PAUL MCCARTNEY. New

El álbum logra insertarse en el lenguaje del pop-rock del siglo XXI; si Macca viviese para siempre, por siempre estaría en la primera línea del star system.

New cover Paul MccartneyNada más abrir el booklet de New (MPL/Hear Music/Virgin EMI Records, 2013) uno se encuentra un texto en el que Sir Paul McCartney comienza disculpándose por no haber publicado antes, excusándose en que “había estado ocupado”. Sólo un músico tan comprometido con la música y con el trabajo como él podría presentar un disco de esta manera. Si bien el de Liverpool no había lanzado un álbum de pop-rock desde el 2008, Electric Arguments, bajo el nombre de The Fireman (la mayoría de medios insisten en ignorar este proyecto compartido con Youth, ex Killing Joke, atribuyendo como último disco de estas características a Memory Almost Full del 2007, el cual sí se distribuyó con su nombre), tampoco es que hubiese pasado mucho tiempo desde sus últimas publicaciones al margen de estos géneros. Ahí está Ocean’s Kingdom (2011), una evocadora partitura escrita para el New York City Ballet (su cuarto disco de música clásica), y apenas el año pasado nos deleitó con Kisses on the Bottom, un álbum de dulce y entrañable jazz melódico en el que predominan las versiones pero donde también disfrutamos de alguna original. El perdón lo tiene de sobra.

New viene a romper con estos dos últimos lanzamientos en los que se desenvolvió en un tipo de música, digamos, pasada de moda, antigua y no tan mediática. Si uno atiende a su discografía, comprobaremos que Paul siempre se ha adaptado a los tiempos, por más de cinco décadas ha compuesto música y en cada una de ellas ha tratado, con mejor o regular fortuna, estar en primera línea, haciendo suyas las corrientes y flujos de cada momento. New es un álbum contemporáneo, moderno, enlatado, mainstream y comercial, como toda la música de moda de la que se habla en los grandes medios. Es una manera de decirle al mundo: “hey, porque sea un septuagenario no significa que no entienda lo que está pasando”. Incluso la portada, conceptual, minimalista, estilizada y en la que no se plasma su nombre y apenas se intuye el título, podría ser la de un disco electrónico de tendencias. Si Macca viviese para siempre, por siempre se iría adecuando al star system, eso sí, conservando sempiternamente la esencia de aquello que le removió siendo un chamaco, el rock ‘n’ roll que luego con Los Beatles le daría una fama sin precedentes.

Para lograr este sonido se rodeó de cuatro productores relativamente jóvenes (nacidos entre 1969 y 1975), conocedores de los pulsos de la música de hoy: Mark Ronson (ha estado al mando técnico de gente como Amy Winehouse y otros; dato curioso: fue DJ en la fiesta de la boda entre McCartney y Nancy Shevell, su tercera y actual esposa), Paul Epworth (de Adele a Bloc Party), Ethan Johns (Kings of Leon o Ryan Adams han sido algunos de sus clientes) y Giles Martin (hijo del mítico George Martin, el verdadero quinto Beatle), quien destaca con seis intervenciones. En la mayor parte de los temas participan los miembros de su banda habitual de acompañamiento en los directos (Rusty Anderson, Paul ‘Wix’ Wickens, Brian Ray y Abe Laboriel Jr.).

Las canciones que más presentan un ropaje, giros y truquillos actuales son «Save us», arranque enérgicamente eléctrico que se ha ganado comparaciones con The Strokes pero a la que se le reconoce un esqueleto propio de los primeros Beatles en temas alocados como «I saw her standing there»; «Appreciate», tan manipulada por la computadora que resulta artificial, entre el hip hop y el rock de silicona, podría haberla producido alguien como Damon Albarn; «Looking at her», una de mis favoritas, es una enésima canción de amor de Paul con alguna reminiscencia a melodías romanticonas de antaño como «Till there was you»; «Road», ideal para cerrar el álbum como tal (sin contar los temas extras de la edición de lujo), es una magistral pieza algo sensual, escurridiza, ambigua y oscura, recubierta por sutiles filtros de electrónica e impulsada por unos estimulantes cambios de ritmo. En esta canta: “Now where are whe going / Searching in the night / We had a feeling / It’s going to be alright”. ¿A dónde te diriges, Paul?

Dos aciertos son «Alligator» y «Queenie eye», las cuales ofrecen momentáneos vuelcos semejantes en los que la música se detiene de golpe, avanzando como a cámara lenta, de forma contenida y casi hasta celestial. En la primera, el inglés manifiesta su deseo de estar con alguien con quien pueda convivir en casa tranquilamente, manteniendo una conversación no muy profunda, mientras sus cansados huesos descansan; “could you be that person for me?”, parece preguntarle dulcemente a su mujer. La segunda se inspira en una tonadilla infantil que los niños del Liverpool de la postguerra cantaban mientras participaban en un juego llamado igual que esta canción. Es pegadiza y se ha desprendido como single (el video cuenta con caras conocidas como Meryl Streep, Jude Law, Johnny Depp, Kate Moss, Sean Penn, entre otros; ese es el poder de ser un ex Beatle).

Si uno quiere animarse, habrá que recurrir a «I can bet» y «Turned out» (ésta sólo disponible en la edición de lujo). Las dos, más la primera que la segunda, desprenden un aroma a la etapa con Wings, aunque también, más la segunda que la primera, podrían haber formado parte de Flaming Pie (1997). Si Paul las incluye en el repertorio de sus conciertos, serán nuevos momentos de subidón.

Tres canciones que se basan en la guitarra acústica sin tanto artificio son «Get me out of here», hermosa melodía ligera entre el folk, el blues y el góspel que podrían haber compuesto Los Rolling Stones en la que algunos han intuido un guiño a Buddy Holly y su «Oh, boy!» (aunque es de las más disfrutables, se entiende que sea un bonus track porque el estilo no concuerda mucho con el resto); y dos que evocan su pasado pre-Beatles, las intimistas «On my way to work», en la que describe imágenes de su primer trabajo como copiloto en un camión de una empresa de mensajería (en las horas muertas, el muy pillo se dedicaba a hojear revistas con chicas desnudas), y la emotiva y melancólica «Early days», donde, más o menos como así ocurre en «All those years ago» de George Harrison o en «Here today» del propio Paul, el autor rememora con cariño la amistad que mantuvo con John Lennon cuando eran apenas unos imberbes adolescentes.

Luego de «Early days», se dispara «New» (la canción), como una contraposición del ayer. Es paradójico porque «New» no suena nueva, de hecho podría haber sido una típica canción firmada por McCartney entre el Revolver (1966), Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) y el Magical Mystery Tour (1967). «New» es un clásico instantáneo, una pieza que ha llegado para quedarse como una de las favoritas en el inmenso cancionero de Paul. Está revestida por un arreglo coral a lo Pet Sounds (1966) de Beach Boys que se potencia aún más al final. Nos deja miel en la boca, fantasía en la mente y regocijo en el corazón. Sin duda, es una de las cúspides del álbum.

En cambio, el punto más flojo del LP se encuentra sobre la mitad, entre la ya mencionada «Appreciate», la un tanto bochornosa «Everybody out there» (diseñada especialmente para vivificar los conciertos de manera simplona, a la manera de los más vendibles Arcade Fire o los Coldplay mediáticos de Viva la Vida or Death and All His Friends, algo así como rock-pop de estadio de tendencia, uff, media cristiana…) y «Hosanna» (misteriosa, densa y la más lenta del set; se puede salvar porque su intención es interesante pero no puedo dejar de pensar que podría tratarse de un mero descarte del, por otra parte, soberbio Chaos and Creation in the Backyard del 2005).

New es un álbum tan comercial, que la pieza más confesional, «Scared», es un tema oculto que no aparece en la lista de canciones ni se menciona en los créditos. En ella, Paul al piano expresa sus bloqueos sentimentales a la hora de intentar transmitir su amor, a la vez que declara lo mucho que significa su relación con, se intuye, su esposa. No aporta demasiado pero la sinceridad de la composición conmueve y convence.

De acuerdo a mi criterio, New, aunque sí está a la altura de su nombre, no es uno de los mejores trabajos de McCartney ni siquiera de entre los publicados del 2000 a la fecha. Algunos temas consiguen dar en la diana, por supuesto, y de qué manera, pero otros son irregulares y unos, de tan trabajados, han perdido su alma. La multiplicidad de productores gana en variedad pero el conjunto no resulta tan cohesionado. New está por encima de la media de lo que ofrece el mercado y realmente logra insertarse en el lenguaje del pop-rock del siglo XXI, pero incluso así, lógica y naturalmente, se percibe aquí y allá, en este detalle y en el otro, que los tiempos que corren sí están sobrepasando al mítico bajista poco a poco. Por muy juvenil y fresco que se mantenga su espíritu (eso nadie lo duda), 71 años pesan en el cuerpo de cualquiera. Y ahora las preguntas son: ¿Cuánto tiempo logrará Paul McCartney mantener este nivel de trabajo y creatividad?, ¿hacia dónde dirigirá su música?, ¿cuánto tiempo se mantendrá sorprendiéndonos con sus capacidades artísticas, interpretativas y adaptativas? Espero que al menos un buen puñado de años.


Artículo publicado originalmente en Satélite Media.

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