Desde el inicio, la sugerente partitura de Alberto Iglesias nos transmite inquietud, dejándonos en estado de alarma mientras vemos cómo una joven ama de casa, Pilar (Laia Marull), nerviosa y angustiada, viste deprisa a su hijo Juan (Nicolás Fernández Luna), preparándose para una confusa huída. Es un preludio intenso que sirve para meter de lleno al espectador en la película y que deja paso al desarrollo de la misma, en donde conoceremos a Antonio (Luis Tosar), marido de Pilar, personaje complejo y sencillo a la vez, que ha maltratado física y psicológicamente a su mujer.
La violencia doméstica explícita no forma parte integral del film como sí lo hacen las consecuencias, trastornos, heridas y reflexiones causadas por ella. Es decir, a Icíar Bollaín le interesa más el drama psico-sociológico de ambas lados que retratar de manera directa los golpes y los insultos, que, sin embargo, se recrean en etapas clave de la historia. No obstante, la ferocidad de esas escenas no son las partes más duras de la película. Duele mucho más convivir con el constante miedo interno y externo de los personajes y con la contenida acritud apabullada de Antonio que puede estallar en cualquier instante, dejando al espectador conteniendo el aire en todo momento.
La directora madrileña no señala culpables individuales, consciente de que la violencia intrafamiliar es un problema complicado que surge más como resultado de nuestra estructura social que como simples hechos aislados en los que el hombre es el verdugo y la mujer es la víctima. La directora comprende que los dos son víctimas de una u otra manera al ser individuos que, ya sea por la educación que recibieron en su casa o por una perturbación mental, no saben expresar sus sentimientos, canalizar sus miedos y frustraciones y lograr comunicarse adecuadamente. Un proceso en donde, eso sí, la mujer se lleva la peor parte.
Las actuaciones convencen casi siempre y por ocasiones el realismo es tal (por ejemplo en las sesiones de grupos de autoayuda para hombres que no saben controlar su ira) que el espectador se pregunta si aquello no es un documental.
Los orígenes de Te doy mis ojos (2003) los encontramos en un cortometraje filmado tres años antes llamado Amores que matan (2000), en donde ya Bollaín exploraba los terrenos del tema. Incluso Luis Tosar era el personaje principal junto a Elisabet Gelabert, actriz que también forma parte del reparto de “Te doy mis ojos” pero en un papel secundario.
Plausible trabajo rodado en Toledo que encuentra su punto de fuga en pinturas de El Greco, Tiziano Vecellio, Rubens y otros, cuando Pilar descubre que hay mucho más mundo por descubrir fuera de los problemas que sufre en casa…
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