ELENA PONIATOWSKA. Querido Diego, te abraza Quiela

También se podría haber titulado: "Querida Quiela, te abraza Elena".

Querido-Diego..ELENA-PoniatowskaMucho hemos estado leyendo y oído hablar sobre Elena Poniatowska (París, 1932) desde el año pasado en que le concedieron el Premio Cervantes 2013, viniera luego a recogerlo y pronunciar su discurso, y publicar su último libro en Seix Barral, El universo o nada, biografía de quien fuera su cónyuge, el astrofísico Guillermo Haro. Y también porque a inicios de 2014 la imprescindible editorial Impedimenta ha puesto de nuevo en circulación y en el mercado español una preciosa edición de Querido Diego, te abraza Quiela, publicado originalmente en 1978. Se trata de un breve libro de menos de 100 páginas dividido en doce capítulos a modo de doce cartas que Quiela, hipocorístico de la pintora Angelina Beloff (San Petersburgo, 1879 – México D.F., 1969), envía abnegadamente desde París (y aún más concretamente desde el barrio de Montparnasse) a quien fuera su primer y único marido, el monumental artista mexicano Diego Rivera (Guanajuato, 1886 — Ciudad de México, 1957).
Once de las doce cartas son invenciones de Poniatowska, inspiradas en parte por la biografía La fabulosa vida de Diego Rivera escrita por Bertram Wolfe. La última carta, fechada el 22 de julio de 1922, es real.
Resulta comprensible que una escritora como Elena Poniatowska —por un lado, venida de abolengo europeo (hija de un príncipe de orígenes francopolacos y una madre mexicana-francesa con ascendientes rusos), por otro, echando profundas raíces en México desde que llegara ahí para quedarse con diez años de edad— se sienta identificada con una mujer como Beloff, rusa de nacimiento, formada en París, finalmente reconvertida espiritualmente en mexicana tras quedarse prendada de la esencia de ese país latinoamericano después de sus diez años de matrimonio con Rivera, quien la abandonó de una manera que sorprende, según el retrato que hace Poniatowska, por su frialdad y falta de consideración. Por tanto, la capacidad de la autora para meterse en la piel de Quiela no sólo convence sino que conmueve profundamente porque transmite varios registros sentimentales que van desde la ternura y la compasión hasta la locura y el delirio, pasando por otros como la depresión, desesperación, rabia, arrepentimiento, admiración, dependencia (“mi valor lo determina el amor que me tengas y existo para los demás en la medida en que tú me quieras”) y el amor incondicional más absoluto: “Tú has sido mi amante, mi hijo, mi inspirador, mi Dios, tú eres mi patria; me siento mexicana, mi idioma es el español aunque lo estropee al hablarlo”. Para Quiela, Diego era como un “torbellino físico”.
La pareja tuvo un hijo, Dieguito, el único hijo varón que concibió Rivera (que se sepa) pero murió tan sólo al año y poco de nacido debido en su mayor parte a las pobres condiciones en que vivían los artistas durante el crudo invierno francés. La imagen del hijo muerto recurrentemente tortura a Quiela, apareciendo en sus pensamientos y en su pintura. Rivera, en cambio, quien era bastante mujeriego y vividor (dos años después de la muerte de Dieguito tuvo otra hija, Marika, con otra pintora rusa, Marevna Vorobev-Stebelska), no mostró demasiado interés en su primogénito y se negó a preñar nuevamente a Quiela. No quería ataduras, terminó cansándose de Europa –el frío, la guerra, el carácter desabrido de la gente- y cuando tuvo la oportunidad de volver a México con un buen proyecto profesional, simplemente dejó atrás cualquier peso que obstaculizara su, por otro lado, brillante futuro como artista plástico: “Quiela, has sido una buena mujer para mí. A tu lado pude trabajar como si estuviera solo. Nunca me estorbaste, y eso te lo agradeceré toda mi vida”.
Pero Querido Diego, te abraza Quiela no sólo habla sobre la relación entre ambos, también es un texto entre costumbrista (a veces parece un diario) y poético que plasma la entrega y vicisitudes del oficio artístico, en concreto el de los pintores. En una parte del relato, Quiela describe la intensidad con que pintaba cuando recién había llegado a París siendo una joven estudiante promesa, dedicándole hasta 16 horas al día, y la manera en que, con el paso del tiempo y sobre todo cuando se quedó sola, apenas encontraba fuerzas para trabajar; en otro momento Quiela le escribe a Diego: “Estoy llena de ti, es decir, de pintura”.
El lenguaje y el estilo de Querido Diego, te abraza Quiela es uno sencillo, ameno, fácil de leer, y no por ello simple ni insustancial. Definitivamente es una reedición necesaria.


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