Brotan los primeros compases de “Wedding in Madagascar (Faranadina)” y Van Dyke Parks (Hattiesburg, Mississippi, 1943) ya nos tiene en su bolsillo. Hay movimiento, gracilidad, fluidez, efervescencia. Colma el espíritu y pone de buen humor. La instrumentación goza de timbres ricos, una cualidad propia de todo el conjunto. Es un chispeante inicio para un álbum de una superior genialidad. En “Dreaming of Paris” ya escuchamos la voz nasal del compositor, arreglista, letrista y multiinstrumentista estadounidense. El acordeón y las breves líneas que canta en francés nos hacen pensar, precisamente, en un París de ensueño pero la pieza pronto nos sugiere otras imágenes contrapuestas, como el bombardeo a Bagdad por parte de los Estados Unidos (sutil marcha militar incluida). A pesar de su barroquismo evidente, pareciera que la música le sale sola, sin esfuerzo, con un peso ligero por paradójico que parezca, pero sin ser simple en ningún momento.
En “Hold back time”, además de un cierto barniz más bien country, hay un regusto de americana, una de las etiquetas con que le califican a menudo. Nuestros oídos burbujean alegres porque Parks es un maestro de la grácil sintonía. Este tema ya lo había grabado en 1995 como parte de Orange Crate Art, un álbum que firmó junto a Brian Wilson, siendo esta versión aún más recargada en matices. En “Sassafrass” seguimos disfrutando de su desbordante creatividad, esta vez apropiándose de una composición de su compatriota Billy Edd Wheeler. Esta pieza pueril y simpática captura esencias de la primera juventud de Parks, los aromas de la Carolina del Norte que él conoció. Hay tanto de dónde escuchar, que los minutos pasan velozmente.
“Black Gold” es una muestra de ese fantástico y alucinante lugar entre el pop y la música clásica en la que se encuentra este creador. Apoyado por el acordeón, el piano, las cuerdas, los fantasmagóricos coros femeninos y otros elementos, el autor va narrando una fantasía en torno al desastre del Prestige, el buque petrolero que derramó por accidente 77.000 toneladas de petróleo en las costas de Galicia (de ahí los famosos “hilitos de plastilina” de Rajoy). Tiene algo de Broadway (de hecho, el álbum entero desprende un aire de musical aunque sin una temática lírica cohesionada). Los acuáticos treinta y tantos segundos instrumentales finales son puro gozo y avanzan lo que vendrá. Eso es “Aquarium”, un curioso arreglo para tambores metálicos de uno de los movimientos de Le carnaval des animaux (1886) del compositor francés Camille Saint-Saëns, interpretado aquí por The Esso Trinidad Steel Band. Aunque la prefiero con los instrumentos para los cuales fue concebida, esta grabación de 1971 es original por poco común.
La crítica fina aparece de nuevo en la caribeña “Money is King” y en la compleja “Wall Street”, en las cuales Van Dyke formula irónica y mordazmente la máxima que ha imperado en prácticamente todos los modelos socioeconómicos de la historia y aún más en este de capitalismo desatado: tanto tienes, tanto vales. La primera se basa en un tema original del músico trinitense de calipso Neville Marcano, conocido artísticamente como Growling Tiger, fallecido en 1993. A pesar de su ácido contenido, es colorida y dan ganas de mover la cadera. La segunda la compuso inmediatamente después de los terribles atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y satiriza la manera en que los dirigentes de este y otros países se aprovecharon de los acontecimientos para incrementar sus ganancias económicas. La pieza atraviesa por varios estados de ánimo, desde la dulce ensoñación a la mala hostia. Tremenda.
Parks transpira su americanidad: En “The Parting Hand” recupera un himno de 1835 que era parte de una tradición conocida como Sacred Harp, la música coral religiosa característica de su región. Comienza con cuatro voces a capela, acto seguido, éstas se disuelven para darle paso a una sección de cuerdas con armónica, finalmente surge una voz femenina interpretando otro himno, Leaning on the Everlasting Arms (1887), que Van Dyke ya había utilizado para la banda sonora del western Wild Bill (Walter Hill, 1995). Es un collage sonoro exquisito. “The All Golden” no se queda atrás. La rescata de su debut, Song Cycle (1968; el título de este disco, claro, es un guiño a su primera publicación), y, revestida para la ocasión, pareciera un auténtico clásico norteamericano, a mitad de camino entre una película muda del oeste y pop de autor en la que el piano es el centro de la pieza. Alguno dice que Van Dyke Parks no es para cualquier audiencia, y aunque estoy de acuerdo en que bien puede ser la delicia de los sibaritas, yo sí creo que esta música es para todos.
“Missin’ Missippi”, una composición que florece en perfecta armonía, gira en torno al desastre ocasionado por el huracán Katrina que devastó a Nueva Orleans durante el año 2005. Parks ha dicho en alguna entrevista que prefiere no comercializar los temas inspirados en este tipo de sucesos hasta que ha pasado un tiempo considerable, por respeto a las víctimas, lo cual le dignifica. Finalmente “Amazing Graces”, otra adaptación (muy libre) de un famoso himno cristiano, es una despedida instrumental, agradable, digerible, casi hasta easy listening (al menos para lo que es Van Dyke Parks). Los últimos compases son hermosos y tristes. Se cierra el telón.
Songs Cycled (Bella Union/Music As Usual, 2013) es en realidad, más que un álbum propiamente dicho, un recopilatorio en el que se reúne la serie de 7’’ que Parks había estado editando en su propio sello, Bananastan. A pesar de esta fragmentación, el conjunto resulta mágico. Dice esta joya de autor que probablemente este sea el último larga duración que publique y eso sería una verdadera pena (más teniendo en cuenta que desde hace casi dos décadas no lanzaba un álbum en estudio). Algunos estudiosos afirman que la música de Mozart es buena para la salud, yo creo que la de Van Dyke Parks también. De lo mejor que he oído este año.
Artículo publicado originalmente para Fac magazine.
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