seis años en Madrid desde el 2000 hasta el 2006. Durante su estancia en la Villa y Corte laboró en la Filmoteca Española, también conocida como Cine Doré, Subdirección General del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales. Desde entonces ya en su imaginación se iba gestando lo que terminaría llamándose La vida útil (2010), no obstante, el primer intento de guion distaba mucho de lo que resultó ser el producto final. En principio, el argumento trataría sobre un empleado uruguayo de la Filmoteca que, tras varios años viviendo en Madrid, regresa a su país para reencontrarse con sus amigos de la Cinemateca Uruguaya, institución análoga a la Filmoteca. Aquello se iba a llamar “Semana de Turismo” porque así es como en Uruguay por decreto oficial le llaman, muy acertadamente por cierto, a la Semana Santa.

Sin embargo, Veiroj apartó el proyecto y se embarcó en la realización de lo que terminaría siendo su primer largometraje, Acné (2008), juvenil drama tragicómico que se enfoca en un chico de 13 años que empieza a experimentar cambios hormonales y a mirar a las chicas con incipientes ardores en la entrepierna difíciles de controlar.

De vuelta en Uruguay, Veiroj ingresa en la plantilla de trabajadores de la Cinemateca (donde antes, de jovencito, se había educado cinematográficamente como espectador) y conoce al crítico de cine Jorge Jellinek, quien ha desempeñado, entre otras labores, la vicepresidencia de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay, ha sido jurado en festivales y en concursos de proyectos y guiones, ha coordinado y programado festivales y ha escrito para diarios y publicaciones varias.

Charlando con Jellinek, Veiroj le propone retomar aquel proyecto dejado de lado y le convence para que sea el protagonista del film; ¡un crítico en el rol principal! No sería el único con estas características en el reparto puesto que también participó Manuel Martínez Carril, profesor, periodista, curador de películas, crítico y director coordinador de la Cinemateca durante casi tres décadas, importante figura en la cultura de Uruguay que este agosto del 2014 falleció a la edad de 74 años.

En el film, Manuel Martínez Carril hace de sí mismo, es decir, de director de la Cinemateca. Jellinek hace en parte de sí mismo y en parte simplemente de Jorge, empleado de la Cinemateca desde hace 25 años, quien todavía vive con sus padres, es introvertido y lacónico, un entrañable solitario con un inmenso corazón, principal locutor del programa radiofónico de la Cinemateca y está enamorado de Paola (ésta sí encarnada por una actriz: Paola Venditto), quien trabaja en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República y asiste a la Cinemateca de vez en cuando.

En la película (aunque probablemente también en la vida real), la Cinemateca se encuentra afrontando difíciles problemas: deben el alquiler desde hace ocho meses; el viejo equipo de proyección presenta desperfectos, desgastes y desajustes generales; los socios de la Cinemateca se están dando de baja sistemáticamente; cada vez asiste menos gente a las proyecciones; y lo que es más alarmante, una fundación que desde hacía diez años les apoyaba económicamente dejará de hacerlo debido a que la Cinemateca no resulta rentable. Corre cierto desánimo y apatía en el ambiente. La Cinemateca no ha podido o no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos debido, quizá, a un hacer un tanto añejo, de la vieja guardia, y a una visión más bien académicamente caduca.

Mientras todo esto sucede, asistimos al día a día de la Cinemateca, secuencias en las que se plasma un “costumbrismo de oficio”: Jorge y Martínez se reparten diferentes títulos que acaban de llegar por paquetería para que cada uno vea esas películas antes de ser programadas; Jorge graba una cinta que se reproduce antes de cada proyección en la que insta a los espectadores a hacerse socios; Jorge busca celuloides en un almacén repleto; Jorge prueba los asientos de una sala para comprobar su estado y ajustarlas con una llave; Jorge recibe a un joven director uruguayo (interpretado por el pintor y guionista Gonzalo Delgado), de quien se proyectará su corto antes del largometraje principal; la taquillera comprueba la entrada de los espectadores antes de dejarlos pasar a la sala; reuniones con la junta directiva…

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En el programa radiofónico, Jorge detalla la programación del mes, de la que destaca la retrospectiva del cineasta portugués Manoel de Oliveira, seguramente el director más importante de ese país, a razón del centenario de su nacimiento (Oporto, 1908). En otra transmisión, con Martínez como invitado, éste reflexiona sobre la importancia de la formación del espectador y establece una diferencia entre la erudición superflua (aquella que sólo muestra datos más como un ejercicio de memoria que de asimilación) y la disposición alerta y sensible de un espectador. En suma, defiende que para disfrutar el cine no hace falta saber de cine sino saber ver, saber sentir, saber vivir aquello que se proyecta en la pantalla, más allá de la información enciclopédica de la materia tratada. Para ilustrar su pensamiento toma como ejemplo la famosa batalla sobre el hielo de Alexander Nevsky (Sergei M. Eisenstein, 1938), en la que la secuencia se va desarrollando conjuntamente a la música de Sergei Prokofiev.

Pero el día trágico llega y la Cinemateca tiene que cerrar sus puertas. De un día para otro, Jorge tendrá que renovarse, afrontar una nueva vida. Guarda sus pertenencias en su bolso y decide ese mismo día acercarse a la Facultad de Derecho y esperar a que Paola termine su jornada.

Mientras deambula por la Universidad, Jorge entra en la biblioteca, se sienta en un pupitre y observa el ambiente, le conmueve comprobar que la bibliotecaria que trabaja ahí lleva una vida prácticamente análoga a la que él llevaba en Cinemateca, desempeñando una labor solitaria y silenciosa, útil, apiñando, clasificando y catalogando libros/celuloides. Jorge se ve reflejado en ella y al salir le da las gracias.

Recorriendo uno de los pasillos, ocioso, de pronto una linda estudiante (Victoria Novick) se le acerca y le pregunta que si es el profesor suplente. Jorge responde que sí y entonces se desarrolla lo que probablemente es el culmen de la película cuando, una vez que los alumnos se han sentado en sus lugares, Jorge echa un vistazo a uno de los libros sobre el escritorio para enterarse de qué va la clase y lee: “La mentira es universal”. Comienza así a monologar en torno a la mentira. Dice cosas como “la prudencia consiste en saber mentir con fines laudables”, “hay que mentir sanamente, por humanidad”, “hay que mentir francamente, con valor, con la cabeza erguida”, “no hay que mentir como si estuviéramos avergonzados de la mentira”, “la mentira es noble”, “libremos al mundo de la funesta verdad que lo aqueja”, “la mentira nos hará grandes y buenos y bellos”…

Pero, ¿Jorge está hablando del derecho, de la labor de un abogado… o más bien del cine? Sin duda, el cine es una gran mentira, pero es una gran mentira bella, una mentira necesaria, de ahí se entiende que Jorge haga esta loa.

Esta exhibición da ánimos a Jorge para proseguir en su proceso de renovación, por lo que determina que necesita un corte de pelo. Luce entonces un poco más joven, un poco más fresco, un poco más atractivo, un poco más interesante y cuando está pagando decide abandonar su bolso en la peluquería. Por un momento podríamos pensar que con este gesto está abandonando el cine pero el temor de que esto pueda ser así se resuelve pronto porque Jorge, pletórico (incluso le da por bailar arriba abajo en las escaleras de la Universidad), se aproxima a Paola cuando ésta se dispone a irse a casa después de su jornada y, con una inolvidable sonrisa en el rostro, ¡la invita al cine! Se entiende entonces que dejando su bolso sólo deja atrás el peso de su vida anterior, dispuesto a iniciar una nueva siempre y cuando el cine, de una u otra manera, siga siendo un elemento fundamental y presente. Paola duda un momento pero acepta. El cine triunfa. El amor también. Finalmente, La vida útil culmina con un plano de una calle de Montevideo, sin créditos, como las películas de antes.

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Mención especial merece la acertada selección musical: la canción “Los caballos perdidos” de Leo Maslíah a partir de un texto del poeta y periodista Atilio Duncan Pérez da Cunha Macunaíma (quien, a propósito, realiza un cameo en el film), extraído del álbum Canciones y negocios de otra índole (La Batuta, 1984), es puro alucine surrealista; las soberbias y extraordinarias piezas sinfónicas de Eduardo Fabini (1882 – 1950) –La isla de los ceibos, Campo y Mburucuyá-, uno de los compositores uruguayos más trascendentes de su historia, de tendencia folclorista y nacionalista, atrapa por completo nuestros oídos; y la eterna “Danza de los espíritus bienaventurados” del compositor alemán Christoph Willibald Gluck acompaña apropiadamente la transformación de Jorge en la peluquería.

La vida útil, hermosamente retratada en blanco y negro, es una película sin tiempo. Para sentirse identificado con ella no hace falta ser cinéfilo ni desempeñar algún cargo cultural, basta con amar tu oficio (sea cual sea), estar enamorado o creer que de vez en cuando la vida es como un “cuento de cine”.

La vida útil es una sutil y franca reflexión en torno a la utilidad de la cultura y los oficios entorno a ella, más allá de su capacidad para generar ingresos económicos.

Sin duda nos encontramos en tiempos difíciles que nos plantean dilemas como estos y considero es injusto que se enmarque a la cultura dentro de un sistema al que sólo le preocupa la rentabilidad. La importancia de la cultura reside precisamente en que genera más riqueza inmaterial que material. La cultura es, definitivamente, la base de la sociedad, nos da forma e identidad. Sin la cultura no somos, sin la cultura sólo existimos como clientes, compradores y mercancía. Así de importante y útil es.

Celebremos y defendamos entonces la utilidad de la cultura y de un film como La vida útil.


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